Él se queda mirándola fijamente por unos instantes, estudiándola con una mezcla de curiosidad y cautela, hasta que finalmente sale del auto. Coral lo sigue, rodeando el vehículo para entregarle las llaves, mientras le pide que lo mande al parqueo. Él hace ademán de tomarle la mano para mantener el "papel," pero Coral lo esquiva con un gesto calculado.
—Thea mou —dice con una sonrisa. — Tienes que comportarte como mi novia. Así que tendrás que dejar que te toque como tal. —¿Qué tipo de nombre es ese? ¿De dónde lo sacaste? —pregunta Coral, deteniéndose para mirarlo con intriga. —Es griego. Thea significa diosa. Serás mi diosa delante de todos. Es una forma de llamar en mi cultura a la mujer que realmente amas —aclara él, con seriedad palpable en su voz. —¿Te parezco una diosa, GatGuido lo dice con aire complacido, mientras su risa despreocupada contrasta con la preocupación en el rostro de su hermano. Gerónimo sonríe al recordar esas noches locas de cuando iban a esos lugares. Pero ahora la situación es diferente, asegura. Han construido una casa con todos los aparatos necesarios para esos momentos privados. No tienen necesidad de volver a visitar esos clubes, lo cual les ayudará a mantener su imagen de haber abandonado la vida desenfrenada. Luego, mira a su hermano con seriedad. —Guido, no te pierdas en ese mundo. Recuerda que solo fuimos por curiosidad. Es verdad que lo disfrutamos, pero no creo que sea algo en lo que debamos pasar demasiado tiempo. Quizás una o dos veces al mes, nada más —sugiere, al notar cómo Guido lo mira incrédulo. —Vamos, mi hermano, si a ti se te da muy bien eso de ser el dominante —le recuerda con una sonrisa p&iacut
Maximiliano mira a Coral, decidida a no dejar que la lleve a su casa, pero todavía está muy pálida, a pesar de que intenta parecer mejor. El sudor en su frente la traiciona y él observa cómo se pasa la mano por el vientre.—Sé que lo entiendes, Gatito. No quiero que te pase nada, o peor, que me pase a mí. Si me ven contigo, se lo dirán a papá —sigue diciendo mientras se recuesta en su hombro—. Por favor, Gatito, hazme caso, déjame aquí. Vicencio no debe estar lejos; siempre me sigue a todas partes. Solo espera y verás, deja que lo llame. Pero ella sostiene la cabeza en agonía; le duele terriblemente y tiene ganas de vomitar. Al menos lo había sacado del club con su desmayo, pensó. Ese era el plan que había hecho con sus primos. Ella vigilaría y trataría de sacar a Maximiliano del club si lo veía. Aunque, en verdad, se sentía morir; siempre el período para ella era terrible. Pero Gerónimo le había pedido que sacara a Maximiliano, que era el que los podía reconocer bien.—Coral, ¿conf
Gerónimo no responde a su hermano, detenido frente a la mujer que tiene delante. Su corazón le salta desbocado ante la visión que acaba de descubrir.—¿No es ella? —pregunta Guido, que no puede verla porque su hermano la cubre con su cuerpo, hasta que lo oye decir:—¡Cielos, Guido! ¡Es preciosa, mi esposa! Mírala, mi hermano, no te miento, ¡es la mujer más hermosa que he visto en mi vida! —exclama emocionado Gerónimo mientras se desliza para que la vea—. ¡No puedo creer que esta belleza sea mía y al fin estemos juntos! ¡Por fin la encontré! ¡La encontré! Guido no puede evitar sonreír mientras observa a Gerónimo mirar a Cristal con fascinación, como si aún no creyera que fuera realmente ella, la misma mujer que tanto había buscado. Y es que ella tenía ese algo que hacía que todo a su alrededor perdiera importancia. Era la reencarnación de la diosa Afrodita. Su belleza parecía desbordar cualquier palabra humana que intentara describirla. El tenue sonrojo que teñía sus mejillas, segura
