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EL RENACER DEL TRIBUNAL DE LA INQUISICIÓN

EL RENACER DE

CAPITULO IV

EL TRIBUNAL DE LA INQUISICIÓN

Dos días más tarde Marisa Ordea, se reunía con el padre Julián, un hombre de elevada estatura, de cuerpo enjuto y afilado rostro, que decían resultaba implacable con los que superaban las normas marcadas por el padre Escrivá de Balaguer, y que regían el devenir de “La obra”. Tenía una especial debilidad por “Marisina“, como él la llamaba desde pequeña, y es que la había visto crecer ante sus ojos y convertirse en una mujer de férreas convicciones. Escuchó las graves acusaciones de ella, con el entrecejo fruncido, lo que no auguraba nada bueno para Ramón que ajeno a todo, no dejaba de llamar a María para aclarar el malentendido que había surgido entre ellos dos. Pero el teléfono de María se hallaba desconectado, y sus padres le decían que no quería salir de su habitación ni tan siquiera para comer, cosa que hacía pocas veces. Le preguntaron qué sucedía, dado que ella no quería hablar de ello, y cuando le hacían mención del asunto, solo sabía echarse a llorar y huir. Pero por más que Ramón les dio todo tipo de explicaciones no le creyeron, Y desesperado, decidió que lo mejor sería que transcurriese algún tiempo, antes de volver a intentarlo.

El padre Bernardo, llegó cuando aún no había concluido la “tertulia” entre Marisa y el padre Julián, de modo que se integró en la misma, y no tardó en considerar imprescindible la presencia del maestro espiritual de Ramón, antes de decidir qué hacer con él. El padre Bernardo era un hombre gordo, de ojos saltones y apetito insaciable, que sin embargo poseía un carácter temible. Nunca se precipitaba en sus apreciaciones, y tenía una mente preclara, cosa que no se adivinaba a simple vista. La reunión como si de un tribunal inquisitorial se tratase, fue reuniendo datos, que Marisa de buen grado aportaba, dispuesta a dar un golpe definitivo a quien había elegido a su amiga en lugar de a ella. El padre Bernardo, sacó una libreta de t***s rojas y negras, y escribió cuanto allí se decía, con sumo cuidado. Nada debía escapar al examen de su privilegiada inteligencia, al servicio de “La Obra”. El siguiente paso que decidieron dar, fue llamar a los padres de Ramón, dado que ellos era una de las familias de mayor arraigo en la organización, y sus donaciones prácticamente mantenían la infraestructura de la misma en la ciudad de Oviedo. No les iba a resultar de fácil asimilación el que su único hijo resultase ser lo que evidentemente era ya a los ojos de ellos tres. La próxima reunión, con la necesaria presencia de Pierre el maestro espiritual de Ramón, y de él mismo, tendría carácter oficial, y se decidiría que hacer.

Tras advertir a Marisa de lo grave de las acusaciones que estaba haciendo contra Ramón, y ver la determinación de esta de declarar si fuese preciso ante él mismo, comenzaron a moverse.

Ramón di Marinia, se dedicó en cuerpo y alma, a su ONG, para descargar así el peso de sus problemas, y analizar con claridad lo acaecido más adelante, cuando los ánimos se calmasen. En la India, unas inundaciones habían barrido varias aldeas, dejando sin hogares a docenas de familias, que ahora se hallaban concentrados en un campo improvisado por el gobierno, y al que llegaban con cuentagotas las ayudas humanitarias. Tenía una cantidad de dinero considerable en un banco a su nombre, ya dispuesta para ser ingresada en la cuenta de la ONG, en cualquier momento. Pero estaba considerando solicitar de sus amigos, pequeñas cantidades para unirlas a la suya y así engrosar el total. Nada hacía presagiar lo que se le venía encima tras el desafortunado incidente en su apartamento. En su mente primaba el deseo de aportar la ayuda necesaria para socorrer a las familias que se agrupaban en aquel polvoriento lugar perdido en el confín del mundo. Efectuó varias llamadas, y apuntó las cantidades que le iban donando en una pequeña libreta de anillas.

