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Durante los siguientes días construí una pequeña rutina. Me despertaba, me arreglaba, tomaba el desayuno e iba a entrenar. Almorzar y luego ir a el estudio de Tamara en donde investigábamos hasta la hora de la cena, y después de comer me iba directo a mi cuarto.

Podía parecer fácil y no tan cargado, pero drenaba hasta la mínima gota de energía que albergaba mí cuerpo. El entrenamiento que en un principio solo era control y más que todo mental, se había convertido en algo físico, a la par e incluso peor que aquellos a los que acostumbraba en mi época de tenista en la universidad. Salíamos de ese lugar (porque si, ya entrenaba con los demás y ellos tampoco estaban mejor que yo) casi sin podernos mantener sobre nuestros pies, hambrientos y sudorosos. Eso para luego ir a partirme la cabeza buscando cualquier pista, por más peque&nti

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