Samantha
Me recosté en el asiento trasero, sintiendo las vibraciones de la música que Octavia había elegido, y que fluía desde el sistema de sonido del auto. Era una mezcla ecléctica que incluía desde éxitos pop hasta canciones clásicas de rock. Cerré los ojos por un momento, sumergiéndome en la melodía y disfrutando de la sensación envolvente que la música creaba.
Observé a Octavia mientras se perdía en la canción que estaba sonando. Sus ojos brillaban con emoción, y cantaba con pasión, como si cada palabra fuera un eco de su alma. Siempre pensó que no tenía en cuenta sus gustos en general, ya sea en la elección de su ropa, sus preferencias musicales o incluso sus intereses en chicos. Pero la verdad es que me encantaba cada pequeño detalle de su personalidad. Su estilo, sus elecciones musicales y hasta sus locuras. Era como si cada cosa que hacía fuera una nota en la partitura de nuestra vida juntas.
En ese momento, se volvió hacia mí mientras cantaba el est
OriónEstábamos sentados en la sala con Lucas, Samuel y los tres entrenadores de la manada, discutiendo sobre las próximas pruebas para la graduación de los lobos que entrenaban en la casa de la manada. Las voces resonaban en la sala de conferencias, cada palabra era un eco de la importancia que otorgábamos a este proceso de selección.Mi mirada se mantenía fija en los informes que se encontraban dispersos sobre la mesa, analizando los resultados con una precisión casi clínica. Las pruebas para los jóvenes lobos debían ser un reflejo de sus habilidades, y no había margen para la debilidad o la indecisión. No me movía una pizca de emoción; simplemente, esto era un deber que debía cumplirse de manera eficiente.Si bien teníamos un sistema educativo fuerte, solo la primaria era igual a la educación de los humanos. En el secundario se profundizaba en el conocimiento sobre los lobos, las manadas, los territorios; podían optar entre diferentes cursos y especializaciones como medicina, estra
OctaviaEntré a la discoteca, segura de mí misma, consciente de que cada centavo invertido en el decorador había valido la pena. Con cada paso que daba en aquel mundo mágico, me sentía más segura de que habíamos tomado la decisión correcta. Las paredes estaban transformadas, cubiertas de telas que simulaban el cielo nocturno, y pequeñas luces blancas parpadeantes evocaban la belleza de las estrellas.Las mesas, organizadas en un círculo alrededor de la pista de baile, capturaban la esencia celestial con adornos cilíndricos en su centro. Dentro de esos cilindros reposaban pequeñas piedras transparentes que, de vez en cuando, destellaban en colores verdes y azules, como si fueran pequeños tesoros que se habían traído del mismísimo cielo.La pista de baile era la joya de la corona. Con su suelo negro, parecía ser el lienzo perfecto para el espectáculo de luces que se desplegaba. Cada tanto, puntos de colores diferentes iluminaban la oscuridad, mientras la máquina de humo liberaba nubes v
Desconocido La observación era mi tarea desde que Orión y Lucas llegaron. Desde las sombras, me mantuve en silencio, siguiéndolos a través de la ruta a la salida del territorio y llegando a la discoteca. El odio que sentía por Orión era antiguo, un veneno que había arraigado en mi alma desde el mismo día en que nací. Siempre quise todo lo que tenía, y me juré a mí mismo que lo conseguiría. Mi vida había sido un infierno, y culpaba a Orión por ello.Mis ojos estaban fijos en él mientras observaba cómo se desarrollaba la escena en la discoteca. Susurros, miradas, la atracción palpable hacia esa chica llamada Octavia, de la que hablaba con Lucas. Escuché su nombre en los susurros de Orión, y anhelaba a esa chica con cada fibra de mi ser. Octavia, un nombre que resonaba en mi mente como una melodía tentadora.Octavia había llamado mi atención desde el momento en que entró en la discoteca. Su cabello estaba recogido en un moño, dejando escapar algunos mechones sobre su cuello y hombros, l
Orión La vi asustada, y eso encendió un fuego en mi interior. No permitiría que nadie la lastimara de ninguna manera. No en mi presencia. Me había llenado de ira y me enfoqué en protegerla a toda costa. Cuando ese tipo intentó insultarla, vi todo rojo y no dudé en enfrentarlo. Estaba dispuesto a todo por su seguridad, aunque eso significara mostrar mi lado más oscuro. Después de regresar a su lado, noté que se separó un poco de mí. Ciro, tomó la palabra en mi mente y me hizo caer en la cuenta de lo que había sucedido. "La asustaste", dijo Ciro con tristeza. Sus palabras me impactaron profundamente, y la preocupación llenó mis pensamientos. ¿Ella tenía miedo de mí? "¿Ella me tiene miedo? No puede ser, la estaba protegiendo...", murmuré a Ciro en mi mente, luchando con la idea de que Octavia pudiera temerme. "Ella no entiende, le asusta que te enojes con ella", me explicó Ciro, tratando de calmar mi agitación. A pesar de sus palabras, sentía una punzada de dolor por haberla asustad