El padre Julián con las manos a la espalda, paseaba entre los jardines, rodeado del claustro de piedra del siglo XII que abría un espacio en el sólido edificio, acompañado de Pierre, que con expresión seria, escuchaba sus impresiones. Se había encargado de enseñar a Ramón las reglas y normas de “La Obra”, durante los últimos tres años por indicación del padre Bernardo, que conocía a sus padres desde que ingresaron en “La Obra” y estaba orgulloso de poder decir, hasta entonces al menos, que era un alumno ejemplar, con capacidades que no habían pasado inadvertidas para quienes reclutaban a los supernumerarios, si bien, no les gustaba demasiado su persistente actividad con las ONG, eso le restaba tiempo, para lo realmente importante a sus ojos, y era algo que escapaba a su control, además de llevarse unas cantidades de dinero, que no le vendrían mal a la organización. Pero ahora…ahora era distinto, no tardarían en tomar una drástica decisión que le afectaría a toda la familia, con las consecuencias que conllevaba esto.

La encorvada figura del padre Julián, con su cabeza echada hacia adelante, como si quisiera llegar con ella antes que con el resto de su cuerpo, marcaba el ritmo, lento y pausado del forzado paseo. En su mente se reconstruía una imagen terriblemente escandalosa, de cómo debió suceder aquel repugnante hecho, en el apartamento de Ramón. Ni tan siquiera le concedía un margen de duda a lo que daba por hecho que había sucedido.  Se regodeaba en los escabrosos detalles que les había proporcionado Marisa Ordea, y de los que se hallaba convencido, eran la verdad.

Los Di Marinia eran una poderosa familia descendiente de ricos comerciantes de Lisboa, que hicieron fortuna en tiempos del rey Felipe II, cuando este reinaba en ambos países. Desde entonces, su riqueza no había hecho sino aumentar al ir pasando de generación en generación. Sin embargo los Ordea eran una familia acomodada, sin pretensiones, que vivía en Oviedo desde hacía poco tiempo, en comparación con los Ordea. Poseían un próspero negocio que les permitía un alto nivel de vida, y se codeaban con la flor y nata de la alta sociedad.

-Mira, esto debe de controlarse, a fin de que no cause más daños de los que son meramente inevitables. Tenemos in embargo que hacer algo que sirva de ejemplo, eso se espera de nosotros.-Le miró buscando una respuesta positiva-¿no crees?. El padre Bernardo está de acuerdo con que se tome “la decisión”. Esta tarde hablaremos con sus padres, después de hacerlo con el afectado-pronunció la palabra como si de una enfermedad se tratase-reanudaremos nuestras actividades como de costumbre, y olvidaremos este desgraciado incidente. He de viajar a Roma, para recibir instrucciones sobre un tema de la mayor importancia. Tiene que verse que hacemos algo al respecto…-meditó en voz alta.

Un nuevo día amanecía sobre los tejados de la ciudad, que se despertaba a la actividad ajena a cuanto en ella se desarrollaba, que no fuese, el trabajo cotidiano, y el ir y venir de sus gentes, confiadas, en que este sería un día mejor que el anterior.

En la calle San Florian, en el piso tercero mano izquierda, tres hombres, debatían cual sería su decisión antes de escuchar lo que se les tenía que decir. La voz ronca del padre Bernardo, resonaba ya como una sentencia en medio de la estrecha sala forrada de madera de roble. Sobre lo alto de la puerta, un crucifijo dorado, presidía la reunión, como un augurio que presagiaba un drama.

-Bien entonces estamos de acuerdo en todo,-dijo levantándose el padre Julián dando por terminada la conversación-. Pueden decirle que entre.

En el vestíbulo, Ramón esperaba a ser recibido, con la esperanza cierta de que se iba a aclarar todo de forma satisfactoria. El sol penetraba con fuerza a través de las cristaleras, llenando de luz la sala de espera apenas amueblada con tres sillas un gran armario, y una pequeña mesa redonda, sobre la que descansaba un florero de cristal de Murano, tallado exquisitamente, conteniendo flores frescas, dalias amarillas. Ramón miró como la luz se acercaba a ellas, como por un ensalmo que la atrajese para permitir así, el milagro de la fotosíntesis. Como el foco de un teatro que siguiese a la estrella en el escenario, la luz pareció frenar en su viaje, para calentar y alumbrar el centro de la estancia. La puerta que separaba ambas piezas, se abrió con suavidad, para dar paso al padre Julián cuya silueta se recortó en medio del umbral.

