Naomi lo miró con una mezcla de preocupación y comprensión. Sabía que Alexandre estaba pasando por un momento difícil, y la noticia de quedarse en Houston solo lo hacía más duro para él. Se acercó a su hijo, y se arrodilló frente a él.—Mi amor, entiendo que esto es difícil para ti —dijo con voz suave, acariciando su mejilla—. Anaís es tu mejor amiga y sé cuánto la quieres. Pero a veces en la vida tenemos que hacer cambios, aunque sean dolorosos. Y bueno, los adultos debemos tomar decisiones pensando en el bienestar de toda la familia.El niño por un momento se quedó en silencio. Su rostro bañado en lágrimas, en un principio parecía que iba a entender, hasta que sus próximas palabras mostraron lo equivocado que estaba.—¡Yo no soy adulto! Yo no me voy a quedar aquí, me iré a Nueva York, ¡Y es mi última palabra! —espetó furioso y salió corriendo hacia el jardín sin mirar atrás.Sergio estuvo a punto de seguirlo para hablar con su hijo, cuando Naomi le puso una mano en el brazo, deteni
Anaís y Alexandre, tras ponerse de acuerdo sobre la idea del matrimonio. Se encontraron con la preocupación de quién los ayudaría a hacer la ceremonia, cuando de pronto miraron alrededor, y vieron a una niña como de siete años, de cabello rizado y ojos curiosos, que caminaba hacia ellos. Cuando se acercó, ellos lo saludaron con una sonrisa.Apenas la vio, Anaís abrió los ojos emocionada y, de inmediato, se inclinó hacia Alexandre para susurrarle al oído.—Ella nos puede casar —le dijo, cubriendo su boca con las manos.Alexandre, animado por la idea, se acercó a la niña, que seguía observándolos con curiosidad.—Necesitamos un favor tuyo. ¿Puedes ayudarnos? —le dijo con entusiasmo, tratando de no levantar sospechas.—Claro, ¿En qué puedo ayudarlos? —preguntó la niña, mirándolos con una mezcla de intriga y diversión.—Queremos que nos ayude a casarnos —dijo Alexandre con seriedad.La niña abrió los ojos con sorpresa, sin saber si debía reírse o tomarlo en serio, pero Anaís, como siemp
Mientras los niños corrieron hacia el salón donde estaban sus padres. Naomi los observaba, una sonrisa agridulce dibujándose en sus labios. Su corazón se encogía al pensar en la inocencia de su hijo y su amiga, ajenos a las complicaciones del mundo adulto que les rodeaba.Sergio se acercó a ella, con lentos pasos, anunciando su presencia. —¿Qué sucede, mi amor? —preguntó, notando la expresión melancólica en el rostro de Naomi.Ella suspiró profundamente, acariciando su vientre abultado. —Es que... verlos así, tan felices y despreocupados... Me hace pensar en todo lo que van a enfrentar cuando crezcan.Sergio tomó su mano, entrelazando sus dedos con los de ella. —Lo sé, pero también tendrán momentos hermosos como este. Naomi asintió, pero la preocupación no abandonaba sus ojos. —¿Estamos haciendo bien Sergio, en alejarlo de Anaís? Tengo miedo de que eso lo afecte y lo haga infeliz y de no ser buena.Él la atrajo hacia sí, abrazándola lo mejor que podía desde su posición. —Seremos
Meses después.El tiempo fue pasando, en Nueva York, Alejandro, Amelia y Anaís, disfrutaban de un día tranquilo lleno de paz y la estabilidad. Ansiosos por ver el nuevo miembro de la familia que estaba a pocos días de llegar. Amelia nadaba de un lugar a otro, sin perder la oportunidad de disfrutar de la piscina. Alejandro, siempre pendiente de su esposa, decidió unirse a ella para pasar un rato juntos. Entretanto, Anaís, en el interior de la casa, hablaba por videollamada con Alexandre.Durante todo ese tiempo, los niños habían mantenido la comunicación, estaban inmersos en su mundo, riéndose y compartiendo historias como si la distancia entre ellos no existiera.En la piscina, Alejandro flotaba cerca de Amelia, mirándola con ternura mientras ella disfrutaba del agua.—No puedo creer que falta tan poco —dijo él, acariciando suavemente su vientre bajo el agua y dándole suaves besos.Y es que la experiencia para él era nueva, por no haber tenido la oportunidad de estar con ella mientra
