—¡Suéltame! —gritó Naomi, con toda la fuerza que pudo mientras intentaba por todos los medios zafarse de las manos que la mantenían prisionera.Tuvo la impresión de que el bullicio de la discoteca disminuyó momentáneamente, y algunos clientes, los más cercanos a donde estaba, la observaron con curiosidad, pero nadie se atrevió a intervenir.Los demás seguían danzando y las luces brillaban a su alrededor, ajenos al caos en el que se encontraba.Cada segundo que pasaba, su temor aumentaba. Sentía que la estaban secuestrando, y con cada pensamiento que cruzaba su mente, se convenció más de ello.“Debo hacer algo, porque de lo contrario voy a terminar secuestrada” se dijo, y enseguida comenzó a luchar con más ímpetu, por completo desesperada, pateando al hombre en las piernas, y golpeando sus brazos, intentando soltarse de su fuerte agarre.Como se dio cuenta de que sus golpes no hacían mellas en el hombre, empezó a gritar a todo lo que le permitía su garganta.—¡Auxilio! ¡Me están secue
Naomi salió del hotel, y a pesar del que chofer estaba parado con el guardaespaldas en la puerta, ella los ignoró y caminó hacia el taxi que había llamado y que estaba esperando detrás.—Señora Castillo, la estamos esperando —dijo el chofer, pero ella siguió su camino—, señorita Naomi —repitió, pero esta vez sí se giró.—Ah, estaba hablando conmigo… no pienso irme con ustedes, llamé a mi propio transporte para trasladarme… no los necesito.Cuando llegó al hospital, no pudo evitar sentir esa sensación de alivio y satisfacción al haberse salido con la suya. Al bajar del taxi, su mirada recorrió la entrada y vio que el chofer y guardaespaldas la habían seguido. Los ignoró y siguió su camino, decidida a recoger a su hijo.Apenas entró por las puertas, Alexandre la vio desde el pasillo y salió corriendo hacia ella, con una sonrisa de oreja a oreja.—¡Mamá! —exclamó, abrazándola con fuerza—. Acompañé a Anaís a su revisión, ¡y le van a dar de alta mañana! Luego va a empezar sus terapias para
Naomi respiró hondo, manteniendo su postura desafiante mientras miraba al chofer y al guardaespaldas como si se hubiesen vuelto locos ¡¿Quién carajo se creían para venir a exigirle a ella como si fuera un títere?! Antes de que pudiera decirles algo, el chofer volvió a intervenir.—Señora Castillo, tenemos órdenes estrictas de que regrese con nosotros. Si no accede a acompañarnos, tenemos la autoridad para llevarla por las malas —dijo en un tono firme, pero controlado—, además, el señor Sergio estaba seguro de que usted no dejaría ir solo a Alexandre.El impacto de esas palabras cayó pesado sobre Naomi. Su primer instinto fue resistirse, pero la ligera advertencia, le dejaba claro que se llevarían a su hijo con o sin ella.A pesar de la ira y la frustración, comprendió que luchar solo la separaría de Alexandre, y Sergio la conocía muy bien no se quedaría con su hijo, así que supo que oponerse sería inútil, por eso se vio obligada a ceder.Amelia, que había estado observando la escena c
La tensión en el aire podía cortarse con un cuchillo, mientras los invitados se miraban entre sí, incrédulos ante la revelación de Naomi. El primo que había hablado antes, aún sosteniendo su copa con mano temblorosa, dio un paso adelante.—¿Qué estás diciendo? ¿Esposa de Sergio? Eso es imposible. Él nunca... —comenzó a decir, pero Naomi lo interrumpió con un gesto firme.—No tengo por qué darles explicaciones. Tienen cinco minutos para salir de esta casa junto con tus invitados antes de que llame a seguridad —declaró Naomi, su voz cargada de autoridad.Los invitados comenzaron a moverse lentamente, recogiendo sus pertenencias entre murmullos de confusión y descontento. Naomi permaneció de pie, inmóvil, como una estatua, observando cómo la sala se vaciaba poco a poco.—¡Estás loca! Sergio no pudo haberse casado con una mujer como tú —espetó el hombre con desprecio.Alexandre, que había permanecido en silencio detrás de su madre, esta vez se puso delante de ella y miró al hombre.—Por s
