I Want You Here
I Want You Here
Por: kesii87
Capítulo 1.

Capítulo 1.

Vivir en una mentira.

(Marina).

Junio en Madrid puede ser realmente cruel, sobre todo si aún estás asistiendo a los exámenes y trabajos finales de la universidad. El sofocante calor de aquellos días, me hacía llegar a casa pegajosa y con el cabello sudado, especialmente en la nuca.

¡Maldito verano! Adoro el frío, por eso mi estación favorita es el invierno, quizás tenga algo que ver con mis viajes al norte de España, donde vivían mis abuelos, en las vacaciones de navidad, cuando tan sólo era una niña. Adoraba mis días allí más que nada en el mundo.

Dejé mi pesada bolsa con todos los libros y el ipad sobre la mesa de la cocina, agarré una manzana roja del frutero, y comencé a comerla a mordiscos, adentrándome en la enorme mansión de mis padres, reparando en el pequeño Mou, mi hermano pequeño, viendo los dibujitos frente al televisor, con el aire acondicionado a toda pastilla.

Aquello era vida.

Me quité los zapatos, dejándoles de cualquier manera junto al sillón, y planté los pies en la fresquita losa, sintiendo como estos se me relajaban. ¡Qué gustazo!

Seguí avanzando por el pasillo, más y más, hasta llegar a la escalera que subía a la planta de arriba, subí los escalones de dos en dos, saludé a papá, que estaba en su estudio, con la puerta entre abierta, trabajando sobre su mesa, como cada día, y luego torcí a la derecha, sin detenerme, entrando en mi habitación, tirando el hueso de la manzana en la papelera, pues a aquellas alturas, ya me la había terminado de comer.

Me tumbé sobre la cama, y cerré los ojos, relajando mi cuerpo, sintiendo como poco a poco el aire acondicionado calmaba mi piel, la enfriaba, y me hacía sentir bien.

Podría vivir en el polo norte, os lo aseguro, no habría otro lugar que me hiciese feliz en el mundo más que ese. Hielo, frío, glaciar. Esas eran las palabras que pasaban por mi mente en ese justo instante.

  • Marina – me llamó mi madre, haciéndome salir de mis pensamientos, volviendo de golpe a la realidad. Abrí los ojos, y miré hacia ella – baja a poner la mesa, he traído la comida.

  • Voy – contesté, elevándome, poniéndome en pie, siguiendo a mi progenitora hasta la parte de abajo. Papá y Mou ya estaban en la mesa, parecían haber puesto esta con bastante acierto. Sonreí, y me senté junto a ellos.

  • ¿Cómo fue la exposición? – preguntó papá, mientras mamá se sacaba la ensalada.

  • Bien – contesté, sin más – las diapositivas que me diseñaste me ayudaron mucho – agradecí. Este sonrió, y agarró el bol de la ensalada, sacándose en su plato. Yo, por el contrario, la piqué con el tenedor directamente sobre este.

  • Marina – se quejó mamá - ¿no puedes sacarte, como todo el mundo? – me encogí de hombros, para luego probar el pastel de brócoli, estaba delicioso. Mi madre hacía el mejor pastel de brócoli de toda la ciudad, en su restaurante, por si alguna vez os queréis pasar a probarlo - ¿has quedado con Francisco esta tarde? – quiso saber.

  • Tenía que echar horas extras en la oficina – contesté, volviendo a centrarme en los sabores. No podéis ni imaginar la delicia que estaba degustando en ese momento – cada vez te sale más rico – elogié.

  • ¡Exagerada! – mamá se sonrojaba con mucha facilidad, y eso sólo hacía que papá la mirase aún más enamorado.

A día de hoy puedo sentirme orgullosa de ellos, ambos han crecido profesionalmente, como personas y en su relación de pareja, seguían tan enamorados como el primer día.

Mi madre era guapísima, no os lo voy a negar, tenía el cabello rizado, como yo, pero a diferencia del mío, el suyo era castaño tirando a rubio, tenía los ojos grises, en eso si coincidíamos, era alta, delgada, y atractiva, un bombón. Mi padre era moreno, con el cabello ligeramente rizado, y con algunas canas de la edad, un poco más bajo que ella, y estaba en forma, a pesar de que su trabajo no lo requería, pues se pasaba las horas muertas en el estudio, dibujando planos, era arquitecto.