OriónMe sumergí en su piel, susurrándole al oído mis sentimientos sinceros.—Me gustas tanto que no te haces una idea —Octavia se estremeció bajo mis labios y dejó escapar un pequeño gemido que encendió aún más mi deseo. Quería llevarla lejos de allí, de regreso a la manada, y hacerla mía en todos los sentidos posibles. Cada parte de mi ser anhelaba eso, pero también me preocupaba su comodidad y bienestar.—Yo... ¿podríamos ir a por un trago, por favor? —levanté la cabeza de golpe, mirando sus ojos con inseguridad. Mi deseo estaba a flor de piel, pero no quería presionarla ni hacerla sentir incómoda de ninguna manera.—¿Estás bien? Si, claro, podemos hacer cualquier otra cosa —dije con una sonrisa, aunque en mi interior ansiaba seguir con nuestros besos y abrazos —No quiero que te sientas incómoda conmigo.Octavia parecía nerviosa mientras murmuraba sus palabras.—Es que... es que estamos... en medio de la pista... todos nos miran —explicó, mirando disimuladamente a su alrededor. Imi
Octavia —No podemos llegar a casa así, Sam. Detén el auto en una farmacia. —Mi voz temblaba con una súplica apenas audible, rogando para que mi hermana volviera a mí. Eran pocas las veces que Sam se enfadaba de esa manera, pero cuando lo hacía, parecía convertirse en otra persona. Generalmente, necesitaba un poco de tiempo para recuperar el control de sus emociones. Sin embargo, esta vez llevaba más de media hora conduciendo a toda velocidad, y no parecía poder calmarse. —Por favor —susurré, la ansiedad palpable en mi voz—. Me estás asustando. Al oír esas palabras, Sam finalmente apartó la mirada de la carretera y me observó. Su mirada se suavizó un poco, y noté cómo su pie aligeraba la presión sobre el acelerador. Solo asintió en respuesta y disminuyó la velocidad. Gracias a la Diosa, pensé mientras exhalaba un suspiro de alivio. La tensión en el automóvil se hizo más soportable. Habíamos dejado a Orión y Lucas en el callejón donde habíamos estado. Sam, en su ira, había enfrentado
Octavia —Entonces tenemos tiempo de ir de compras, ¿no? —preguntó Sam, su entusiasmo era evidente, sus ojos brillaban. —¡Claro que sí! Almorzaremos fuera hoy, luego iremos de compras y en la noche nos vamos, ¿les parece bien? —añadió papá. —¿Estás dispuesto a pasar la tarde comprando ropa con tres chicas? —pregunté con una sonrisa, sabiendo que a papá no le emocionaba la idea de pasar horas en tiendas de ropa. Siempre terminaba siendo nuestra mula de carga y se aburría, aunque no quisiera admitirlo. Sin embargo, eso solo lo hacía más encantador a nuestros ojos. —No me voy a perder pasar la tarde con mis tres chicas favoritas en el mundo por nada —juró papá, su amor por nosotras era palpable en sus palabras y gestos. —¡Eres el mejor papá! —chilló Sam emocionada y saltó hacia él para abrazarlo, mientras yo sonreía, agradecida por tener una familia tan unida y cariñosa. —Lo sé, lo sé, ahora vayan a correr, las esperamos para ir a almorzar juntos. —papá nos despidió con una sonrisa y
OriónEstaba sentado en mi estudio, un elegante rincón con paredes de color marfil y grandes ventanales que dejaban entrar la luz del sol de la tarde. Mi escritorio de caoba pulida ocupaba el centro de la habitación, donde papeles y documentos se apilaban en orden meticuloso. Sostenía el teléfono con una mano, observando fijamente la foto de Octavia que me había enviado aquel número desconocido. Los rayos de sol filtrados por las cortinas de seda dorada bañaban la imagen, resaltando su belleza sobrenatural.Tres días. Habían pasado tres interminables días desde que despertamos en ese callejón oscuro y sucio, en medio de un caos nocturno. No podía evitar sentir una oleada de frustración al recordar el encuentro.Mi mente aún retumbaba con el eco del golpe que Sam me había propinado, un latigazo de dolor que me dejó inconsciente en un abrir y cerrar de ojos. La habitación estaba impregnada con el aguijón de mi orgullo herido, mi ego maltrecho por haber sido derrotado por una chica.Los