Sergio se quedó inmóvil, su rostro una máscara de emociones contradictorias. El silencio que siguió fue ensordecedor, solo interrumpido por la respiración agitada de Naomi y el suave tarareo de Alexandre, ajeno a la tensión que se había apoderado de la habitación.Finalmente, Sergio habló, su voz ronca y cargada de emoción. Cerró los ojos, como si necesitara recuperar el control. Las emociones lo abrumaban: miedo, felicidad, sorpresa, incertidumbre. Todo se mezcló, y por unos segundos no supo cómo reaccionar.—¿No pensabas decírmelo? —preguntó finalmente, tratando de ordenar sus pensamientos.Naomi lo miró directamente a los ojos, su expresión cargada de una profunda emoción.—Claro que sí, apenas me acabo de enterar. Estaba esperando el momento adecuado para confesártelo, porque con todo lo que ha pasado entre nosotros… tenía miedo de cómo ibas a reaccionar —admitió, las lágrimas empezando a brotar nuevamente.En ese momento apareció la enfermera y Naomi le pidió un favor.—Disculpe,
Ese mismo día se fueron a Houston, para su alivio el vuelo fue de solo una hora y media. Mientras Sergio la llevaba a la clínica donde su madre estaba recibiendo tratamiento, Naomi estaba ansiosa porque no sabía qué esperar. A medida que el auto se acercaba al edificio, su corazón latió con fuerza, inundado de una mezcla de esperanza y temor. No había estado preparada para la noticia, y todavía le costaba aceptar que le hubieran ocultado algo tan importante. Pero ahora, con la oportunidad de ver a su madre, solo deseaba que todo saliera bien.—Aquí estamos —murmuró Sergio cuando el auto se detuvo frente a la clínica.Naomi respiró hondo antes de bajar. Los guardaespaldas la ayudaron, y le dieron un par de muletas para movilizarse. Sergio por su parte, se subió a su silla sosteniéndose con los brazo, mientras el pequeño Alexandre lo esperaba a un lado. Cuando avanzaban por los pasillos, el nerviosismo la invadía. Al llegar a la habitación donde estaba su madre, Naomi detuvo sus pasos
Sergio no tuvo más opción que acceder al firme pedido de Naomi, su esposa, quien por su postura no estaba dispuesta a ceder ni siquiera un ápice.La preocupación en sus ojos era palpable, y para asegurarse de que él cumpliría con lo que ella le había solicitado, lo acompañó a conversar con los médicos que estaban llevando su caso.Por eso, en ese instante, ambos se enfrentaban a la dura realidad, los médicos lo estaban regañando por haber abandonado su tratamiento de manera repentina, poniendo en riesgo su salud y su progreso.Los especialistas lo miraban con seriedad, y uno de ellos, sin rodeos, le recriminó.—Señor Castillo, sabe que interrumpir un tratamiento experimental puede ser muy contraproducente. Abandonarlo así pone en riesgo su progreso, su salud.Sergio sintió un nudo en el estómago. La culpa lo invadía, pero había una razón poderosa detrás de su decisión. —Entiendo… pero es que mi esposa y mi hijo habían desaparecido y temían por sus vidas. Ahora que ellos están de vuel
Por varios segundos, Alejandro y Amelia se congelaron, incrédulos por un momento. La emoción les inundó el corazón y las lágrimas brotaron instantáneamente de los ojos de ambos. Alejandro corrió hacia ella, levantándola en el aire, riendo con una mezcla de incredulidad y pura felicidad.—¡Dios mío, Anaís! ¡Lo hiciste! ¡Hablaste! —profirió, su voz rota por la emoción.—¡Mi amor! ¡Nuestra pequeña está hablando! —exclamó Amelia, su voz quebrada por la emoción.Se cubrió el rostro con sus manos, sin poder contener ese tumulto de emociones que se agitaban en su interior y las lágrimas que corrían libremente por su rostro.Se acercó a su hija, tomándola entre sus brazos y susurrando palabras de amor.—Hola, mi princesa. Hemos esperado este momento —dijo entre sollozos.Amelia y Alejandro la besaban, la abrazaban, no sabían si llorar o reírse, así que en momentos lloraban y en otros reían, y es que la emoción era indescriptible. Escuchar la voz de su hija, esa que creyeron que nunca tendrían
