Te amo, Gabriel.

Ser mimada por Gabe era asombroso, quien salvo para ir al baño no la dejaba levantarse. Y no es que los demás no estuviesen interesados en hablarle, o llevarle algún dulce. Es que cuando llegaban a la puerta, Gabe abría, les gruñía—literalmente—y les cerraba la puerta en la cara.

Pero los demás, como que habían hecho de aquello un juego divertido, porque la primera vez, Gabe hizo una especie de sonido similar a un quejido de pitufo gruñón y Xander, decidió seguir llamando a la puerta unas seis veces más. Esperaban a que Gabe se sentara a su lado para volver a llamar. Eran una familia muy amena y divertida.

Y ella entendía a Gabe, porque al ser compañeros sin vincular, su lado salvaje estaba más a superficie y como era medio demonio, era algo más fuerte. Entonces, el que estuviese en peligro, el que hubiese enfermado, todo eso lo hacía actuar más como un cavernícola, pero le gustaba y por las risas que oía fuera de la habitación, todos encontraban divertido al Gabe territorial. Y no co
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