Mientras se dirigía a la habitación que originalmente les había sido asignada, Naomi sintió que su mente trabajaba a toda velocidad, buscando una salida a esta situación. Sabía que debía mantener la calma por el bien de su hijo, pero cada minuto que pasaba bajo el mismo techo que Sergio la llenaba de ansiedad.Al entrar en la habitación, encontró a Alexandre sentado en la cama, abrazando su mochila. Sus grandes ojos la miraron con preocupación.—Mamá, ¿está todo bien? Lo siento, Se me había olvidado que debía huirle al señor gruñón —preguntó el niño con inocencia, percibiendo la tensión en el rostro de su madre.Naomi forzó una sonrisa, intentando transmitir una tranquilidad que no sentía. —Sí, mi amor. Vas a dormir aquí, yo esperaré hasta que te quedes dormido y luego me iré a otro lugar… Naomi se sentó junto a la cama de su hijo, acariciando suavemente su cabello mientras Alexandre la miraba con esos grandes ojos tristes que partían su corazón. Sabía que debía dejarlo solo mientra
Naomi sintió que el pánico se apoderaba de ella. Sabía que no tenía opción, pero la idea de tener que bañar a Sergio la llenaba de ansiedad. Con manos temblorosas, se dirigió al baño y comenzó a preparar las cosas para el baño."Puedo hacer esto", se dijo a sí misma mientras respiraba profundamente. "Solo es un baño. Nada más. Además, solo debo pensar en lo patán que es y así siempre tendré presente lo desagradable que es en su interior."Una vez estuvo lista la bañera, salió a buscar a Sergio, pero al girarse ya estaba en el baño en su silla.—Ayúdame a desvestir —ordenó con voz seca.Naomi cerró los ojos por un momento, suspiró profundo, pero enseguida se acercó a él, y lo ayudó a desvestir con cuidado, aunque mirando hacia otro lado para no tener contacto visual con Sergio.Sin embargo, una leve sonrisa se dibujó en el rostro del hombre, porque ahora su única distracción, era mortificarla, y se alegraba mucho de estar lográndolo, o es lo que él pensaba.Cuando ya estuvo desnudo, so
Naomi salió apresuradamente de la habitación, sintiendo cómo el corazón le latía con la fuerza de un huracán en su pecho. Apenas cerró la puerta tras de sí, inhaló profundamente, intentando calmarse. Su mente no dejaba de dar vueltas a lo que acababa de suceder en el baño. Cada momento, cada palabra, cada mirada. Se sentía atrapada entre la confusión y la vergüenza.Sin pensarlo mucho, se dirigió rápidamente a su habitación. Necesitaba alejarse de la tensión que colgaba en el aire y tomar un respiro. Entró silenciosamente, abrió el armario y sacó la primera ropa que encontró: una pijama larga y cómoda. No tenía intención de quedarse mucho tiempo vestida, solo necesitaba cambiarse lo más rápido posible.Mientras tanto, en la sala de baños de Sergio, el silencio reinaba, pero su mente estaba lejos de estar en calma. Se quedó solo, sentado en la bañera durante unos minutos, sintiendo la frialdad del agua contra su piel. Su cuerpo estaba tenso, pero no por el frío, sino por lo que acaba
El tiempo pareció detenerse en la habitación. Sergio, paralizado por el descubrimiento, no podía apartar la vista de Alexandre. Las palabras se le atoraban en la garganta, incapaz de procesar lo que veía. Finalmente, el silencio fue roto por su propia voz, un grito de incredulidad que salió casi de manera involuntaria.—¡Esto no puede ser! —exclamó, su voz ronca resonando en la habitación.Alexandre, sorprendido por la reacción de Sergio, se levantó lentamente de la cama, sus ojos aún brillantes por las lágrimas. Se acercó con pasos cautelosos hacia donde estaba Sergio, su pequeño cuerpo temblando ligeramente. La luz de la lámpara que iluminó su rostro no hacía más que aumentar la tensión que se sentía en la habitación. El niño se detuvo a unos pasos de él, mirándolo con una mezcla de confusión y curiosidad.—¿Por qué te pareces tanto a mí? —preguntó Alexandre, su voz suave, pero directa, como si estuviera tratando de resolver el mismo enigma que ocupaba la mente de Sergio—. ¿Eres mi
