Horas de verdadera incertidumbre se vivía en la Momposina. Joaquín, parecía que estaba a punto de enloquecer sin tener noticias de María Paz. No comprendía quien podía ser tan cruel como para hacerle daño a ella, que era tan buena y no le hacía mal a nadie, pensaba en las pequeñas que ni siquiera venían al mundo.
Entre tanto en una casa abandonada en un oscuro cuarto sucio, mantenían a María Paz, encerrada, no se condolían que estaba embarazada. No le proporcionaban bebida, ni alimentos, sentía que la cabeza le iba a estallar de un momento a otro, todo le daba vueltas, gruesas lágrimas salían de sus ojos, y un dolor en el vientre le angustiaba.
Entonces la puerta de esa habitación se abrió y una mujer de duras facciones de cabello y ojos claros con la mirada tétrica apareció.
—Hasta que tengo el gusto de conocerte —le dijo aquella mujer a María Paz, mientras la joven lloraba.
—¿Qu
Ahora ya sabemos a quién encubre Carlos y por qué lo hizo, pagó la deuda que tenía con Joaquín, solo que el precio es muy alto, le esperan años de prisión.
En aquel cuarto oscuro, sucio, con olor a humedad María Paz, sentía que las fuerzas le faltaban. Las contracciones eran cada vez más fuertes y ella trataba de morder su ropa para que los hombres que la tenían vigilada no se dieran cuenta de que estaba por dar a luz. Lágrimas corrían por sus mejillas. Sentía que todo su cuerpo temblaba, sudaba frío, veía borroso, rogaba a Dios, que alguien la ayudara, se aferraba a las sábanas que cubrían el colchón de la cama de aquella habitación. «Por favor mis niñitas esperen un poquito más» sollozaba en su mente, temía tanto por la vida de sus hijas, el solo hecho de pensar que Luz Aída, cumpliera la amenaza de matarla y llevarse a las bebés le destrozaba el alma. «Por favor Diosito que alguien nos rescate» rogaba en su mente, mientras lloraba de dolor. Sentía que su cuerpo se estaba fracturando, entonces escuchó pasos, ruido, voces. El corazón le empezó a latir c
Daniela, alistaba todo para mudarse a Bogotá, la posesión del senado era en unas semanas, y debía residir en la capital colombiana, cuando de pronto una llamada telefónica interrumpió sus tareas. —Enciende la tele —expresó Monse, agitada al otro lado de la línea. —¿Qué sucede? —preguntó buscando el control del tv. —Se trata de tu amado Carlos —declaró la joven. Daniela encendió la televisión. «En estos momentos el doctor Carlos Mario Duque Garzón, electo senador por el partido republicano acaba de ser detenido por el secuestro de su cuñada la señora María Paz Vidal, quien producto de aquel atentado se encuentra en terapia intensiva, cabe mencionar que la señora Duque, estaba embarazada al momento del secuestro, razón por la cual se complicó su salud» —¡No es cierto! —exclamó Daniela temblando—, él es inocente —sollozó.
