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Victoria.

Quizás me había equivocado, quizás debería haber cedido a los chantajes de ese capullo...

Eso era lo que pasaba por mi cabeza en aquellos días, mientras adornábamos el bar con motivos navideños. La tensión se respiraba en el ambiente y papá estaba preocupado, aunque fingiese que no... temía que Mcland pudiese venir a recuperar lo que era suyo.

Pero la culpa era toda suya... ¿cómo se le había ocurrido hacer tratos con gente tan peligrosa?

Almorzaba en la cafetería de Jessica, una mujer que había sufrido mucho en la vida, después de que asesinasen a sangre fría a su esposo, se refugió en aquel barrio dónde la hicimos sentir uno más. Aquel lugar podía ser muchas cosas, pero los que vivíamos allí no éramos racistas, no éramos de juzgar a las personas por su nacionalidad.

- Estás muy callada hoy – se percató Annie, mientras yo seguía removiendo mi sopa, sin probar bocado aún. Tenía demasiadas cosas en las que pensar – hay algo sobre lo que tengo curiosidad... - levanté la vista para observarla - ¿qué pasó con ese chico del que me hablaste la última vez? – No quería hablar de ese idiota.

El lugar entero se quedó en silencio cuando alguien entró en él con sus secuaces. Nuestras miradas se encontraron tan sólo una décima de segundo, y él sonrió de esa forma que no le pegaba nada. Porque un capullo malvado como él no podía iluminar la sala con esa sonrisa, se suponía que esta debía de ser malvada e impartir miedo, pero no lo hacía, en lo absoluto.

- Vengo en son de paz – aseguró, levantando las manos con inocenciam – sólo quiero comer algo – se sentó en una de las mesas contiguas a la nuestra y miró hacia mí de reojo. Era como un niño maleducado, pidiendo la carta y atención a gritos.

- Entonces, ¿qué hay de ese chico con el que salías? – añadió Annie, dejando de prestar atención a ese idiota - ¿las cosas no fueron bien?

- Así que es eso – le escuché desde su mesa, sin quitar los ojos de mí – me has rechazado porque tienes novio – le ignoré, mientras Annie me estudiaba con la mirada, intentando entender la situación – No tienes que verlo como algo ... - apoyó los codos en la mesa, intentando llamar mi atención, pero yo seguía ignorándole – Victoria – me llamó.

- Ni aunque tuviese novio – espeté, sin tan siquiera mirarle, haciéndole reír, dejándome igual de perdida que hacía un momento. Porque él tenía la risa más bonita que había escuchado en mi vida. Era perfecta, os lo aseguro. Igual que su voz seductora – serías el último hombre en el mundo con el que tendría algo.

- Lo pillo – sonreía, mirando hacia la carta. Annie abrió la boca para decir algo más, y entonces él ladeó la cabeza y se le adelantó – el villano y el héroe no pueden juntarse – bromeó. Ladeé la cabeza para mirarle, divertida, observando su perfecta sonrisa. Volví a mirar hacia mi amiga.

Tener que soportar su mirada fue incómodo, apenas comí mucho más y terminé yéndome a dar un paseo con Annie, dejando a aquel idiota allí.

.

Dibujaba en mi cuaderno, símbolos góticos que me gustaron mucho, porque todo ese mundo oscuro me atraía. Estuve unida a él desde pequeña, crecí en aquel bar de moteros con música roquera a toda pastilla. En cierta forma... era normal que mi personalidad fuese tan tosca, que adorase el color negro y siempre diese un toque retro a mi vestimenta.

Estaba acostumbrada al ruido de ese tipo de sitios, incluso me inspiraba para el dibujo del dragón con dientes afilados que dibujaba en ese momento. Por eso me sorprendió tanto que el bar entero se quedase en silencio, no se escuchaba ni una mosca, ni siquiera el grupo que tocaba esa noche. Todo se detuvo y un hombre que hacía ya tiempo que no visitaba esa parte de la ciudad irrumpió en el local, mientras el resto le abrían el paso, sin querer meterse en problemas.

