Aunque estoy viejito, puedo majarte las bolas.

Estaban tan entretenidos que no se dieron cuenta de que llamaban a la puerta, por eso cuando golpearon de nuevo, más fuerte, ambos se sobresaltaron lo que les hizo reír. Sin embargo, la felicidad que tenía August se acabó al ver llegar a Michael. Antes de abandonar la habitación el anciano se detuvo frente a él.

—Sabes muchacho que no he sido muy amable.

—Descuide señor. Sé que no soy quien quiere para Emily.

—No, en eso tienes razón.

—¡Abuelo!

—Pero Michael —prosiguió August —he aprendido y no de forma rápida lo reconozco, que debo escuchar a mí nieta. Algo que en esta familia no hemos hecho.

Michael definitivamente no esperaba aquello, la palidez en su rostro hizo que el abuelo se sintiera avergonzado por la forma en que lo había estado tratando.

—¿Señor?

—Es dura, y muy sabia para su edad así que confiaré en su buen juicio. No está de más recordarte que, aunque estoy así, viejito y consumido puedo majarte las bolas.

—Descuide señor, pienso cuidarla bien.

—De a
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