Un par de días después, Anaís estaba a punto de recibir su primera sesión de terapia después de la cirugía de implante coclear. La niña, sentada en una pequeña silla junto a sus padres, miraba a su alrededor con una mezcla de curiosidad e inquietud. Aunque aún no podía entender completamente lo que le esperaba, su sonrisa tímida y la forma en que se aferraba a la mano de su madre, Amelia, revelaban un sentimiento mezcla de confianza y esperanza.Amelia y Alejandro, sentados a ambos lados de Anaís, intercambiaron una mirada de apoyo. Ese había sido un proceso largo y emocional desde la decisión de proceder con el implante coclear hasta este día.Ambos sabían que los que le esperaba no sería tan sencillo, era un proceso largo, en el cual tendrían que invertir tiempo, energía y sobre todo, debían tener confianza y darle todo el apoyo emocional que necesita su hija.La terapeuta, era una mujer joven de voz suave llamada Elena, entró en la habitación con una cálida sonrisa. Se acercó a An
Tras el incidente del mareo de Amelia, Alejandro no perdió tiempo. Sin esperar más, dirigió a la familia al consultorio del médico. No le importaba la incomodidad en el rostro de su esposa; temía que algo no estuviera bien y por eso quería asegurarse de que estuviera completamente saludable.Anaís, mientras tanto, sostenía la mano de su padre, observando todo con sus ojos curiosos y atentos. Aunque aún no comprendía todo lo que estaba sucediendo a su alrededor, su pequeña mente se aferró a los fragmentos de información que lograba captar. Y con su reciente implante coclear, todo parecía más confuso, aunque fascinante para ella.Al llegar al consultorio, fueron recibidos por la asistente que los guió a una pequeña sala de espera. Amelia, aunque un poco mareada, intentó mantenerse tranquila.—No es nada, Alejandro, ya te lo dije —murmuró Amelia mientras intentaba calmar a su esposo. —No importa lo que tú creas, amor —respondió Alejandro, acariciándole la mano—. Quiero estar seguro de
La voz que acababa de irrumpir en la cocina resonaba con autoridad, como si se tratara de una reina reclamando su trono. Cuando Naomi giró lentamente, sintió su corazón latir con fuerza en el pecho, al ver a la mujer con su semblante altivo y mirada severa.Y al ver que ella no reaccionó, se lo volvió a repetir de manera altanera.—¿Acaso me escuchaste? Te hice una pregunta ¿Quién te crees que eres para despedir a mis empleados sin mi consentimiento? —repitió, dando un paso hacia adelante. Vestía impecablemente, su porte era el de alguien acostumbrada a tener el control en cualquier situación.Naomi, aunque al principio se sorprendió y sintió un poco de temor, no dejó que este la controlara. Por supuesto que reconoció a la mujer, era nada más y nada menos que, Marina, la madre de Sergio, era la segunda vez que la veía, pero eso era suficiente para saber que era una mujer de cuidado y de carácter dominante, a pesar de ello no estaba dispuesta a que tomara el control en su casa.—Me
Los empleados intercambiaron miradas nerviosas, sin saber cómo reaccionar ante la orden de Naomi. El silencio en la cocina era tenso, solo interrumpido por el suave tictac del reloj en la pared.De repente, una voz se alzó entre el grupo.—Disculpe, señora Naomi —dijo una mujer mayor, dando un paso al frente—. Algunos de nosotros llevamos años trabajando aquí. Esta casa es... es nuestro sustento.Naomi la miró fijamente, su rostro una máscara de determinación. Podía sentir el peso de las miradas de todos sobre ella, esperando su respuesta. Por un momento, dudó. ¿Estaba siendo demasiado dura? Pero entonces recordó las palabras de Marina, la amenaza velada en su voz, y su resolución se fortaleció.—Entiendo su situación —respondió Naomi, su voz más suave, pero igualmente firme—. Pero deben entender la mía. No puedo confiar en quienes no me han respetado, y le han mostrado lealtad a alguien que busca destruirme. Si desean quedarse, tendrán que demostrar que están de mi lado.Un murmullo