Isabella por fin es libre, pero los problemas la persiguen. ¿Qué estará planeando Matilde ahora? ¿A dónde habrá ido Jacob?
En el asiento trasero del auto de la policía, Isabella se posó una mano en el vientre. Ya no le dolía, pero hasta hace poco, una punzada lacerante la había dejado sin aliento."¿Cómo puede escucharla? ¡Ella no está bien!", le había dicho a la asistente social."¿Intenta invalidar su testimonio? Si está bien o no, eso lo decidirán los especialistas"."Mamá es la que no está bien, está celosa de mí y su novio. Quiso matarme, pero él se interpuso y ahora está herido. ¡Ella tiene que estar encerrada, no él!".Era su palabra contra la de su hija, una pobre muchachita desvalida y aterrada.Mary la recibió al llegar a casa. Quién diría que tener altos niveles de arsénico en el cuerpo le jugaría a favor ante las denuncias de Matilde, sumado a que Jacob se había fugado. Al menos sirvió para sembrar la duda y darle algo de ventaja, pero no podría acercarse a su hija mientras durara la investigación. La muchacha estaba ahora bajo cuidado del Estado. —¿Qué está pasando, Isabellita?Isabella suspi
Isabella y Oliver entraron juntos a la audiencia, Matilde, el fruto del amor que alguna vez los unió, ahora los demandaba para obtener su emancipación."¡Es absurdo!", se repetía Isabella. Estaba lejos de comprender el rumbo que habían tomado las cosas desde aquella mañana en que se despidió de su hija luego del desayuno, hacía una vida atrás. Matilde ya no era la misma, ninguno era el mismo, reflexionó, mirando a Oliver en la silla de ruedas a su lado.La muchacha llegó usando gafas oscuras, avanzó por la sala con paso vacilante, hasta temeroso, y se sentó acompañada de la asistente social y su abogado.—¿Ese no es Arturo Rodríguez? —le preguntó Isabella a Oliver.—Claro que es él. ¿De dónde pudo sacar Matilde dinero para pagar un abogado así?Rodríguez era un abogado experto en casos tributarios, la primera opción de los peces gordos poco asiduos a pagar los impuestos. No era para nada un filántropo interesado en causas sociales, no salía de su casa por cifras con menos de seis ceros
Qué vacía volvía a sentirse la casa sin Matilde, demasiado grande y silenciosa. Sin nada que hacer, salvo ayudar a Mary en algunas tareas domésticas, el día de Isabella se le hacía eterno.No la habían dejado hablar con Matilde y Rodríguez tampoco había querido decirles la identidad de quien le pagaba sus jugosos honorarios, pero ya había puesto en antecedente a Tobar sobre Solomon Herbert.—¿Ha podido hablar con Matilde? —le preguntó al detective.—No, la psicóloga de servicios infantiles no lo consideró prudente de momento, me dijo que su hija tuvo una crisis.El rostro de Isabella se llenó de angustia.—Si me permite decirlo, Matilde sabe más de lo que le conviene admitir y está aprovechando todo esto para evadir responsabilidades. Tenemos una testigo que afirma que ella iría con July al evento de Meyerson la noche en que desapareció. De hecho, habría sido Matilde quien involucró a July en el asunto, su testimonio terminará por hundir a Erick Johnson porque tenía tratos directos con
Un esclavo carecía de autonomía y no era dueño de sí mismo. En el mundo civilizado ya no existía la esclavitud en el modo tradicional, pero de que había esclavos, los había: esclavos del trabajo, de los vicios incontrolables, de la tecnología; del amor. Con toda la información a su disposición, Isabella comprendió que Jacob era un esclavo, sometido por un amor deformado por el odio y la venganza. No dudó que, a pesar de todo, él amara a su padrastro. De otro modo, las cadenas de sus deseos jamás habrían podido apresarlo. Una orden no eran más que palabras si alguien no estaba dispuesto a obedecerla.—¿Qué quieres decirme, Isabella?Ella quería darle un motivo para romper aquellas cadenas que lo apresaban.—Yo... yo realmente me enamoré de ti, Jacob. Y si yo pude hacerlo, con lo diferentes que somos, con lo quisquillosa que soy, cualquiera podría hacerlo, cualquiera podría amarte porque eres encantador. No necesitas a ese hombre en tu vida, puedes... puedes rodearte de personas que te
