Alejandro se encontraba sentado en el borde de la cama del hotel, mirando su reloj por décima vez en los últimos minutos. Las agujas avanzaban lentamente, mientras el silencio en la habitación se hacía más pesado. Amelia, de pie junto a la ventana, observaba el tráfico matutino de Houston, sin realmente verlo. Ambos estaban inquietos, tratando de ocultar sus nervios, aunque no lo lograban. La cita de su hija Anaís en la Texas Hearing Institute, estaba a punto de comenzar, y aunque habían esperado este día durante mucho tiempo, la ansiedad ahora los dominaba.—Amelia, ¿estás lista? —preguntó Alejandro con una sonrisa tensa, tratando de romper el silencio.—Sí, solo... —Amelia se interrumpió mientras se volteaba hacia él, su rostro mostrando una mezcla de preocupación y esperanza—. Estoy preocupada. ¿Y si no podemos hacer nada por nuestra hija? ¿Y si no puede hablar nunca más? ¿Y si todo esto es en vano? —pronunció con lágrimas en los ojos y visiblemente angustiada.Alejandro se acerc
Alejandro apretó la mano de Amelia con fuerza, intentando transmitirle una sensación de calma. Ambos observando a su pequeña hija, caminando relajada delante de ellos.La niña, parecía la más tranquila de los tres, incluso estaba sonriente, a pesar de que la tensión en el ambiente era palpable y no era para menos, porque las pruebas que estaban a punto de realizarle determinarían el alcance real de su sordera y si ella podría recobrar el sentido del oído y del habla.—Va a estar bien, mi amor, hay que confiar —murmuró Alejandro, aunque la voz le tembló ligeramente.Amelia asintió, pero en su interior, la ansiedad la estaba consumiendo. Ellos se quedaron del lado de la pared de cristal, mientras Anaís la dirigían a una sala especial, diseñada para pruebas auditivas.Una vez dentro, el técnico comenzó a preparar los equipos necesarios para la primera evaluación. Anaís observó todo con curiosidad, sin mostrar miedo alguno. La niña fue acomodada en una silla mientras el técnico le coloca
El ambiente en la sala del hospital se volvió más tenso tras la pregunta de Alejandro. La calma aparente que habían logrado mantener hasta ese momento comenzó a desmoronarse lentamente ante la posibilidad de que su hija pudiera no recuperar nunca la capacidad de oír y hablar. Amelia, que había intentado ser fuerte todo ese tiempo, se sentía al borde de la desesperación, pero no quería mostrarlo frente a Anaís, quien parecía la más serena de todos, ajena a las angustias de los adultos.El doctor, consciente de la gravedad del momento, tomó una respiración profunda antes de continuar.—La malformación que hemos identificado en el oído interno de Anaís está afectando severamente su capacidad para escuchar —explicó, sus palabras cuidadosas y bien medidas—. Pero hay una posibilidad, una opción que podría mejorar su audición.Amelia sintió que el aire se le escapaba de los pulmones, y apretó con fuerza la mano de Alejandro, buscando algo a lo que aferrarse. Alejandro, por su parte, inclinó
Sergio, una vez que amaneció, decidió tomar acciones para descubrir la verdad sobre el hijo de Naomi, por eso desde su despacho habló con el detective privado.—Necesito que me ayudes con una investigación. Debes empezarla hoy mismo y con resultados rápidos y le pago el triple. Quiero saber todo sobre Naomi Kenya Peralta. Todo, sus novios, los sitios donde ha trabajado, sus familiares, si se ha casado, dónde dio a luz, el nombre del padre de su hijo. Absolutamente, todo, y apenas tenga los primeros resultados, llámeme sin importar la hora —ordenó con firmeza.“Así lo haré señor Castillo”.Sergio, tras colgar la llamada con el detective, se quedó pensativo. Sabía que una investigación podía tomar tiempo, y él necesitaba respuestas inmediatas. "No es suficiente", pensó. "Necesito pruebas concretas". Decidió que debía obtener una muestra de ADN de Alexandre para compararla con la suya.Así que mandó a uno de los empleados a buscarle hisopos estériles y unas bolsas herméticas para guard
