-2-

Victoria

Estaba disgustada, muy disgustada, no sólo por la actitud de mi padre ante ese capullo, no... sobre todo era esa mirada sucia que me había profesado, como si yo sólo fuese un objeto, de su propiedad.

Era incluso más horrible de lo que Annie había asegurado, los tatuajes sobresalían por su camiseta, llegaban hasta el cuello, también los tenía en las manos, y ni siquiera quería averiguar lo que eran. Su rostro tampoco era agradable, podía ver la maldad y el crimen en él. Su cabello estaba rapado, tenía tan poco pelo que ni siquiera tendría que peinarse en las mañanas, y esos aires de prepotencia que lo rodeaban me gustaban incluso menos.

- ¿Cómo puedes haber hecho negocios con un tipo tan peligroso como él? – me quejé hacia papá, sorprendiendo a la clientela que me conocía, pues yo solía ser bastante correcta en el negocio. Pero en ese momento no podía, ver a ese tipo me había hecho recordar sucesos que ocurrieron en el pasado, cuando un tipo chileno se propasó conmigo, incluso intentó envenenarme con algo que me había echado en la bebida. Lo detestaba incluso más que a él, porque sabía que al igual que este, haría cualquier cosa por conseguir sus fines - ¿no te das cuenta que podría pedir cualquier cosa para que saldes tu deuda?

- No es tan peligroso como crees.

- ¿No lo es? – lo ponía en duda. Por supuesto que lo hacía – Es el hijo de un narcotraficante, ¿no crees que sería capaz de cualquier cosa?

Era obvio que papá no veía el peligro, aunque lo tuviese delante, así que no había nada que hacer. Me marché a mi habitación, sin tan siquiera haber cenado, dando un portazo casi inaudible por el ruido que había en la parte de abajo.

Volví a pensar en ese idiota, en esa mirada de ojos negros que me ponía tan nerviosa. No llegaba a ser miedo, hacía falta mucho más que eso para hacerme huir, pero ... era plenamente consciente del peligro que corríamos. Ese tipo era peligroso, no se detendría ni ante mi padre, ni ante nadie.

.

Lo primero que hice esa mañana, al despertar, fue ir a la boutique de la avenida, necesitaba vender los vestidos de las galas, y no hay mejor lugar que la tienda de segunda mano de Catherine. Se alegró de verme, el lugar estaba tal y como recordaba, como si jamás me hubiese marchado.

Parecía haber hecho un buen negocio, iba a marcharme a casa cuando lo vi. El vestido más bonito que había visto en mi vida, era blanco con flores azules pintadas a mano. Cat sonrió al verme tan interesada.

- Te lo puedo dejar a buen precio – gastar dinero en un vestido no era algo que necesitase, más como estaban las finanzas en el bar – pruébatelo, por ser tú, te lo dejaré a la mitad – sonreí, agradecida, agarrando el vestido, metiéndome en el probador.

Me quedaba muy bien, era de palabra de honor, con un corte desigual sobre la rodilla y un poco de vuelo. Me gustaba mucho, pero le faltaba el cinturón.

¡Qué extraño! Juraría que cuando lo había visto fuera tenía cinturón... Quizás se me habría caído. Agarré la cortinilla, con la intención de salir de probador e ir a buscar el accesorio, cuando escuché una voz que me heló la sangre. Era ese tipo, ese al que todo el mundo temía, y parecía estar sembrando el miedo en el exterior.

- El precio ha subido desde la última vez – aseguraba él, mientras Cat y su hija bajaban la cabeza, sin querer enfrentarle - ¿os pensáis que esto es una broma? ¡Quiero el resto del dinero antes de que caiga la tarde!

- Si le damos todo el dinero que pide no tendremos beneficios... - comenzaba Clara, la hija de Cat - ... no podemos...

- Suban los precios entonces – sugirió uno de sus hombres.

- Ese no es mi problema, señora – contestó él, con esa superioridad que se jactaba, fijándose en el cinturón del vestido que se me había caído. Se agachó a recogerlo, mientras yo salía del probador y me detenía frente a ellos – Volvemos a encontrarnos, señorita Evans – le asesiné con la mirada, le detestaba. No me gustaba nada que fuese un abusón.

- ¿Me lo devuelve? – levanté la mano, él sonrió, divertido, negando con la cabeza, por lo que tuve que cerrar los ojos un poco más, mirándole con cara de pocos amigos. Si las miradas matasen... le habría fulminado con la mía – Aprovecharse de los más débiles, eso es lo que hace una sucia rata asquerosa como usted... - Cat y su hija me observaban con ojos como platos, quizás porque era la única que no se dejaba achantar por ese idiota. Levantó el cinturón y lo agarré en el acto, dándome la vuelta, marchándome a los probadores.

