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3. Humillación

—¿Quién dice que necesito permiso para tocar mi propio cuerpo? Ya deja de estar apuntándome y baja mi pene.

—Si supiera cómo bajarlo, ya lo hubiera hecho — con la yema de sus dedos trata de tocarlo y me levanto de inmediato.

—¡Ni se te ocurra tocarlo, cochina!

—¿Y cómo quieres que lo baje si no lo toco?

Veo al vecino asomarse por la puerta, la cual permanece abierta por descuido y abre sus ojos en sorpresa por obvias razones. No creo que sea un escenario que se encuentre todos los días, ¿cierto?

—No es lo que crees, Peter — le digo, alcanzando el cojín del sofá y entregándoselo a ella para que se cubra.

—No he visto nada, jovencita. No se preocupe — su expresión de espanto es notable, debe estar pensando que estaba atragantándome con mi propio pene —. Les cierro la puerta inmediatamente — cierra la puerta sin permitir que me defienda.

—Es tu culpa. Ahora van a pensar mal de mí — le reclamo.

—¿De ti? ¿Y qué hay conmigo? Ahora de mi rostro nunca se va a olvidar.

—Ni de este par de cuajos que tengo colgando.

—Será mejor que no hables de cuajo, porque lo que tengo ahora mismo entre las piernas, es muy parecido.

—¿Cómo te atreves a comparar eso con mi pene?

—De la misma manera que acabas de compararlo con mis chichos, cretino.

—¿Qué demonios me hiciste? ¿Por qué tengo este cuerpo tan feo? ¡Devuélveme el mío ahora!

—¿Crees que, si supiera hacerlo, seguiría en este cuerpo?

—¡Te recuerdo que fuiste tú quien se abalanzó sobre mí!

—Ni en tus sueños, estúpido. Te menciono que no lo hice a propósito, a mí me empujaron.

—¿Quién te empujó? Vamos a buscar a la persona, ella tal vez sepa la manera de regresar a nuestros cuerpos.

—No sé.

—¿Cómo que no sabes?

—Es la hermana de un compañero de clase.

—¿De la universidad? Entonces vamos a buscarlo para que nos diga.

—No, ¡eso jamás!

—¿Qué? No estás en posición alguna de negarte. Ese cuerpo es mío y a toda costa voy a recuperarlo.

—Yo no voy a acercarme a él.

—Es cierto, soy yo quien debe hacerlo.

—No te atrevas a hacerlo.

—¿A qué demonios le temes? ¿Te hizo algo el tipo ese?

—No puedo hacerlo.

—Yo lo haré por ti. Voy a conseguir a ese tipo. ¿Cómo se llama?

—Giovanni.

—¿Sabes cuántos Giovanni existen?

—Te mostraré quien es, pero no voy a ser yo quien le hable.

—Deja de estar poniendo esa postura y haciendo esas muecas, parezco marica.

—¿No es eso lo que eres? 

Su pregunta hace que la señale, pero es que es extraño discutir conmigo mismo.

—Debería patearte el trasero, estúpida. Vístete.

—Pero debo bañarme.

—No, no se te ocurra.

—¿Lo harás por mí entonces? ¿Te has dado cuenta de que hueles a excremento?

—Vuelves a ofenderme y te haré tragar la lengua.

—No pareciera que te bañas bien.

—Mira quién habla. La cerda que se levanta mojada y resbaladiza.

—¿Mojada? ¿Resbaladiza? ¡¿Qué has estado haciendo con mi cuerpo, depravado?! — alcanza el cuadro que cuelga de la pared y busco calmarla.

—Baja eso, no seas histérica y tóxica. Si me haces algo, tu cuerpo saldrá herido también. No tengo ningún interés en hacer nada con este cuerpo. Estás bien jodida y eres fea, así que despreocúpate.

—Como me entere que has hecho algo extraño, voy a golpearte.

Gracias a Dios no estuvo presente cuando desperté y me bañé, o ahora mismo no estaría vivo para contarlo. Luego de calmarla y acompañarla al baño, ella entra a la ducha para desnudarse dentro.

—No entiendo por qué te ocultas, he visto mi cuerpo desnudo desde que nací.

Tira la ropa por arriba de la cortina y la pongo sobre el lavamanos. Al instante de hacerlo, escucho su grito y abro la cortina.

—¿Por qué se sacude de esta manera? ¡Parece trompa de elefante! — con el pote de champú trata de mantener quieto mi pene.

—¿Quién no se movería, si andas como bus escolar, de lado a lado? Si sigues haciendo eso, me dejarás sin hijos. Dame esa cosa — le arrebato el pote de champú de las manos y se gira temerosa—. Voy a ayudarte, y espero no pongas resistencia, porque esto es algo de vida o muerte. Es mi pene el que está en juego y no voy a perderlo por tu culpa.

Es el colmo que tenga que enseñarle a cómo hacer esto. A mí nadie me enseñó a lavarme su tajadura y tuve que hacerlo solo. Si no la ayudo, terminaré con una infección en el pene. ¿Puede existir algo más humillante que esto? Quiero morirme.

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