Elizabeth arribó a su casa, con el corazón destrozado, ingresó a su residencia, fue a la habitación de su hijo, aún dormía, era domingo.
Carlos Gabriel, al sentir la presencia de su madre, abrió los ojos.
—¡Mami! —exclamó el pequeño, abrió sus brazos para abrazarla, ella se acercó a él, lo estrechó entre fuerte hacia su pecho mientras lloraba con el dolor de saber que sus hijos no vivirían con su padre porque él estaba casado con otra mujer y esperaba un bebé con ella. —¿Por qué lloras? —preguntó el pequeño.
—Por nada mi niño —dijo Elizabeth, secándose las lágrimas—. Ve a bañarte para desayunar.
—¿Mi papá va a venir hoy? —averiguó con ilusión el pequeño.
—No lo sé mi amor
Carlos se llevó las manos al rostro, ahora empezaba a comprender la falta de amor de la que decía ser su madre, sus rechazos, sus castigos, las humillaciones de las que fue objeto por años. —Ahora lo comprendo todo —expresó con la voz fragmentada. —Luz Aída es la culpable de todo, ella se aprovechó de que yo estaba a punto de perder la vida, cambió a los niños, a mí me hizo pensar que el mío había nacido muerto y ella se quedó contigo... yo no tenía la más remota idea tienes que creerme —suplicó Rosario—, en esa época yo estaba muy mal emocionalmente tu padre me abandonó, mi hijo murió, Luz Aída me echó de la finca, hasta que tuve la suerte de encontrar personas buenas en mi camino, que me acogieron y brindaron ayuda. Carlos, escuchaba el relato de su madre sin pronunciar una sola palabra, lágrimas salían de sus ojos, tenía dudas, era cierto, pero la mujer que estaba frente a él parecía sincera; sin embargo, necesitaba despejar ciertas ideas que le rond
Maracaibo- Venezuela. Angélica llegó al aeropuerto La Chinita, una vez que bajó del avión respiró el aire cálido que envolvía la zona, cerró sus ojos recordando su infancia en su natal Maracaibo, después de pasar los controles migratorios y tomar su equipaje, salió del lugar en busca de un taxi. A través de las ventanas observaba los cambios en la ciudad, eran casi quince años de ausencia. Mientras el vehículo seguía el recorrido, la joven seguía observando los gigantes edificios que se levantaban airosos en la capital del estado de Zulia, luego de más de cuarenta y cinco minutos de recorrido llegó a un populoso barrio de la ciudad, pidió al conductor detenerse pues reconoció la casa que por fotografías conocía y que con tanto esfuerzo y duro trabajo pudo construir para sus padres. Se paró frente a observar la vivienda de una zona planta, el blanco de las paredes predominaba haciendo contraste con el enrejado en tono café que rodeaba
Manizales – Colombia. Gabito, estaba triste porque su padre no lo había ido a buscar, pues Carlos, ese día se quedó con Rosario, no fue que no se acordara de su hijo, llamó a Elizabeth, para decirle que no podía ir a verlo; sin embargo, el pequeño ya lo extrañaba. Una vez que se quedó dormido Elizabeth, le devolvió la llamada a Rosario, pues minutos antes la había llamado y no le pudo contestar por estar con su hijo, una vez que se comunicó con Rosario, ella muy feliz le contó que Carlos, ya sabía la verdad. Elizabeth se alegró por ambos, estaba muy contenta al escuchar a Rosario, hablar con tanta emoción y felicidad, imaginó aquel momento entre madre e hijo, a ella le hubiera gustado estar ahí como siempre apoyando a Carlos, pero ahora estaba decidida a cobrarse la mentira del doctor Duque, fue así que le explicó a la madre de él, el plan que tenía en mente. —Elizabeth, me da pesar con mi hijo —comentó Rosario. —No s
Francisco observó a Angélica, bastante serio, la joven inclinó la cabeza pensando que la noticia no le había caído nada bien, entonces él se acercó al especialista. —Disculpe doctor, creo que escuche mal... ¿Usted dijo bebé? —¿Usted es el esposo de la señora? —averiguó. —Sí —mintió, entonces el médico se dirigió a él con una gran sonr
