Sergio se incorporó lentamente, sus ojos recorriendo el cuerpo de Naomi con una intensidad que la hizo estremecerse. El silencio entre ellos se volvió casi tangible, cargado de tensión y expectativa.—Yo... yo pensé... —balbuceó Naomi, luchando por encontrar su voz. Las palabras se le atascaron en la garganta, rehusándose a salir.Sergio extendió una mano hacia ella, sus dedos rozando suavemente el encaje de su lencería. Naomi contuvo la respiración, su corazón latiendo tan fuerte que temía que él pudiera escucharlo.—Eres hermosa —susurró Sergio, su voz ronca por el deseo—. Pero, ¿por qué ahora? ¿Por qué así?Naomi sintió que las lágrimas amenazaban con brotar de sus ojos. ¿Cómo explicarle el miedo que la consumía, de que se buscara a otra, y la hiciera a un lado y eso la había impulsado a ese acto desesperado?—Tenía miedo —confesó finalmente, su voz apenas audible, aunque sincera—. Miedo de que busques en la calle… lo que no tienes en la casa.Sergio la miró con una mezcla de ternu
Naomi sintió el calor del sol filtrarse por las cortinas antes de abrir los ojos. Los rayos suaves acariciaban su rostro, invitándola a salir del sueño profundo en el que había caído. Al mover ligeramente su cuerpo, un pequeño quejido escapó de sus labios. Su cuerpo entero estaba adolorido, cada músculo recordándole la intensa noche que había compartido con Sergio. Sin embargo, al girarse hacia el lado de la cama, la realidad golpeó.El espacio junto a ella estaba vacío. Sergio no estaba. No había ningún rastro de su presencia, ni una nota, ni un leve indicio de que se hubiera despedido.Con una mezcla de confusión y malestar, Naomi se incorporó, envolviéndose en las sábanas al sentir el frío de la habitación. La búsqueda de Sergio comenzó con la esperanza de que solo estuviera en el baño, pero al asomarse no lo encontró.¿Dónde estaba Sergio? Quizás estaba en la otra habitación o en la cocina, preparándole el desayuno... Pero tras revisar cada rincón de la suite, la respuesta fue ev
Las horas parecían alargarse interminablemente mientras Naomi, Amelia, Alejandro y Alexandre esperaban noticias de la cirugía de Anaís. Cada uno estaba sumido en sus propios pensamientos, el ambiente en la sala de espera era pesado y lleno de tensión. Alexandre, con su inocencia infantil, no dejaba de moverse inquieto, mientras los adultos intentaban mantener la calma.—¿Cuándo va a salir? Ya yo quiero verla.—Debemos tener paciencia, pronto va a salir —dijo Alejandro tratando de calmar al pequeño que se veía visiblemente inquieto.Entretanto, Naomi observaba a su hijo, tratando de concentrarse en su energía y mantener la compostura por él. Sin embargo, su mente seguía divagando hacia Sergio, su ausencia inexplicable después de la noche que habían compartido y la confusión que eso le había causado. Amelia, por su parte, caminaba de un lado a otro de la sala, mordiéndose las uñas, algo que normalmente no hacía. La angustia por su hija era evidente en cada movimiento nervioso.—Tranq
El silencio que siguió fue interrumpido por el sonido estridente del teléfono de Naomi. Ella miró la pantalla con una mezcla de ansiedad y esperanza, pero su expresión se ensombreció al ver el nombre de Sergio.—Tengo que contestar —murmuró, alejándose del grupo.Amelia la siguió con la mirada, preocupada. Alejandro, notando la tensión en su esposa, la abrazó con más fuerza.—¿Crees que esté bien? —preguntó en voz baja.—No lo sé —respondió Amelia, mordiéndose el labio—. Pero algo me dice que esa llamada no traerá nada bueno.Mientras tanto, Alexandre se acercó a la ventana de la sala de espera, presionando su nariz contra el cristal. Sus ojos brillaban con curiosidad infantil, ajeno a la tensión que crecía a su alrededor.Naomi atendió su celular, con manos temblorosas.—Sergio... —empezó a decir, pero una voz que no era la de él la interrumpió.“Señorita Naomi, soy el chofer, la llamaba para decirle que la voy a recoger a la clínica en media hora”.—¿Y mi esposo dónde está? —pregun
