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Victoria.

Sentada sobre la silla con ese corto camisón negro y altos tacones miraba hacia el espejo frente al que estaba. Mi cabello estaba enmarañado y el maquillaje disimulaba bien los moretones que ese canalla se había atrevido a hacerme.

La puerta de la habitación se abrió, asustándome. En los últimos días lo hacía a diario, asustarme con casi cualquier cosa.

Mcland entró con fusta en mano, seguido de un tipo que no conocía de nada. Era regordete y calvo y lucía como alguien importante.

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