Después de que su hermano se marchara, Gerónimo entra en la habitación donde ha depositado a Cristal. La observa en silencio durante un rato. Luego busca un paño para limpiarle el rostro de la pintura que lleva, y se maravilla aún más. Las mejillas sonrosadas de ella hacen un hermoso contraste con sus labios rojos. Ella se despierta y se lanza sobre él, lo abraza y lo besa.—Mi esposo, hip… Mi esposo, ¿dónde estabas? hip… —pregunta sin soltarlo. —Deja que te quite la pintura, cielo —le pide Gerónimo tratando de escapar de su agarre. —Hip… No te vayas, hip… Ven, acuéstate conmigo, hip… —lo llama ella, tirando de él, que se resiste. —Espérate, cielo, tengo que bañarte —le dice, ya que no le gusta para nada el olor a cigarro y alcohol que ella tiene, y porque quiere q
Coral no se aleja de Maximiliano que la sostiene fuertemente por sus caderas haciendo que se pegue más a él y la mira a los ojos en lo que le explica porque lo hace.—Mamá sufre de los dolores, y papá siempre se le pega así y dice que se le alivia. ¿Es verdad?—pregunta en un susurro.—Sí, es verdad, me alivia. Gracias Gatito—responde Coral relajándose en sus brazos.Y por primera vez Maximiliano la ve desvalida, vulnerable y lejos de querer aprovecharse de ella. Siente una gran necesidad de protegerla. No sabe por qué siente que ella como él, tiene una vida solitaria, triste y escondida. Carol se duerme en sus brazos así, de pie encima de su hombro en medio de la sala. La toma y la lleva hasta su habitación, la acuesta y se queda a su lado con la mano puesta en la pelvis de la chica, que se gira y se le mete en sus brazos. No supo cuándo se durmi&oa
Cristal está muy feliz de que él la haya encontrado; eso quiere decir que a ella le gusta de verdad. O al menos eso piensa, por la forma en que la mira, como si quisiera abrazarla. Quizás la buscó para anular el matrimonio. —¿Cómo me encontraste? —se arriesga a preguntar al ver que él no se decide a hablar. —Te encontré, eres mía —contesta Gerónimo al tiempo que se introduce en la cocina y comienza a servir café en dos tazas. —¿Tuya? —le parece algo posesivo, pero le agrada lo que dijo; va de acuerdo a sus planes. —Perdona, quiero decir, eres mi esposa, tenía que encontrarte —se disculpa Gerónimo, pensando que va muy rápido—. ¿Por qué te fuiste después de casarnos? —Para ser honesta, no sé cómo lo hice. No tengo idea de qu&eacu
Gerónimo la mira complacido. Su larga experiencia con mujeres le dice con claridad que la que tiene delante es una inexperta en el amor, a pesar de que se iba a casar. La manera en que se ruboriza y evita su mirada se lo dice. Además, no se le ha lanzado como las demás que querían seducirlo con su belleza. Cristal le parece un ángel encantador, uno que lo está haciendo enamorarse con cada minuto que pasa. —No lo hago, querida —da un paso más cerca y, con solemnidad, le aclara—. No me gusta mentir; es algo que no hacemos en mi familia. Nuestra palabra es ley. Te digo la verdad: me preguntaste si sería capaz de casarme con una novia despechada. —¿Qué? ¿Despechada? —Cristal lo mira avergonzada. No puede creer que ella dijera eso. ¡Eres patética, Cristal!, se dice, bajando la mirada ante la suya. —Y otros apelativos m&aac
Gerónimo se ha quedado de una pieza, sin saber qué hacer ante el grito que ella ha dado al enterarse de quién es, mientras su mente se llena de preguntas: ¿Me habré metido con ella o con algún familiar antes? ¿Seremos enemigos? ¿Sabrá lo mujeriego que fui? Se queda en silencio observándola; está muy nerviosa y lo mira incrédula una y otra vez, bajando su mirada hasta el certificado de matrimonio y regresándola a él, con la boca abierta y una tremenda expresión de asombro en su bello rostro. No sabe por qué se ha sorprendido tanto al saber su nombre, pero prefiere no preguntarle nada. Si existe algo, lo averiguará después; ahora tiene que conquistarla a como dé lugar. —Soy el hijo mayor de Giovanni Garibaldi. Y tú te convertiste en mi esposa; a partir de ahora eres Cristal Garibaldi —ase