Rosario fue hasta su habitación, desempolvó de su ropero el porta vestido en el cual guardaba un elegante traje negro para ocasiones especiales, la señora Jaramillo, era una mujer delgada, alta, de cabello oscuro, piel blanca, ojos azules, labios finos y delicados, mirada tranquila, estaba por cumplir cincuenta años, pero solía salir las mañanas a caminar, dormía ocho horas diarias lo que le hacía ver de menor edad a la que tenía. Mientras Fabián revisaba su celular Rosario, apareció en la sala, el Fiscal, levantó su mirada, se le secó la garganta al observar la belleza de Rosario, se quedó sin palabras al ver a la elegante señora con aquel hermoso y sencillo vestido que envolvía su delgado cuerpo como una segunda piel, su cabello que le llegaba por encima del hombro lucía un moño a medio lado, el maquillaje de sus ojos era muy natural, sus labios en tono coral resaltaban su particular belleza. Rosario sonrió levemente al ver el rostro de Fabián, quién se puso
Era casi las tres de la tarde cuando Carlos, estacionó su vehículo frente a la casa del ingeniero Córdova, no era mucho que había llegado de Bogotá, pidiendo a su asistente que tramitara su licencia, pues Francisco, no le contestaba el teléfono. Se acercó a los guardias y se identificó, ellos lo hicieron seguir. Carlos ingresó a la elegante sala de la casa de la familia Córdova, cuando observó a Carlos Gabriel, bajar corriendo las escaleras y lanzarse a sus brazos, él acogió a su hijo lleno de alegría, lo levantó en sus brazos. —¿Estás listo para pasar una semana increíble conmigo? —preguntó Carlos. —Sí, papá —afirmó el pequeño, fue entonces que Elizabeth, con ayuda de Rosario, bajaba su equipaje y las cosas del niño. —Buenas tardes, Carlos —lo saludó seria, mientras él la observaba arrepentido, tratando de decirle con la mirada lo mucho que la amaba. —Hola —contestó, después se acercó a Rosario, la abrazó y saludó con mucho cariño. El
Despertó a Gabo apurado, le dio el uniforme para que se vistiera, mientras él en la cocina, no sabía que preparar de desayuno y el tiempo apremiaba, le sirvió al pequeño un plato de yogurt con cereales, mientras él subía a bañarse, aquel día no tardó ni diez minutos en la ducha, se cambió a toda prisa con lo primero que encontró una camiseta, jeans, zapatos deportivos. —¿Terminaste el desayuno? — preguntó, mientras el niño negaba con la cabeza. —Apúrate mijo, vamos a llegar tarde a la escuela. Seis y cuarenta cinco salieron de la casa, estaban retrasados, la escuela de Carlos Gabriel, quedaba casi a media hora de la vivienda, cuando llegaron la puerta estaba cerrada, el padre con el niño se miraron a los ojos, preocupados. —Te lo dije papá... Mi mamá se va a enojar —advirtió el pequeño a su padre, mientras él no sabía qué hacer, era su primer día a cargo de su hijo y empezó con el pie izquierdo por haberse quedado dormidos, en eso el celular de Carlos, empezó
Maracaibo- Venezuela. Francisco, acariciaba la espesa cabellera de Angélica, la cabeza de ella reposaba sobre el pecho de él, después del triste sepelio de su padre, se quedó dormida mientras él velaba sus sueños. Margarita ingresó despacio a la habitación de su hija, eran muchas las explicaciones que Angélica, le debía, aunque Francisco, le había puesto al tanto de algunas cosas, la señora quería escuchar la versión de ella. —Sigue dormida —murmuró en voz baja la señora. Francisco asintió con la cabeza—, todo esto ha sido muy duro para todos, en especial para mi hija, ha sufrido mucho —comentó con lágrimas en los ojos. Francisco, con cuidado, se movió de su lugar. Angélica se removió. —Descansa —susurró al oído de ella mientras le brindaba un beso en la frente, la joven se acomodó y siguió durmiendo, lo necesitaba. Margarita salió con Francisco, hasta la sala de la casa. —Debes tener hambre —mencionó la señora—. Voy a pr