-Hijo, el padre Bernardo, Pierre y yo necesitamos que entres y hables con nosotros-le extendió la mano indicándole que pasase adentro. Ramón, penetró en la habitación en la que se hallaban, y esperó a que se le permitiese sentarse.

Como en los mejores tiempos de la inquisición, los dos sacerdotes, y el lego presentes, frente a él se dispusieron a dar comienzo a sesión.

-Necesitamos saber, cual es tu versión de los hechos, para considerarla,-sonrió levemente, Pierre.-Cuéntanos que es lo que hiciste con esa mujer, y que te incitó a ello hijo, sincérate,-le aconsejó, acercándose, y colocando su mano sobre la suya, para infundirle confianza.

-Quiero que conste que Marisa no es la más indicada para acusar a nadie, esperaba que hubiera sido María la que lo hiciese, no ella. Dicho esto, pasaré a contarles lo que sucedió en realidad. Con voz segura, les fue relatando, como Ana acudió a su apartamento a fin de recoger una cantidad de dinero para poder comenzar una vida nueva, lejos del maltratador de su marido.

-Pero hijo, María te vio entregarle dinero en una cafetería, antes de veros en una situación, que sobrepasa con mucho la confianza que se tienen dos “amigos”.

La sorpresa de Ramón no tuvo límites en aquel momento. ¿Pues no le estaba espiando María?-en su cara se pintó esa expresión que se queda a cualquiera que se siente incapaz de reaccionar.

-Poco antes de que fuese a mi casa, nos vimos en una cafetería, y me mostró los golpes que su marido le había propinado. Le hice entrega de algún dinero para sus gastos más inmediatos, ya que no podría regresar a casa con su marido. ¿Me espiaba María…?¡no me lo puedo creer!.

-Ella no te espiaba, tranquilízate,-le pidió el padre Bernardo, con voz de ultratumba-coincidió que iba a darte una sorpresa, y la que la recibió fue ella, no le resultó nada agradable como comprenderás…tienes la conciencia cargada, y lo mejor en tu situación es confesarlo todo hijo…ten en cuenta que esta conversación, se considerará secreto de confesión.

-No hay nada que confesar, salí de la ducha, y estaba desmoronándose por lo que la abracé, para consolarla, y en ese momento, apareció María con su amiga Marisa Ordea. Creyeron que había sucedido algo que nunca ocurrió, y se montó toda esta situación que se está desbordando.-explicó lo sucedido, alzando ligeramente la voz.

-No es necesaria esa actitud…nosotros solo queremos lo mejor para ti, y para tu familia…¿Cuánto hace que os veis?-insistió obviando la explicación que le diera Ramón.

-No nos vemos más que como amiiiigos-alargó la frase para darle énfasis-no tenemos ninguna relación que no sea la de dos buenos amigos que colaboran en la misma ONG,y que se toman un café juntos de vez en cuando, para contarse sus cosas.

En el rostro de Ramón comenzaba a aflorar el enfado, y sus rasgos dulces y nobles iban dejando paso a una expresión de incredulidad. Aquellos tres hombres le juzgaban condenaban y ejecutaban, sin que sirviese de nada lo que él pudiera alegar en su defensa. La decisión, fuese la que fuese, ya estaba tomada de antemano.

-Tenemos que hacer algo al respecto, compréndelo hijo, ya se nos ataca desde afuera con la suficiente crueldad, como para que le demos carnaza. Ahí tras esa puerta, -señaló –se espera nuestra decisión sobre este asunto, y créeme no es nada fácil para nosotros llevarla a cabo. Estamos muy tristes, te tenemos mucho cariño, y esto…es difícil, muy difícil.

