Llegando a la frontera.

Itzel y MarLia observaban desde una distancia segura cómo los lobos de la manada Luna Creciente custodiaban la frontera. La luna brillaba sobre ellos, y el viento susurraba secretos ancestrales. MarLia, con su pelaje gris plateado, tenía una mirada intensa mientras estudiaba a los centinelas.

—¿Crees conveniente que nos acerquemos? —preguntó MarLia, rompiendo el silencio.

Itzel miró a su beta. MarLia había crecido bajo las órdenes de Aleron, su hermano. Conocía su crueldad y su desprecio por las tradiciones. Pero también sabía que MarLia era leal y valiente.

—No lo sé —respondió Itzel—creo que seguir escondiéndonos será en vano, pues de seguro han detectado nuestro olor. Pero enfrentarlos siendo solo dos, complicaría las cosas.

—Tienes el poder sobre ellos, alfa —inquirió MarLia —tienen que doblegarse, el instinto de lobo los obliga.

—Quizás sea de esa forma, pero me temo que mi hermano no se lo tomara de la mejor manera ni podre conseguir con ello que cambie su visión con respecto a
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