Gil sonríe ante la ingenuidad de Aren, a pesar que su Arcointe mayor despertó, sigue siendo sincero, honesto y falto de malicia con ella, y eso la llena de felicidad. Aunque no niega que en ocasiones fuera más decidido y atrevido. Como ahora, por ejemplo. Por eso le acaricia el rostro y le dice.—Sí, eso es lo que planeábamos, pero no soporto verte tan inseguro. Mi amor es tuyo, mi Alfa, solo tuyo. Lamento si te provoqué celos, solo estaba divirtiéndome con Oto. No sabía que te ibas a poner así, por favor disculpa, prometo no volver a hacerlo. Me doy cuenta de que tampoco soportaría verte con otra mujer. Perdón mi Alfa, perdón. Ven aquí, dame un beso, pero tú promete que no despertarás a la hija de la Luna. Esta noche es solo para nosotros dos. ¿Sí? Gil se aproxima a Aren con una mirada ardiente, sus ojos llenos de un deseo intenso. Sus dedos trazan delicadamente los contornos de la clavícula de Aren mientras se acerca, una anticipación eléctrica flota en el aire. Cuando sus brazos s
Las palabras de Gil se clavaron en el corazón de Aren como espinas. Su mirada se nubló momentáneamente, sintiendo el peso de su propia equivocación. Era como si estuviera enfrentando las consecuencias de sus acciones y la posible reacción de Gil.—¡No, lo mato si lo haces, lo mato! —La respuesta de Aren fue casi instantánea, su tono lleno de una mezcla de preocupación y exasperación—. ¡Oh, entiendo mi Luna, perdóname, perdóname, yo no la llamé, no la llamé! Las palabras de Aren salieron apresuradas, como si estuviera tratando de apagar el fuego que había encendido. La intensidad de sus emociones era palpable en cada sílaba pronunciada al percatarse del gran error que había cometido.—¿Estás seguro de que no la llamaste? —Gil perforó el aire con su pregunta, su voz cargada de un escepticismo tembloroso.—Sí, mi luna, ella se apareció cuando tú cerraste los ojos. Yo aproveché para averiguar las cosas. La confesión de Aren se enredó con una nota de alivio en su voz. Era como si finalme
El alivio destelló en los ojos de Gil mientras procesaba las palabras de Aren. Era como si estuviera ofreciendo una red de seguridad, una promesa de que estaría allí para mantener a raya sus miedos y preocupaciones.—¿Puedes hacer eso, mi Alfa? —Gil inquirió, su voz era un susurro lleno de esperanza y anhelo. —¿Seguro? —Sí, ¿quieres que lo haga? —Aren respondió, su voz era suave pero firme, como si estuviera dispuesto a cumplir con cualquier solicitud de Gil. Gil asintió con decisión, como si estuviera tomando una determinación interna. Su mirada se encontró con la de Aren, una mezcla de confianza y expectación en sus ojos mientras se preparaba para el siguiente paso. Sonrió feliz tirando los brazos al cuello de Aren lo besó suavemente en los labios al tiempo que le pidió.—Sí, conviértete en tu Arconte y asegúrate de que ella no vaya a salir —Gil habló con una mezcla de urgencia y seriedad—. Haremos una prueba, jugaremos a hacernos cosas de esas que tú dices saber, y veremos. Te l
Gil trata de razonar con el Arconte mayor, no es que ella esté siendo irracional, y en parte lo entiende. Pero el miedo en su pecho no disminuye de que sea él quien haga todo. No puede explicarlo, pero prefiere que sea el humano Aren.—No seas posesivo y celoso, Arconte Mayor. No funciona así —protestó, su voz llevaba una mezcla de temor y aprehensión ante la idea de un control absoluto por parte del Arconte Mayor.—Yo soy el que sabe, yo soy el que más te ama, yo soy tu dueño, Gil. Solo yo puedo iniciarte en todo —insiste el Arconte Mayor— no dejaré que el humano lo haga. La voz del Arconte Mayor resonó con una intensidad apasionada, revelando su anhelo de estar en control de cada aspecto de su relación con Gil. Sin embargo, las palabras también destilaban un tinte de posesividad que no pasó desapercibido para ella.—¿Pero qué pasa contigo? ¿Te vas a poner celoso de ti mismo? —protesta Gil, sintiendo que esta situación, al igual que muchas otras, se estaba volviendo complicada—. Are
