¿Le contará Isabella el secreto que guarda? ¿Se quedará Jacob a su lado?
Un esclavo carecía de autonomía y no era dueño de sí mismo. En el mundo civilizado ya no existía la esclavitud en el modo tradicional, pero de que había esclavos, los había: esclavos del trabajo, de los vicios incontrolables, de la tecnología; del amor. Con toda la información a su disposición, Isabella comprendió que Jacob era un esclavo, sometido por un amor deformado por el odio y la venganza. No dudó que, a pesar de todo, él amara a su padrastro. De otro modo, las cadenas de sus deseos jamás habrían podido apresarlo. Una orden no eran más que palabras si alguien no estaba dispuesto a obedecerla.—¿Qué quieres decirme, Isabella?Ella quería darle un motivo para romper aquellas cadenas que lo apresaban.—Yo... yo realmente me enamoré de ti, Jacob. Y si yo pude hacerlo, con lo diferentes que somos, con lo quisquillosa que soy, cualquiera podría hacerlo, cualquiera podría amarte porque eres encantador. No necesitas a ese hombre en tu vida, puedes... puedes rodearte de personas que te
Acompañada del crepitar de las llamas en la chimenea, la voz de Jacob se apagó ante una llamada telefónica. Solomon contestó. No hub0 gesto en su rostro que delatara el cariz del mensaje, pero no fue necesario, Jacob supo que algo andaba mal en cuanto habló:—Era de la clínica donde está internada Xiomara, hay que ir a buscarla. —¿La dieron de alta?Era demasiado pronto, tendría que permanecer allí unos cuantos meses hasta recuperarse.—No, hizo otra estupidez. La última. A fin de cuentas fue una muy mala inversión.—¿Qué hizo? ¿Acaso intentó...? No sería la primera vez que ella atentaba contra su vida. Solomon asintió.—Y esta vez lo logró. Le diré a Ferguson que se encargue de todo. Sin creer en lo que el hombre decía, y dejando su conversación inconclusa, Jacob se dirigió a la clínica. Tenía que ver a Xio, no creería en nada de lo que le dijeran hasta que la viera por sí mismo.Cuando llegó, la muchacha ya no estaba allí, pero el director lo puso al tanto de lo ocurrido. Había u
Había tres cuidadores en la residencia donde estaba hospedada Matilde, que se turnaban para cuidar a las niñas. Cada uno tenía horarios bien establecidos y rutinas inalterables, por lo que, siendo observadora, era posible determinar donde estaría cada uno a todo instante y encontrar los puntos ciegos en la vigilancia. Y si algo caracterizaba a Matilde eso era lo muy observadora que era, al punto de tener trazada en su cabeza tres rutas alternativas de escape por si algo fallaba. —Tengo dolores menstruales, ¿puedo ausentarme al taller de cocina?—Claro, ve a descansar.Matilde dejó una almohada ocupando su lugar en la cama y esperó la llegada del pedido del supermercado para la semana. Luego sólo tuvo de deslizarse sigilosamente por el jardín mientras se recibían los paquetes, escalar el cerco perimetral y alejarse caminando de manera casual para subir al auto que la esperaba en la esquina. Nadie descubriría su ausencia hasta la cena y faltaban más de seis horas para eso. Tras perder
En el interior de su auto, Isabella inhaló profundamente y se llevó una mano al pecho. Sin saber por qué, comenzó a llorar. La primera sesión con la terapeuta había estado bastante bien, ella no era una mala mujer, mucho menos una mala madre, así que demostrar que era apta para cuidar a Matilde no le sería difícil, sólo debía ser sincera y dejarle claro lo mucho que amaba a su hija. Todo estaba yendo bien, por eso romper en llanto tan repentinamente la hizo sentir muy confundida, angustiada. Llamó al orfanato. Por orden del juez no tenía permitido contactarse con Matilde, pero sí podía preguntarle a sus cuidadores por ella.—Su hija está muy bien, señora. Aquí cuidamos de ella —dijo uno de ellos, con evidente fastidio.—¿Y qué está haciendo? ¿Está en clases? ¿Está comiendo?—Está descansando en su habitación. Ahora, si me disculpa, hay gente que debe trabajar para vivir.Él no lo sabía todavía, pero aquellas rudas palabras más tarde le costarían su trabajo.En la casa de dos pisos e