- Señor Evans – llamó hacia él. Guardé el cuaderno en mi bolsa y me preparé para enfrentar la situación – Es tiempo de que hablemos sobre negocios, ¿no le parece? – Sabía sobre las tensiones que había entre aquellos dos. Creo que una parte de él no podía perdonar que mi madre hubiese elegido a alguien sencillo como mi padre en vez de a un maleante como lo era él en aquella época. Ella ya no estaba, así que a la única persona con la que pagar su odio era mi padre – Victoria – se sorprendió al verme. Hasta dónde tenía entendido me había enemistado con mi familia y había huido a las Vegas. La fascinación con la que solía mirarme siempre me desagradó, aquella no fue una excepción – Eres igual que tu madre – ya estaba acostumbrada, me lo decían con frecuencia. Y era cierto, podía notar cierto parecido entre ambas cuando miraba sus fotografías.

- Victoria, sube arriba – ordenó papá, negué con la cabeza.

- Me quedo, no pienso dejarte sólo con este tipejo – rompió a reír, sin poder quitarme los ojos de encima.

- Sin lugar a dudas... te pareces mucho a ella – miró hacia su alrededor, empezando a darse cuenta del silencio del lugar - ¿qué es esto? ¿acaso no suele ser el bar más concurrido del barrio? ¡Qué no decaiga la fiesta! – poco a poco todo volvió a la normalidad, aunque nadie le quitaba ojo, parecían saber que la visita de ese tipo no era por cortesía – Victoria – llamó hacia mí, haciendo que papá volviese a temer por mi vida - ¿por qué no subes al escenario y nos cantas algo? – él sabía que cantaba, me había escuchado alguna que otra vez, cuando era más joven e intentaba buscarme la vida por los bares del lugar. Así fue como conseguí el dinero para la universidad.

- Yo no...

- Vamos, no querrás desagradar a un viejo amigo ¿verdad? – miré a papá, en busca de instrucciones, sin saber qué hacer. Asintió, en señal de que era seguro, y entonces me encaminé al escenario.

Tras ponerme de acuerdo con el grupo que tocaba, y hablar con ellos sobre la canción... empecé a cantar. Lo cierto es que se sintió bien, lo cierto era que realmente lo adoraba, descargar tensiones por medio de mi propia voz.

El tipo de música que solía cantar no era en lo absoluto esa que estáis pensando. Yo adoraba el rock and roll, era mi estilo por excelencia. Y tenía una gran voz.

Cantaba allí subida, pero sin perder detalle de aquellos dos, parecía que Mcland estaba ganando aquella batalla verbal, dañar a mi padre. Pero al menos no habían llegado a las manos aquella vez, eso era buena señal.

- El tiempo para nuestro acuerdo casi ha vencido, te presté una suma de dinero considerable y esperaba que me devolvieras el doble. Ese era nuestro trato. Por supuesto, sabía que te lo gastarías todo, y ahora es mi turno de cobrarme esa deuda con intereses.

- Lo entiendo, pero ... no puede quedarse con la totalidad del bar, la otra mitad le pertenece al señor Toro.

- Por supuesto que lo sé, no vengo a pedirte el bar, si no ... - miró hacia mí un momento, antes de fijarse en mi padre – quiero tu lealtad.

- ¿Cómo dice?

- Corren rumores de que eres la nueva cabeza de turco de Toro – papá palideció y él sonrió - ¿no es aquí dónde esconde sus armas?

- Traicionar al señor Toro me costará la vida – fue lo que él respondió.

- No hacerlo te costará volver a perder a tu hija, porque pienso llevármela ahora mismo si no aceptas el trato que propongo.

- No puede hacer eso.

- ¿No puedo? – papá enmudeció, sin saber cómo salir de aquella – Quizás ganases el primer asalto con Lucy, pero en el segundo con su hija... ¿Te has dado cuenta de que es casi tan bonita como ella? Tan sólo quiero comprobar si se siente igual de rico cuando la tome en el asiento trasero de mi coche.

- ¡Maldito hijo de puta! – papá se puso en pie, con los puños apretados, temblando de rabia, haciendo que todo el bar volviese a quedar en pausa, incluso dejamos de cantar. Estaba preocupada por lo que estarían hablando en ese momento.

- Piénsatelo, Chuck. Eres un hombre inteligente, seguro que sabes qué es lo que te conviene – se puso en pie con calma, miró hacia mí y me guiñó un ojo, antes de hablar de nuevo – Te daré 24 horas para que tomes una decisión -

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