  • ¿Vas a salir con las chicas hoy? – quiso saber él, tras un largo rato hablando con mamá sobre el fin de semana próximo, y los muchos encargos que tenía para el lunes.

  • Sí, Isa estaba ocupada con el ensayo, pero Saray quería que nos viésemos antes de irse a Roma – expliqué. Se lo contaba absolutamente todo a mis padres, además de haberme engendrado, siempre los consideré como si fuesen mis amigos, mis mejores amigos. Podía contar con ellos para casi cualquier cosa, me sentía muy agradecida, pues sabía que no en todas las familias las cosas eran así – Esther también viene.

  • ¿Ya volvió de Irlanda? – dijo mamá, asentí, pues justo había hablado con ella de camino a casa, sus prácticas en la empresa en la que trabajaba habían llegado a su fin, y puesto que no la habían renovado, volvía de nuevo a casa. Aun así, sabía que sería muy codiciada en el país, no todo el mundo poseía experiencia en el extranjero, además de un C1 en inglés.

La comida fue agradable, y el postre lo fue aún más, el tiramisú estaba aún más rico. Mamá era la mejor chef de toda la ciudad, y no lo digo sólo porque sea su hija.

Subí a la habitación después de eso, y me la pasé allí, preparándome para la noche, hacía mucho que no salía, y todo por culpa de los malditos exámenes. Gracias al cielo había terminado, justo a tiempo para aquella quedada improvisada con las chicas. Era una pena que Isa, mi mejor amiga, no pudiese estar, pero entendía perfectamente que tuviese que ensayar para el próximo certamen. Era bailarina de ballet profesional, y lo hacía de miedo.

Me depilé con cera hasta los lugares que no se ven, me pinté las uñas de las manos y la de los pies, me hice una sesión de spa en la cara, todo ese rollo de exfoliantes, mascarillas y un largo etc. Me dio también para cantar a viva voz mi canción favorita, como las locas, en la habitación, y reír sin parar al ser descubierta por el vecino de al lado.

A las nueve en punto ya estaba lista, con el cabello rizado y brillante, un poco de colorete en las mejillas, y unos labios bien marcados de rojo. Odiaba maquillarme mucho en verano, la piel no respira y empiezas a sudar como un cochino. Llevaba un vestido azul con flores blancas, de tirantas, que me llegaba por la rodilla, y unas sandalias marrones, a juego con la mochila.

Cuando llegué al bar, las chicas ya estaban allí. Saray la aventurera, que a cada poco tiempo cambiaba color y corte de cabello, en aquel momento, lo llevaba cortado como un chico, de un rubio platino que le quedaba de miedo. Esther la bilingüe, la más pija de las cinco, siempre llevaba ropa y zapatos de marca, y se sentía orgullosa de viajar a Irlanda todo el tiempo. Era pelirroja, labios siempre maquillados en tono naranja, y ojos verdes.

Me senté junto a ellas, haciéndole una señal a Quini para que me trajese una cerveza.

  • Dichosos los ojos que te ven – me dijo al dejar mi pedido sobre la mesa.

  • Los dichosos exámenes – contesté, levantando la cerveza, indicándole que iba a tomármela a su salud, dando después un primer sorbo.

  • ¿Ya terminaste los exámenes? – quiso saber Saray – Justo a tiempo para despedir a tu amiga del alma – bromeó – Que me voy a Roma, a conseguirme un montón de anécdotas que contaros luego.

  • Y un montón de nuevas experiencias con italianos – añadía Esther, haciéndome reír, a carcajadas, mientras Saray la miraba con cara de pocos amigos.

  • ¿Y tú qué? – llamé hacia ella, para que no hubiese malos rollos entre ellas. Tenían un carácter bastante parecido, y chocaban bastante - ¿Cómo te fue en Irlanda?

Bajó la cabeza en cuanto pronuncié aquellas palabras, ensanchando la sonrisa, nerviosa. Lo supimos en ese justo instante, pero antes de haber dicho nada, Saray se me adelantó.