Iba a llevarme aquel vestido y pagaría lo que costaba, pues después de lo que acababa de presenciar no podía regatear con el precio.

- Hablemos – escuché a través de la cortina. Era ese capullo insolente. Tan sólo quería devolverle todo el daño que estaba haciendo a mis vecinos – propondré un trato ventajoso para su padre – me di la vuelta y abrí la cortina, encarándole.

- ¿Y qué va a costarme eso? – esa media sonrisa de siempre estaba ahí, con esos aires de prepotencia. Le detestaba. – Mi respuesta es no, no pienso hacer tratos con usted, señor Toro.

- Jasper. Puedes llamarme Jasper – recogí mi ropa y mi bolso y me marché al mostrador, dejándole con la palabra en la boca. Saqué la cartera, dispuesta a pagar, pero entonces uno de sus hombres alargó la mano con un par de billetes – pago yo.

- No necesito su dinero – contesté, dejando el dinero sobre el mostrador, aceptando la bolsa que me facilitaban, donde guardé mis prendas y me di la vuelta para encarar a ese capullo – no aceptaré sus regalos, señor Toro – ensanchó la sonrisa, al darse cuenta de que iba a ponerle las cosas muy difíciles. Se le achinaron los ojos y sus dientes perfectos me sorprendieron.

¡Dios! Tenía una sonrisa perfecta. No daba miedo en lo absoluto, al contrario... llamaba mi atención.

Me di la vuelta y sacudí la cabeza. ¿Qué demonios estaba ocurriendo conmigo?

No había hecho más que dar un primer paso cuando le escuché por detrás.

- No parece saber en la situación en la que se encuentra su padre – me siguió hasta la calle, dejando a sus hombres en el interior de la tienda. Alargó la mano y cogió la mía, me solté en cuanto una corriente eléctrica se extendió por cada rincón de mí y me di la vuelta para encararle – si quiero ... puedo quitarle a su padre su negocio, su hogar ... y dejarles en la calle.

- Hágalo – le asesiné con la mirada – demuéstrele a mi padre, un hombre que cree en usted, que tan sólo es un cobarde...

- Está haciéndome perder la paciencia con la forma en la que se dirige a mí, señorita Evans – me dijo, sin inmutarse ni un poco. Parecía saber muy bien cómo manejar sus emociones – ni siquiera me conoce, entonces... ¿va usted a juzgarme sin hacerlo?

- Tampoco tengo el más mínimo interés de conocerlo, señor Toro – se lamió los labios, intentando mantener la calma, incluso miró hacia un lado, justo cuando yo empezaba a andar, pero no di si quiera un paso, pues él me agarró de la muñeca y me impidió hacerlo – Suélteme – me eché hacia atrás, logrando mi cometido, y entonces nos miramos.

Había algo en él, en sus ojos, algo que no pegaba en lo absoluto con él, algo que se parecía a su perfecta sonrisa.

Tenía que despertar de una vez, dejar de buscar algo bueno en los demás, un por qué de sus fechorías. ¿Por qué seguía creyendo que todo el mundo tiene sus razones para llevar a cabo los actos más ruines que un ser humano puede cometer? Hay personas que son malas sin motivo alguno. Ese ser era uno de ellos.

- Monte una escena si quiere, señorita Evans. Pero ... usted y yo necesitamos hablar de negocios – me reí en su cara, olvidándome de todo lo demás.

- No tengo la más mínima intención de hacer negocios con usted, ya se lo he dicho.

- ¿No quiere hacer un trato? – negué con la cabeza como respuesta - ¿por su padre?

- Mi padre ya es mayorcito para tomar sus propias decisiones, así que... también debe serlo para enfrentarse a las consecuencias de sus actos – lamió sus labios de nuevo, sin saber bien qué decir ante mi negativa.

- ¿Ni siquiera va a escuchar el trato que puedo proponerle?

- No – contesté, marchándome calle abajo, dejándole con la palabra en la boca.

- Jefe, ¿va todo bien? – se llevó las manos a la cabeza, intentando calmarse a sí mismo. No se alteraba con facilidad, y aquella vez no iba a dejar que fuese distinto. Se serenó, depositó sus manos en su cabeza y negó un par de veces, antes de contestar a su subordinado.

- Todo va de maravilla.

Capítulos gratis disponibles en la App >

Capítulos relacionados

Último capítulo