En el salón del palacio, Jan se encontraba en estado de shock después de haber recordado algo que nunca antes había imaginado. Serafín y Enril lo observaban con atención, esperando a que les contara lo que había visto. Jan se levantó de su asiento, aún incrédulo por lo que acababa de suceder. Bebió de un solo trago su copa de vino y se sentó, pálido y tembloroso. Tomó aire varias veces, moviendo su cabeza negativamente, tratando de asimilar lo que acababa de suceder.—¿Qué es Jan? ¿Qué es eso que no puedes creer? —Lo interroga Enril.Jan, todavía incrédulo, se giró para Serafín mirándolo fijo sin aún creer que lo que había visto eran sus memorias. —Señor Serafín, ¿eso que acabo de ver son mis memorias? —pregunta incrédulo y asombrado. —¿Está seguro de eso?—Sí hijo, yo solo te desbloqueé lo que te habían hecho, que por cierto es una maldición como la que tiene el Alfa Aren.Serafín lo confirmó ante la expresión de incredulidad, y asombro de Jan, explicándole que había sido víctima d
El Dios Anuxis sigue diciendo que ha estado sintiendo todo este tiempo a su hijo. Al cual todavía mira con incredulidad mezclado de una inmensa alegría de al fin saber lo que había pasado con su linda pareja. Se siente muy culpable de que en todo estos años que tiene su hijo, él lo sintió todo el tiempo y nunca descifró que era un hijo suyo. Por eso se gira y le dice.—Perdóname, me has estado llamando y no pude encontrarte antes porque estaba cegado creyéndole a ese sirviente.—Anuxis, tienes que limpiar a los chicos y enterarte de todo lo que pasó exactamente—le pidió Serafín—. Porque todavía no tengo claro, ¿cómo pudo un sirviente de tan bajo rango, atrapar a Ailit?—Eso es cierto, maestro. Ella era una entidad divina, no podía hacerlo a menos que ella se lo permitiera o un dios lo ayudara—reflexionó Anuxis.—Por eso no lo puedes matar ahora. Tenemos que saber todo primero, no podemos arriesgarnos sin saber lo que le hizo a Ailit o al mismo Jan y Aren. Luego me tienes que ayudar
Cuando Gil se despertó a la mañana siguiente, se sintió desorientada y angustiada al no encontrar a Aren a su lado. Recordó la acalorada discusión de la noche anterior y se sintió mal por haber sido tan dura con su Arconte. Aunque entendía su postura, no podía evitar sentir temor ante la idea de que Aren pudiera marcarla en su forma de Arconte Mayor. Tras vestirse, salió en busca de su madre Nara, quien se encontraba concentrada bordando la insignia de maestro en las ropas de Serafín. Se queda por un momento observando lo bella que se volvió y destila felicidad por toda ella. —Mamá, ¿qué haces? –preguntó Gil con curiosidad. —Hola hija, estoy bordando la insignia de maestro para Serafín. ¿Qué ocurre? Pareces preocupada. Y Aren también luce enfermo, le dijo a tu padre que su Arconte se niega a salir. ¿Pasó algo entre ustedes? — respondió Nara con dulzura pero evidente preocupación. Gil suspiró con pesar y decidió confiar en su madre. —Ayer quería dejar que Aren me marcara como suya,
Gil se queda observando a su amiga feliz acariciando su hermoso mechón azul, en verdad le queda muy hermoso en su espeso, lacio y abundante cabellera negra. Y se alegra por ella. —Me alegra oír eso. Oye, ¿viste a dónde fueron Aren y los demás? — preguntó Gil. —Hace rato los vi dirigirse creo que a la cueva de la entrada, ¿quieres que te acompañe a buscarlos? — ofreció Leía. —No, no quiero ir tan lejos con tanta nieve. Mejor demos un paseo, seguro aparecen pronto — dijo Gil tomándole la mano, pues ya había llamado al Arconte Mayor mentalmente sin obtener respuesta, aunque sintió que él dejó el vínculo abierto para escucharla —. Vamos a ver si está Jan en el campo de entrenamiento — agregó Gil, sabiendo que el Arconte Mayor la escuchaba y notando que se acercaba. —No está allá, él también iba con los que te dije, al igual que Enril. La verdad no sé por qué el Alfa me obligó a ser su ayudante. Desde niños nunca nos hemos llevado bien — comentó Leía. —¿No te gusta trabajar con él? Yo