  • ¿Quién es él? ¿Cómo se llama? ¿Cuántos años tienes? ¿Dónde os conocisteis? ¿A qué se dedica? ¿Está bueno? ¿Te lo has tirado ya? ¿Cómo tiene la p…? – vomitó, sin filtro alguno.

  • Déjala respirar, Saray – me quejé.

  • No es de Irlanda – contestó – nos conocimos allí, pero en realidad es catalán.

Nos contó todo con pelos y señales. El susodicho se llamaba Borja. Era publicista, al igual que ella, habían coincidido una o dos veces en la cafetería, a pesar, de trabajar en empresas distintas.

  • A veces hay que viajar a países distintos para conocer a personas de tu mismo país – aseguró Saray, siempre tan filosófica.

  • Te ha salido el alma de escritora que llevas dentro – bromeé, haciéndola reír.

  • De algo tendría que haberme servido ese máster de literatura española que hice el año pasado – me dijo.

  • ¿Dónde está Fati? – pregunté, pues hacía tiempo que no sabía nada de ella.

  • No podía venir, tenía que ayudar a sus padres con la tienda – contestó, asentí, en señal de que lo entendía. Sus padres tenían una tienda de ropa y complementos en la ciudad, y a veces la obligaban a ayudarles. Supongo que era normal en su religión, sus padres eran lo primero.

A veces me doy cuenta de la suerte que tenemos de vivir en España, aquí la gente tiene una mentalidad mucho más abierta, pero en Tánger, creo que hay mucha menos libertad, incluso debía ir con un turbante a todas partes, a veces me parecía una monja de clausura, sus padres no la dejaban hacer nada, era un verdadero fastidio.

  • ¿Tú cómo estás? – quiso saber Esther. La miré, sin comprender – Después del duro golpe de Francisco, me imagino que-

  • ¿El duro golpe de Francisco? – pregunté, con incredulidad - ¿De qué demonios estás hablando?

  • ¿No estás en el grupo? ¡Ya me parecía a mí que venías demasiado entera! No te has enterado, ¿a qué no? – insistió Saray. Negué con la cabeza, porque era obvio que me estaba perdiendo algo. Esther sacó su teléfono y buscó en él.

  • No está, mira – nos enseñó la lista de participantes en un grupo llamado “Las de siempre”, estaban todas menos Isa y yo. Lo recordé entonces, me salí porque no dejaban de hablar, unas semanas atrás, y me agobiaba porque no podía leer todos los mensajes, a causa de los exámenes, no podía seguirles el ritmo.

  • Me salí por los exámenes – declaré.

  • Ya me parecía muy raro a mí que no hablases después de lo que Fati compartió – me dijo Saray, buscando en su teléfono la supuesta foto – pensábamos que estabas destrozada, por eso no querías quedar, ni hablar, ni nada.

  • Estaba de exámenes, por eso no quería quedar, ni hablar, ni nada – contesté, encogiéndome de hombros.

  • ¿Qué excusa te ha puesto Isa de por qué no podía venir? – quiso saber Esther. La miré, sin comprender por qué me hacía aquella pregunta.

  • Que tenía que ensayar – contesté, sin más, observando entonces como Saray negaba con la cabeza.

  • Que conste que te enseño esto porque eres mi amiga, y no quiero que sigas viviendo en una mentira – aseguró ella. Aquello sólo me preocupó un poco más – no porque tenga nada en contra de-

  • ¡Enseñámela de una vez! – me quejé, impaciente, quitándole el móvil, observando la foto que había en ella.

El alma se me calló a los pies en cuanto vi aquello. Era incapaz de creerlo. Abrí la boca, ligeramente, y los ojos casi se me salen de las órbitas, era imposible, aquello no podía ser cierto, sólo era… era…

Francisco estaba en una discoteca, junto a una chica, agarrándola de la cintura, mirándola, muy cerca de sus labios, mientras esta sonreía, con la cabeza ladeada, mirando sin darse cuenta hasta la cámara. La reconocí enseguida, era Isa. Mi Isa. Mi mejor amiga.

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