Amaneció en la ciudad y las calles que todavía dormían se llenaron de la revitalizante luz matinal. Los adultos fueron a sus trabajos, los niños a sus escuelas tal y como cada día. El mundo no había cambiado por mucho que cambiaran las vidas de quienes vivían en él.De quienes vivían y morían. De quienes nacían y crecían.El sol seguiría saliendo allá en lo alto y, por muy intenso que fuera su brillo, siempre habría más de alguien con sombras en el corazón. Isabella acomodó las flores, lirios de diferentes colores, rodeados por varias manzanillas, las flores favoritas de Matilde. Un día como hoy, hacía dieciocho años, su hija había llegado al mundo, entre risas y llantos de emoción. Hoy, en vez de estar organizando su fiesta de cumpleaños, alistaba las flores que decoraban su tumba. Dieciocho años. Matilde estaría egresando de la escuela y preparándose para cursar estudios superiores. Era tan lista, podría haber cursado cualquier carrera que quisiera, podría haber llegado hasta el ci
—No me esperes hoy, voy a quedarme con July —avisó Matilde. Terminó de desayunar y fue por su mochila.A sus quince años era una jovencita muy responsable y se había ganado el derecho de quedarse fuera, sobre todo cuando sus padres salían por negocios. Además, con July se conocían desde el jardín de niños, así que no había problemas. Estaría segura a su lado.—Salúdame a sus padres —dijo Isabella, mientras respondía unos correos electrónicos.Buscaba un ascenso y quería destacarse. Ya llevaba un buen tiempo siendo asesora financiera en el banco y ahora se había habilitado una plaza para la sub gerencia. Ese puesto sería suyo, como que se llamaba Isabella Crown.—Sus padres se separaron, ya te lo había contado.En su portafolios tenía a un destacado empresario que solicitaba un crédito, con muy buenos antecedentes financieros. Si lograba que finalmente lo pidiera con ella se anotaría unos puntos. Matilde se la quedó mirando, tan concentrada en la pantalla. —Da igual, nos vemos mañana
—Por favor, contesta, m4ldita sea. Era la cuarta vez que Isabella llamaba a su esposo y era la cuarta vez que él le rechazaba la llamada. El chupasangre de su abogado contestó a la primera y ni siquiera estaba muy segura de por qué lo había llamado a él y no a alguien de la familia.Llegó incluso antes que los detectives.—¿Qué te pasó en la cabeza?Por el impacto de la noticia, Isabella se había desmayado. Tenía un chichón que se había cubierto con un improvisado parche porque sangraba un poco. —Eso es lo de menos. ¡Encontraron a una muchacha muerta, dicen que puede ser mi hija, George! —le explicó—. Se llevó su bolso Pr4da, le dije que no lo sacara. Tal vez la asaltaron... ¡Esto no puede estar pasando!Las manos le temblaban y estaba muy pálida, todavía con la bata de baño luego de la ducha. George la abrazó. En su confusión, Isabella se preguntaba cuánto le cobraría por dejarla llorar en su hombro. Y se odió a sí misma, pero ya no controlaba lo que pensaba.—Pero qué fue lo q
Mediodía del domingo diez de mayo, Matilde llevaba un día desaparecida, los detectives no habían vuelto a llamar a Isabella y su té se enfriaba en el mesón de la cocina. Intentaba pensar, buscar una idea en su cabeza pantanosa donde todo se había estancado. Matilde era una buena niña, pero le había mentido sobre quedarse con July.¿En qué más le mentiría?Era una muchacha tranquila, no tenía novio, no fumaba ni bebía, no se metía en problemas... ¿Era así realmente? Ya no tenía certezas de nada.La puerta de la entrada abriéndose puso de nuevo su mundo en movimiento y salió corriendo. Era Oliver. Jamás sintió tanta decepción de ver llegar a su esposo.—Te dije que yo te llamaría, no me gusta que me interrumpan en las reuniones —dejó su maleta al pie de la escalera y revisó algo en su teléfono.Ningún beso de reencuentro o palabras de afecto. "¿Todo bien en mi ausencia, Isabella?" "¿Me extrañaste, amor? Yo te extrañé mucho" "¡Qué alegría estar en casa!"Nada de eso hub0, sólo un hombr