Daniela no pudo contener las lágrimas ante las palabras de él, era evidente que él estaba sufriendo y no quería dejarse ayudar. Era demasiado soberbio, orgulloso y estaba demasiado herido, pasando la saliva con dificultad ella habló: —Así no quiera verme yo no voy a descansar hasta sacarlo de aquí — pronunció Daniela, con la voz entrecortada—. Usted no pudo secuestrar a María Paz, porque estuvo conmigo. Carlos volvió a reírse, su profunda y fría mirada se posó en Daniela. —Me sorprende que siendo abogada no se dé cuenta de las cosas, esa era mi cuartada, yo solo la utilicé... ¿Usted pensó que yo deseaba algo serio? —pronunció con ironía, quería herirla, lastimarla, para que sufriera lo mismo que él. —No, jamás he pensado en tener algo serio con usted —respondió ella tratando de contenerse. Carlos resopló abrió la silla y se sentó. —¿Qué hace aquí
En la sala de espera del hospital el doctor Botero informaba que María Paz, no había fallecido. Lamentablemente estaba en coma, y las noticias no eran nada alentadoras. Podía despertar en una semana, un mes, pasar años, o incluso no hacerlo nunca; pero Joaquín, fiel al gran amor que sentía por ella, lleno de fortaleza indicó que no se iba a dar por vencido, que no la iba a dejar irse, él no se iba a mover día y noche del lado de su esposa con tal de que despierte, así les inyecto de ánimo a toda la familia, quienes decidieron colaborar con él en la recuperación de María Paz, y el cuidado de sus pequeñas.Entre tanto Miguel, el padre de los muchachos con el corazón fragmentado, intentaba darle fuerzas a su hijo menor para que no cometiera los mismos errores que él, condenando a sus niñas al olvido, ellas estaban tan pequeñitas y nec
En la fría celda Carlos, revisaba las cosas que le había enviado Rosario. Esa mujer tenía algo que a él le inspiraba: confianza, ternura. Nunca una señora de esa edad le había llamado la atención, pero la forma en la que lo atraía no era como mujer, sino que existía algo en ella que le hacía sentir seguro, para él era tan contradictorio todo lo que pasaba, dos mujeres extrañas: Rosario y Daniela, eran las únicas que estaban pendientes, mientras su familia le daba la espalda, y aunque estaba acostumbrado a aquellos desplantes, a hacer ignorado, y fingía que no le importaba en el fondo de su alma le dolía, su existencia entera era una mentira, entonces recordó las palabras de Joaquín: «Yo me casé con Eliza, para salvar la vida de ella y de tu hijo, porque tu madre mandó a matarla» En su mente esa frase daba la vuelta una y mil veces. —¿Será cierto? —se preguntó el mismo en voz alta—. Pero mi madre no tenía motivos pa
Angélica aún nerviosa ingresó a la habitación, era bonita y confortable, la cama era amplia, con todas las comodidades necesarias para su estadía, además la ventana a la calle daba una vista privilegiada de la ciudad. Francisco se sentó en el escritorio, sacó su laptop de su portafolio, mientras se ponía a revisar leyes y artículos de la constitución que pudieran impedir la destitución de su jefe, y en ese momento el celular de él sonó. —Francisco Mondragón, te necesito en este instante en la cafetería que está junto a la Fiscalía —expuso una voz femenina que él no distinguía. El hombre arrugó el ceño, frunció los labios. —¿Con quién tengo el gusto? —averiguó con curiosidad, mientras Angélica, acomodaba sus cosas en un pequeño closet de la habitación. —Daniela Robledo, no puedo explicarte por teléfono, ven lo más pronto posible. A Francisco, no le quedaba más dudas entre
Miguel Duque con el corazón arrugado en el pecho, bajó del taxi. Caminó con pesadumbre al interior de la clínica. Las hirientes palabras de Carlos retumbaban en su cerebro, cabizbajo y con el semblante descompuesto se dirigió a la sala de espera en donde Mariana se encontraba sentada. —Buenas noches —expresó con la voz apagada. —¿Qué se ha sabido de mi nuera, y mis nietas? —indagó. La mujer presionó sus labios y suspiró profundo. —Lo lamento, no hay cambios con María Paz, las pequeñas están estables. —Se puso de pie y acarició una de sus mejillas. Miguel parpadeó, inspiró profundo, sus ojos estaban inflamados y enrojecidos. La situación por la que atravesaban sus dos hijos, le partía el alma. —Gracias por quedarte en mi lugar —mencionó sin decir más. Mariana lo observó a los ojos reflejándose en su mirada. Se sintió mal al
Mondragón llegó al hotel, en donde Angélica, lo estaba esperando. Al ingresar se encontró con la joven envuelta en un mar de lágrimas, sentada en el suelo abrazada a sus rodillas. Francisco se asustó pensando que algo le había pasado, dejó las bolsas con comida sobre el escritorio; se acercó e inclinó ante ella. —¿Qué tienes? ¿Te hicieron daño? —averiguó tomando el rostro de la joven para examinarla. Angie negó con la cabeza, casi no podía hablar. Mondragón la abrazó esperando que ella se tranquilizara. —Es mi papá... el tratamiento no está funcionando —sollozó aferrada a él—. Mi sacrificio ha sido en vano, até mi existencia a un hombre que no me ama, para quién yo no existo, todo por salvar la vida de mi padre... ¿Para qué? —se cuestionó la joven venezolana. Francisco sacó del bolsillo de su elegante leva, su pañuelo. Limpió el rostro de Angélica, y luego la miró