—Naomi... —comenzó Sergio, pero ella no lo dejó terminar.—¡No me llames! —interrumpió ella, su voz temblando de indignación—. ¿Qué te crees? ¿Qué puedes hacer lo que quieras con mi hijo?Alexandre, asustado por la reacción de su madre, intentó hablar.—Mami, fuimos a comprar cuentos y un juego... —dijo el pequeño, con los ojos llenos de confusión.Naomi miró a su hijo, tratando de calmarse, pero aun con la furia visible en su expresión.—Cariño, ve adentro con Rosita —dijo Naomi, suavizando su tono al dirigirse a Alexandre—. Mamá necesita hablar con Sergio a solas.El niño, aún desconcertado, obedeció sin ninguna objeción. Una vez que Alexandre desapareció dentro de la casa, Naomi volvió su atención a Sergio, sus ojos ardiendo con una mezcla de ira y dolor.—¿Cómo te atreves a llevarte a Alexandre sin decirme nada? —siseó ella, inclinándose hacia Sergio—. ¿Tienes idea del pánico que sentí cuando no los encontré?Sergio, manteniendo la calma a pesar de la tensión palpable, respondió:
Sergio aguardó con paciencia hasta que los dos agentes de policía llegaron a la entrada de la casa. Los observó desde su ventana antes de movilizarse para salir a su encuentro. Sabía que la tormenta de mentiras que había estado girando a su alrededor estaba a punto de desmoronarse. Cuando estuvo frente a los oficiales, los saludó con un gesto breve.—Gracias por venir —dijo en un tono controlado—. Les pido que esperen aquí por un momento. Necesito resolver algo dentro de la casa antes de que intervengan de ser necesario.Los agentes asintieron, respetando la solicitud de Sergio, mientras él se desplazaba en su silla al interior de la mansión. Se detuvo en la sala mientras llamaba a una de las empleadas.—Por favor, dile a Naomi que baje, —le pidió con una calma que contrastaba con el torbellino emocional que llevaba dentro—. Necesito hablar con ella ahora mismo.La señora asintió, y Sergio continuó hacia la sala, donde se acomodó en su silla de ruedas. No podía evitar sentir la tens
Naomi no podía moverse. Las palabras que acababa de pronunciar parecían retumbar en su propia cabeza, mientras Sergio seguía mirándola, sus ojos fríos como el hielo. Sabía que no había vuelta atrás. Lo había confesado, lo que con tanto celo había guardado, lo que había intentado enterrar bajo un manto de mentiras. Había confesado la verdad. —¿Tu hermana? —repitió Sergio con incredulidad, su voz baja, como si estuviera intentando procesar lo que acababa de escuchar. Naomi asintió débilmente, sin poder mantener la mirada fija en él. —Sí... Waleska, la mujer que inseminaron con tu esperma, es mi hermana mayor por parte de madre —confesó, su voz temblorosa. El silencio que siguió fue denso, casi palpable. Sergio, aún conmocionado por la revelación, dio un paso atrás, su mirada oscilando entre la incredulidad y la furia. —¿Me estás diciendo que todo este tiempo has estado mintiendo? —gruñó, su voz baja y peligrosa—. ¿Qué has engañado a todos, incluyendo a Alexandre? Naomi, con lá
El ambiente en la sala era tenso, con una presión palpable en el aire. Sergio observó, en silencio, su mirada impenetrable mientras Naomi se debatía entre el miedo y la desesperación. Alexandre, con su pequeña figura, estaba parado entre ambos, confundido, pero al mismo tiempo, con una actitud desafiante, una chispa de carácter que Sergio notó de inmediato, la misma que él mismo tenía, no pudo evitar sentir ese sentimiento de orgullo en su interior. El niño, a pesar de su corta edad, había captado la gravedad de la situación. Los policías seguían al otro lado de la puerta, esperando instrucciones, y el pequeño Alexandre, mirando a su madre llorar, sintió la necesidad de hacer algo. Así que abrió la puerta por donde se habían ido los policías, estos se acercaron y él con su pequeña voz, llena de una mezcla de inocencia y determinación, les habló. —No van a llevarse a mi mamá —dijo Alexandre, mirando a los policías con el ceño fruncido—. No ha hecho nada malo. Así que ya pueden irs