Al llegar al hospital, el médico revisó a Amelia y al bebé, confirmando que ambos estaban en perfectas condiciones. La alegría en el rostro de Alejandro era evidente mientras acompañaba a su esposa y a su hijo hasta la habitación privada que les asignaron. Allí, por fin pudieron relajarse después de la intensidad del parto en casa.Unas horas después, Esmeralda y Anaís llegaron para conocer al nuevo miembro de la familia. La emoción de Anaís era palpable; apenas podía contener su entusiasmo cuando vio a su hermanito envuelto en suaves mantas blancas. —¿Puedo alzarlo? —preguntó la pequeña con una mezcla de curiosidad y emoción, mientras miraba con asombro al pequeño rostro que apenas había llegado al mundo.—Claro —dijo Amelia.—Ven y te ayudo mi niña —se ofreció Esmeralda,Con cuidado, su abuela se lo puso en los brazos, mientras Anaís no dejaba de sonreír emocionada.—¿Cómo vamos a llamar a mi hermanito? —preguntó Anaís, sus ojos brillando conmovida, sin apartar la vista del bebé.A
La llegada prematura de la hija de Sergio y Naomi se convirtió en una carrera contra el tiempo. Sergio, a pesar de su carácter fuerte, sintió los nervios a flor de piel mientras caminaba con su esposa a la sala de emergencias. El personal médico los vio, y fue a su encuentro con rapidez y profesionalismo, y Naomi, aunque asustada, trataba de mantenerse calmada mientras Sergio le ofrecía palabras de apoyo.—Tranquila, mi amor, te prometo que todo estará bien.Alejandro, que había decidido acompañarlos hasta la sala de emergencias, le dio a Sergio una palmada en el hombro y le susurró al oído.—Escucha, amigo, no vayas a ver nada que no sea a tu mujer mientras está pujando, ¿me entiendes? Te lo digo en serio. Si te atreves a mirar… vas a acabar en el suelo, igual que yo. No me hagas quedar mal, ¿de acuerdo? —dijo Alejandro, intentando romper la tensión con una sonrisa burlona.Sergio asintió con una media sonrisa, consciente de que Alejandro tenía razón. Sabía que su amigo había tenido
Días después.Tras unos días de recuperación en el hospital, Naomi y su hija recibieron el alta médica. Alejandro y Amelia ofrecieron a Sergio y su familia un ala de su casa para que pudieran recuperarse y descansar sin prisas, algo que Sergio aceptó con gratitud, sobre todo porque no quería arriesgarse en volar con ellas hasta Houston, porque quería estar seguro de que estaría bien. Así que habilitó el espacio, teniendo que adquirir muchas cosas que ya tenían en su casa, pero que eran necesarias para la comodidad de su hija y Naomi, porque la princesa quiso nacer en Nueva York. Además, deseaba que su esposa estuviera cómoda y bien atendida, especialmente después del esfuerzo que significó el nacimiento de su hija.Cuando llegaron a la casa, los cuatro, las dos madres, Apolo y Nohelia, como le habían puesto a la pequeña, Alejandro y Esmeralda, los estaban esperando. Habían organizado una pequeña fiesta de bienvenida para celebrar la llegada de los bebés.Adornaron la sala principal
Naomi contuvo la respiración, su corazón latiendo con fuerza ante la revelación de Marina. La tensión en la habitación era palpable, como si el aire mismo se hubiera vuelto denso y pesado. Sergio, por su parte, se quedó inmóvil, su rostro una máscara de incredulidad.—Pueden ir a la habitación contigua y así hablan con comodidad —expresó Alejandro mientras los guiaba a un salón donde los dejó a los cuatro y se llevó Alexandre,—¿Crisis? —murmuró finalmente Sergio, su voz apenas audible—. ¿Cómo es posible? Las empresas Castillo siempre han sido...—Invencibles, lo sé —interrumpió Marina, su voz quebrándose ligeramente—. Pero los tiempos han cambiado, hijo. Necesitamos tu visión, tu talento. Sin ti, todo por lo que hemos luchado se desmoronará.Naomi observó a su esposo, notando cómo sus hombros se tensaban bajo el peso de la confesión de su madre. Conocía demasiado bien esa mirada en sus ojos, esa lucha interna entre el amor por la empresa familiar y lo nuevo que había construido con s