Ese día todos estaban sentados ansiosos en uno de los gimnasios de la clínica de rehabilitación que tenía una puerta que daba hacia el jardín. Era un día muy especial, porque conocerían los avances que había tenido Sergio.Y aunque ella había estado pendiente de su tratamiento, él le había pedido no ver sus avances hasta que estuviera bastante preparado para mostrárselo. Por eso, en ese momento, la atmósfera estaba cargada de emoción y esperanza, y las sonrisas brillaban en cada rostro. Allí estaban, unidos como una familia, presenciando el resultado de meses de trabajo arduo, fe y perseverancia.Sergio estaba en la silla de ruedas en el centro, cuando de pronto se levantó poco a poco, mientras todos lo miraban expectante.Naomi se llevó una mano a la boca, sin poder creer lo que observaba. No pudo evitar mirarlo con orgullo, mientras Alexandre corría hacia él para sostener su mano. Alejandro y Amelia, con Anaís, entre ellos, observaban la escena con una mezcla de asombro y felicida
Naomi lo miró con una mezcla de preocupación y comprensión. Sabía que Alexandre estaba pasando por un momento difícil, y la noticia de quedarse en Houston solo lo hacía más duro para él. Se acercó a su hijo, y se arrodilló frente a él.—Mi amor, entiendo que esto es difícil para ti —dijo con voz suave, acariciando su mejilla—. Anaís es tu mejor amiga y sé cuánto la quieres. Pero a veces en la vida tenemos que hacer cambios, aunque sean dolorosos. Y bueno, los adultos debemos tomar decisiones pensando en el bienestar de toda la familia.El niño por un momento se quedó en silencio. Su rostro bañado en lágrimas, en un principio parecía que iba a entender, hasta que sus próximas palabras mostraron lo equivocado que estaba.—¡Yo no soy adulto! Yo no me voy a quedar aquí, me iré a Nueva York, ¡Y es mi última palabra! —espetó furioso y salió corriendo hacia el jardín sin mirar atrás.Sergio estuvo a punto de seguirlo para hablar con su hijo, cuando Naomi le puso una mano en el brazo, deteni
Anaís y Alexandre, tras ponerse de acuerdo sobre la idea del matrimonio. Se encontraron con la preocupación de quién los ayudaría a hacer la ceremonia, cuando de pronto miraron alrededor, y vieron a una niña como de siete años, de cabello rizado y ojos curiosos, que caminaba hacia ellos. Cuando se acercó, ellos lo saludaron con una sonrisa.Apenas la vio, Anaís abrió los ojos emocionada y, de inmediato, se inclinó hacia Alexandre para susurrarle al oído.—Ella nos puede casar —le dijo, cubriendo su boca con las manos.Alexandre, animado por la idea, se acercó a la niña, que seguía observándolos con curiosidad.—Necesitamos un favor tuyo. ¿Puedes ayudarnos? —le dijo con entusiasmo, tratando de no levantar sospechas.—Claro, ¿En qué puedo ayudarlos? —preguntó la niña, mirándolos con una mezcla de intriga y diversión.—Queremos que nos ayude a casarnos —dijo Alexandre con seriedad.La niña abrió los ojos con sorpresa, sin saber si debía reírse o tomarlo en serio, pero Anaís, como siemp
Mientras los niños corrieron hacia el salón donde estaban sus padres. Naomi los observaba, una sonrisa agridulce dibujándose en sus labios. Su corazón se encogía al pensar en la inocencia de su hijo y su amiga, ajenos a las complicaciones del mundo adulto que les rodeaba.Sergio se acercó a ella, con lentos pasos, anunciando su presencia. —¿Qué sucede, mi amor? —preguntó, notando la expresión melancólica en el rostro de Naomi.Ella suspiró profundamente, acariciando su vientre abultado. —Es que... verlos así, tan felices y despreocupados... Me hace pensar en todo lo que van a enfrentar cuando crezcan.Sergio tomó su mano, entrelazando sus dedos con los de ella. —Lo sé, pero también tendrán momentos hermosos como este. Naomi asintió, pero la preocupación no abandonaba sus ojos. —¿Estamos haciendo bien Sergio, en alejarlo de Anaís? Tengo miedo de que eso lo afecte y lo haga infeliz y de no ser buena.Él la atrajo hacia sí, abrazándola lo mejor que podía desde su posición. —Seremos