No pudo evitar sentir que el suelo desaparecía bajo sus pies. Las palabras de Sergio la golpearon con fuerza, dejando su mente en blanco por unos segundos. Estaba frente a él, su mirada fija, intensa, esperando una respuesta que ella sabía que no podía dar.El silencio que siguió fue sofocante. Naomi hizo intento de abrir la boca para hablar, pero las palabras parecían atascarse en su garganta. Obligó a su mente a encontrar una excusa, tenía miedo de que conociera la verdad y que le quitara al niño y la echara, en ese momento se dio cuenta de que había cometido el peor error de su vida, no debió meterse en la boca del lobo. Pero creyendo que aún podía mantener el control, y tener una ruta de escape, mintió.—Sergio... —comenzó, su voz temblorosa, aunque simuló con una sonrisa—. Creo que estás viendo cosas dónde no la hay… quizás se parece a ti porque tiene el cabello como el tuyo, un poco la nariz… —Y el mentón —dijo interrumpiéndola.—Pero todo eso es pura coincidencia, —dijo con
Alejandro se encontraba sentado en el borde de la cama del hotel, mirando su reloj por décima vez en los últimos minutos. Las agujas avanzaban lentamente, mientras el silencio en la habitación se hacía más pesado. Amelia, de pie junto a la ventana, observaba el tráfico matutino de Houston, sin realmente verlo. Ambos estaban inquietos, tratando de ocultar sus nervios, aunque no lo lograban. La cita de su hija Anaís en la Texas Hearing Institute, estaba a punto de comenzar, y aunque habían esperado este día durante mucho tiempo, la ansiedad ahora los dominaba.—Amelia, ¿estás lista? —preguntó Alejandro con una sonrisa tensa, tratando de romper el silencio.—Sí, solo... —Amelia se interrumpió mientras se volteaba hacia él, su rostro mostrando una mezcla de preocupación y esperanza—. Estoy preocupada. ¿Y si no podemos hacer nada por nuestra hija? ¿Y si no puede hablar nunca más? ¿Y si todo esto es en vano? —pronunció con lágrimas en los ojos y visiblemente angustiada.Alejandro se acerc
Alejandro apretó la mano de Amelia con fuerza, intentando transmitirle una sensación de calma. Ambos observando a su pequeña hija, caminando relajada delante de ellos.La niña, parecía la más tranquila de los tres, incluso estaba sonriente, a pesar de que la tensión en el ambiente era palpable y no era para menos, porque las pruebas que estaban a punto de realizarle determinarían el alcance real de su sordera y si ella podría recobrar el sentido del oído y del habla.—Va a estar bien, mi amor, hay que confiar —murmuró Alejandro, aunque la voz le tembló ligeramente.Amelia asintió, pero en su interior, la ansiedad la estaba consumiendo. Ellos se quedaron del lado de la pared de cristal, mientras Anaís la dirigían a una sala especial, diseñada para pruebas auditivas.Una vez dentro, el técnico comenzó a preparar los equipos necesarios para la primera evaluación. Anaís observó todo con curiosidad, sin mostrar miedo alguno. La niña fue acomodada en una silla mientras el técnico le coloca
El ambiente en la sala del hospital se volvió más tenso tras la pregunta de Alejandro. La calma aparente que habían logrado mantener hasta ese momento comenzó a desmoronarse lentamente ante la posibilidad de que su hija pudiera no recuperar nunca la capacidad de oír y hablar. Amelia, que había intentado ser fuerte todo ese tiempo, se sentía al borde de la desesperación, pero no quería mostrarlo frente a Anaís, quien parecía la más serena de todos, ajena a las angustias de los adultos.El doctor, consciente de la gravedad del momento, tomó una respiración profunda antes de continuar.—La malformación que hemos identificado en el oído interno de Anaís está afectando severamente su capacidad para escuchar —explicó, sus palabras cuidadosas y bien medidas—. Pero hay una posibilidad, una opción que podría mejorar su audición.Amelia sintió que el aire se le escapaba de los pulmones, y apretó con fuerza la mano de Alejandro, buscando algo a lo que aferrarse. Alejandro, por su parte, inclinó