Acompañada del crepitar de las llamas en la chimenea, la voz de Jacob se apagó ante una llamada telefónica. Solomon contestó. No hub0 gesto en su rostro que delatara el cariz del mensaje, pero no fue necesario, Jacob supo que algo andaba mal en cuanto habló:—Era de la clínica donde está internada Xiomara, hay que ir a buscarla. —¿La dieron de alta?Era demasiado pronto, tendría que permanecer allí unos cuantos meses hasta recuperarse.—No, hizo otra estupidez. La última. A fin de cuentas fue una muy mala inversión.—¿Qué hizo? ¿Acaso intentó...? No sería la primera vez que ella atentaba contra su vida. Solomon asintió.—Y esta vez lo logró. Le diré a Ferguson que se encargue de todo. Sin creer en lo que el hombre decía, y dejando su conversación inconclusa, Jacob se dirigió a la clínica. Tenía que ver a Xio, no creería en nada de lo que le dijeran hasta que la viera por sí mismo.Cuando llegó, la muchacha ya no estaba allí, pero el director lo puso al tanto de lo ocurrido. Había u
Había tres cuidadores en la residencia donde estaba hospedada Matilde, que se turnaban para cuidar a las niñas. Cada uno tenía horarios bien establecidos y rutinas inalterables, por lo que, siendo observadora, era posible determinar donde estaría cada uno a todo instante y encontrar los puntos ciegos en la vigilancia. Y si algo caracterizaba a Matilde eso era lo muy observadora que era, al punto de tener trazada en su cabeza tres rutas alternativas de escape por si algo fallaba. —Tengo dolores menstruales, ¿puedo ausentarme al taller de cocina?—Claro, ve a descansar.Matilde dejó una almohada ocupando su lugar en la cama y esperó la llegada del pedido del supermercado para la semana. Luego sólo tuvo de deslizarse sigilosamente por el jardín mientras se recibían los paquetes, escalar el cerco perimetral y alejarse caminando de manera casual para subir al auto que la esperaba en la esquina. Nadie descubriría su ausencia hasta la cena y faltaban más de seis horas para eso. Tras perder
En el interior de su auto, Isabella inhaló profundamente y se llevó una mano al pecho. Sin saber por qué, comenzó a llorar. La primera sesión con la terapeuta había estado bastante bien, ella no era una mala mujer, mucho menos una mala madre, así que demostrar que era apta para cuidar a Matilde no le sería difícil, sólo debía ser sincera y dejarle claro lo mucho que amaba a su hija. Todo estaba yendo bien, por eso romper en llanto tan repentinamente la hizo sentir muy confundida, angustiada. Llamó al orfanato. Por orden del juez no tenía permitido contactarse con Matilde, pero sí podía preguntarle a sus cuidadores por ella.—Su hija está muy bien, señora. Aquí cuidamos de ella —dijo uno de ellos, con evidente fastidio.—¿Y qué está haciendo? ¿Está en clases? ¿Está comiendo?—Está descansando en su habitación. Ahora, si me disculpa, hay gente que debe trabajar para vivir.Él no lo sabía todavía, pero aquellas rudas palabras más tarde le costarían su trabajo.En la casa de dos pisos e
Amaneció en la ciudad y las calles que todavía dormían se llenaron de la revitalizante luz matinal. Los adultos fueron a sus trabajos, los niños a sus escuelas tal y como cada día. El mundo no había cambiado por mucho que cambiaran las vidas de quienes vivían en él.De quienes vivían y morían. De quienes nacían y crecían.El sol seguiría saliendo allá en lo alto y, por muy intenso que fuera su brillo, siempre habría más de alguien con sombras en el corazón. Isabella acomodó las flores, lirios de diferentes colores, rodeados por varias manzanillas, las flores favoritas de Matilde. Un día como hoy, hacía dieciocho años, su hija había llegado al mundo, entre risas y llantos de emoción. Hoy, en vez de estar organizando su fiesta de cumpleaños, alistaba las flores que decoraban su tumba. Dieciocho años. Matilde estaría egresando de la escuela y preparándose para cursar estudios superiores. Era tan lista, podría haber cursado cualquier carrera que quisiera, podría haber llegado hasta el ci