-Y por esa razón, estáis dispuestos a ejecutarme en la hoguera, como en los autos de fe de la edad media.

-Todo sería más fácil si confesases tu error, y asumieses tu responsabilidad en los hechos-Le sugirió el padre Bernardo, que daba signos de frustración al no conseguir la confesión de Ramón.

-Que yo sepa no se debe confesar lo que no se ha hecho mal, y por otra parte, ignoraba que se diesen reuniones de este tipo, en las que se atornillase a uno de los miembros hasta obtener algo de él que se pudiera emplear en su contra.

-Hijo, ¿te estás escuchando?”contra”, “auto de fe”, “Inquisición”, nos estás tildando de poco menos que de ser Torquemada…esto solo es una conversación para que nos cuentes …

-Es inútil no sacaremos nada en limpio.-Aseguró Ramón-dejémoslo.

-No nos dejas alternativa,-se lamentó el padre Julián-a partir de ahora, no serás bienvenido a nuestros centros de reunión, yo tenía muy clara la decisión ya desde luego, pero tu actitud confirma lo que todos creíamos.

La faz de Ramón palideció, y sus ojos se dilataron como platos al oír aquella sentencia, que era consciente traería consecuencias a su familia, y a el mismo. Cuando le anunciaron que hablarían con sus padres para notificarles su decisión, y que también lo harían con María y con Marisa Ordea, el ya no podía oírles, su mente, se había bloqueado, y se hallaba en estado de shock.

-Tendremos que hablar con tus padres, suponemos que querrán saber que ha sucedido, y a fin de cuentas, somos amigos de la familia desde hace muchos años-le dijo sonriendo el padre Bernardo, sin dejar entrever que le preocupaban las generosas donaciones que solía hacer la familia Di Marinia-ahora si nos disculpas tenemos que tratar otros asuntos…¡ah!Ramón,-le llamó cuando se disponía a salir de la estancia, el padre Julián-no creas que te consideramos una persona inicua, solo que necesitarás un tiempo para recuperarte y reconocer tu error…

Ramón, les miró a los tres de hito en hito, y les respondió con la voz quebrada:

-”Casi casi, pero quitando el casi…”

Se miraron los tres como preguntándose qué habría querido decir, y se encogieron de hombros por toda respuesta.

Una vez que estuvo en la calle. Dejó que el aire fresco le rozase el rostro y lágrimas de dolor intenso, resbalaron por sus mejillas. Algo muy dentro de su interior se desgajaba, consumiéndole las entrañas, como brasas ardientes. Caminó como un zoombie, por las calles sin rumbo fijo, permitiendo salir de su mente los pensamientos más negativos que nunca tuvo. Sin darse cuenta, al alzar la mirada, se vio ante una cafetería, y entró. Con la cabeza baja, y el pelo revuelto, parecía un desheredado que viera el mundo por primera vez. Pidió un whisky doble, y fue haciéndolo desaparecer, mientras dejaba escapar el llanto, vuelto contra la pared, no deseaba que nadie pudiese ver su dolor, ni tampoco podía evitar que las lágrimas aflorasen desde muy adentro.

Un camarero al que no pudo ver acercarse, le habló desde el otro lado de la mesa.

-Usted es Ramón ¿verdad? le he visto con Ana algunas veces por aquí-le sonrió para decírselo.

-“Ana”-pensó ¿que había sido de ella?, con su problema se había olvidado de ella. Que injusto es el ser humano, cuando le duele su piel, ya no recuerda nada más.

-Disculpe, no he querido ser indiscreto, lo siento si le he importunado…-se excusó el camarero, al ver que no respondía a lo que tan solo había pretendido ser una muestra de cordialidad.

-No, no, no es eso, es que estoy…estoy…da igual, si soy amigo de Ana, ¿sabe algo de ella?

-Bueno ella tampoco pasa por su mejor momento, pero eso debe explicárselo ella, no yo.-Trató de enmendarse resultando discreto.-¿Puedo ayudarle en algo?

-Nadie puede…todo empieza a desmoronarse para mi…-le miró con ojos húmedos, y expresión d niño perdido.

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