Chantal.Miró a los ojos a la castaña, la forma en la que sus orbes verdes se teñían de angustia. La forma afligida en la que se tocaba el pecho, intentando valer su punto de vista ante el de su hermana."Tal vez no todos tengan la misma forma de amar" Sin dudas, eso que desprendía Amber no era más que el miedo de perder a quien amaba. Quiso comentar algo al respecto, pero qué podría agregar ella, no sabía que podía aconsejar en esos casos.Vio como Anne se marchó de la sala con el ceño fruncido y la castaña la seguía incómoda con la mirada, y con las disculpas en la misma punta de la lengua. Intentó calmar la situación, pero en ese preciso instante tocaron la puerta. Amber se levantó sin ánimos a abrirla. A la vez que Chantal rebuscaba en su cerebro que decir a todo lo ocurrido, pero el chillido de emoción de su amiga la sacó de todo sus divagues. Esta se aferraba al cuerpo del fornido a la vez que se lo comía a besos. James le correspondía candentemente. La rizada intentó apartar
Chantal.Justo cuando pensó refutarle las puertas del elevador se abrieron. Salió disparada de la jaula de metal como alma que lleva el diablo. Había sentido las palabras de aquel chico como si de un veneno lento mortal se tratasen, de esos que iba directo al cerebro y se instalaba en este para esparcir las toxinas por todo el cuerpo provocando una muerte inevitable. Ese Sam, que había a sus espaldas, no era el que ella suponía conocer.—Buenas tardes —la chocante voz de Debby hizo que detuviera su intento de huida—, a los dos —espetó con molestia mirando por encima del hombro de la rizada al hombre que se encaminaba hacia ellas.—Buenas tardes, Debby —saludó con un tono firme. Sam, por su parte se limitó a asentir.—Es bueno verlos a los dos —su mirada avellanada les recorrió juiciosamente—. Tienen mucho trabajo que hacer como para darse el lujo de andar fraternizando tanto.—Nos encontramos de casualidad, Debby —espetó el barbudo rodando los ojos—. Además lo que hagamos en nuestro t
Dixon....Sus carnosos labios le besaban con premura. Las finas manos le esculpían el pecho a la vez que lo arrinconaba en una esquina de la enorme cocina de la mansión Derricks. El corazón le latía rápido, más por lo que aquella mujer le provocaba que por la excitación misma. Harper gemía con cada contacto de piel, era un poco ruidosa, y eso a él le encantaba. Adoraba la idea de ser sorprendidos por cualquiera en una situación tan comprometedora. Le daba vida a ese juego que ambos se atrevían a practicar en cada ocasión oportuna. No había mujer como esa, al menos no una que él hubiese probado. Ella era amante del peligro, de lo prohibido, una diosa en la cama que eras capaz de subirlo al cielo y bajarlo hasta el infierno en cuestiones de segundos. Harper no era la manzana, era la misma serpiente del paraíso, cargada de todo lo pecaminosamente delicioso que pudiera existir en el mundoLa tomó del cuello y la giró bruscamente, haciendo que su cuerpo chocase con la pared. Le tomó los la
Dixon.Aquellas palabras se le clavaron en el pecho como un puñal cargado de recuerdos tan hirientes como gratificantes. Era verdad, ella había sido el principio, en lo que se había convertido, en un hombre que va de cama en cama robando orgasmos femeninos. Tal y como Harper lo había adiestrado. Ella lo había usado para darle el placer que su padre no le proporcionaba. Por su mente pasó todo en cuestión de segundos, la diversión fortuita, los gemidos ocultos, la excitación profanada, los celos inexpresables. Las tantas veces que ella se había escurrido en su habitación en la madrugada. Los "te amo" de ambas partes, y la decepción sentida al arriesgar todo por ella para nada.Desde ese último momento había sentido que el vacío lo consumía, nunca volvió a ver a una mujer con respeto, todas le parecían iguales. Máquinas de placer, nada más. Tiñó su vida con la arrogancia y cerró su corazón. En cierto punto la mujer frente a él tenía razón, él había sido en lo que ella lo había convertid