Naomi se despertó un par de horas después en el estrecho sofá, con un dolor intenso en su cuello y espalda. Se incorporó lentamente, estirando los músculos adoloridos, y miró a su alrededor. Sergio seguía sin aparecer. El vacío la hizo sentir una mezcla de frustración y tristeza.—Eres una tonta, Naomi —se dijo a sí misma en un susurro amargo—. ¿De verdad creíste que ese hombre se iba a enamorar de ti? Se casó contigo porque Alexandre no aceptaría quedarse solo con él, y ni siquiera te mira como a una esposa. Además, no eres su tipo ni de su clase, aunque estudiaste en colegio de elite, es porque fuiste becada. Te pusiste en bandeja de plata para que se burlaran de ti ¡Eres una tonta!Las lágrimas comenzaron a correr por su rostro sin que pudiera evitarlo. Con rabia, se las limpió rápidamente.—¡Vete a la mierd4, Sergio! —dijo en voz baja alzando el dedo del medio, con la esperanza de expulsar el dolor que sentía—. No voy a sufrir por ti.En ese momento, el sonido de pasos pequeños re
—¡Suéltame! —gritó Naomi, con toda la fuerza que pudo mientras intentaba por todos los medios zafarse de las manos que la mantenían prisionera.Tuvo la impresión de que el bullicio de la discoteca disminuyó momentáneamente, y algunos clientes, los más cercanos a donde estaba, la observaron con curiosidad, pero nadie se atrevió a intervenir.Los demás seguían danzando y las luces brillaban a su alrededor, ajenos al caos en el que se encontraba.Cada segundo que pasaba, su temor aumentaba. Sentía que la estaban secuestrando, y con cada pensamiento que cruzaba su mente, se convenció más de ello.“Debo hacer algo, porque de lo contrario voy a terminar secuestrada” se dijo, y enseguida comenzó a luchar con más ímpetu, por completo desesperada, pateando al hombre en las piernas, y golpeando sus brazos, intentando soltarse de su fuerte agarre.Como se dio cuenta de que sus golpes no hacían mellas en el hombre, empezó a gritar a todo lo que le permitía su garganta.—¡Auxilio! ¡Me están secue
Naomi salió del hotel, y a pesar del que chofer estaba parado con el guardaespaldas en la puerta, ella los ignoró y caminó hacia el taxi que había llamado y que estaba esperando detrás.—Señora Castillo, la estamos esperando —dijo el chofer, pero ella siguió su camino—, señorita Naomi —repitió, pero esta vez sí se giró.—Ah, estaba hablando conmigo… no pienso irme con ustedes, llamé a mi propio transporte para trasladarme… no los necesito.Cuando llegó al hospital, no pudo evitar sentir esa sensación de alivio y satisfacción al haberse salido con la suya. Al bajar del taxi, su mirada recorrió la entrada y vio que el chofer y guardaespaldas la habían seguido. Los ignoró y siguió su camino, decidida a recoger a su hijo.Apenas entró por las puertas, Alexandre la vio desde el pasillo y salió corriendo hacia ella, con una sonrisa de oreja a oreja.—¡Mamá! —exclamó, abrazándola con fuerza—. Acompañé a Anaís a su revisión, ¡y le van a dar de alta mañana! Luego va a empezar sus terapias para
Naomi respiró hondo, manteniendo su postura desafiante mientras miraba al chofer y al guardaespaldas como si se hubiesen vuelto locos ¡¿Quién carajo se creían para venir a exigirle a ella como si fuera un títere?! Antes de que pudiera decirles algo, el chofer volvió a intervenir.—Señora Castillo, tenemos órdenes estrictas de que regrese con nosotros. Si no accede a acompañarnos, tenemos la autoridad para llevarla por las malas —dijo en un tono firme, pero controlado—, además, el señor Sergio estaba seguro de que usted no dejaría ir solo a Alexandre.El impacto de esas palabras cayó pesado sobre Naomi. Su primer instinto fue resistirse, pero la ligera advertencia, le dejaba claro que se llevarían a su hijo con o sin ella.A pesar de la ira y la frustración, comprendió que luchar solo la separaría de Alexandre, y Sergio la conocía muy bien no se quedaría con su hijo, así que supo que oponerse sería inútil, por eso se vio obligada a ceder.Amelia, que había estado observando la escena c