Dixon.—Me alegra que lo pienses así —le habló en tono reconfortante—. Es eso o quedar arruinados por Harper. Sí, porque sabemos que nos va a sacar hasta el último centavo por su silencio.—Lo intenté todo, Derek —confesó angustiado—. Quise alejarla de todo, quise mantener la mentira, quise olvidar el abismo en el que nos lancé.—Intentaste todo menos la verdad, Dixon —suspiró con pesadez—, y tal vez esa sea la mejor solución.—¿La mejor? —le dijo incrédulo—. Si le hubiera dicho el porqué irrumpimos en su vida no nos miraría la cara, Derek.—Lo sé, pero tampoco estaba en el plan que tuvieras una relación con ella.—No me arrepiento por mí ¿Cómo podría? Si ella es lo mejor que me ha pasado —cerró los ojos con amargura—. Lo siento por ella, porque siento que la estoy arrastrando a una verdad que no es mía, a una que sé que ella no quería conocer.—De nada vale lamentarse —le habló fuerte—. Sabíamos que esto iba a pasar. Te apoyé en todo y lo seguiré haciendo. Como quiera que sea, ambos
Chantal.La inseguridad le devoraba el alma, como una jauría salvaje que solo trae susurros desesperanzados a lo que había sido un corazón lleno de aliento. Yacía sobre su cama, sintiendo que el mullido lecho que tantas veces fue su refugio ahora la incomodaba de la peor manera. Todo se le hacía demasiado chico, todo ameritaba una queja, una razón para salir de allí e ir a buscarle. Eran pasadas las once de la noche y él no había llegado. Intentó mantener la calma, pero le era imposible, apenas había comido bien. Quiso ocupar su mente estudiando, pero la misma duda le seguía revoloteando los nublados sentidos ¿Quién era esa mujer?. Esa hermosa mujer, Harper. Como creyó escuchar que él la había nombrado. Seis letras que revolucionaron todo a su alrededor de una forma abrupta e injustificada.Cada vez que cerraba los ojos recordaba sus celestes orbes mirándola con superioridad, arrogancia, con un aire triunfal. Como si la conociera de algún lado. Como si supiera algo que ella ignoraba.
Chantal.Esperó unos minutos antes de salir de la habitación. Corrió hasta su cuarto y cerró la puerta con sigilo. Se acostó en su cama haciéndose un ovillo, usando su colcha como si de una fortaleza impenetrable se tratara. Entonces, escuchó el errático latir de su corazón producto del susto pasado. Intentó buscar sentido en todo, en la tardanza de Dixon, en las insinuantes palabras de James, en la reciente invasión de su mejor amiga al revelar algo tan íntimo sobre ella. Todo le daba vueltas en la cabeza y la hacían sentir al borde del colapso. Percibía las situaciones distantes, y a la vez entrelazadas de una forma inexplicable. No pudo de esa manera dejar de pensar en su madre, en la falta que le hacía. En el dolor que le ameritaba el simple recuerdo de lo que era. En lo mucho que temía terminar igual a ella.Quedó dormida sin saber a qué hora, el tiempo en esos momentos parecía transcurrir demasiado lento. A pesar de estar en un letargo a ojos cerrados, logró sentir como la puer
Chantal.Había sido una declaración que dejaba mucho que pensar del hombre frente a ella, que lo llegaba a caracterizar de la peor manera, de una que ella nunca imaginó. Era demasiado fuerte eso que corría por sus venas a la vez que los segundos pasaban entre ellos sin decir una palabra. No podía dejar de pensar en aquella hermosa mujer, en todo lo que él había manifestado sobre ella, en lo que había hecho por ella, en el candente amor que había sentido o aún sentía. Una punzada se clavó en su pecho. Recordó como los celestes ojos de Harper la habían mirado, restregando su victoria contra los negros de ella. Esa mujer era consciente de la fuerte historia que ambos compartían y de que Dixon, no sería capaz de resistírsele.—Si te digo, que no sucedió nada entre nosotros —continuó él—, ¿me creerías, Chantal? —los ojos de la rizada se cristalizaron—. Confiarías en mí, en mi palabra.... —¡No sucedió nada, Clarisse! —Robert evitaba a su madre que no dejaba de gritar y arrojar cosas en su