CAPITULO XXVIIEL SUCESORJesús de Montiel le iba tomando el pulso a la casa poco a poco, y en ausencia de Jean Pierre le Monéc, era el único responsable de cuanto sucedía en ella. Le asustaba no estar a la altura de la situación, pero presentaba un interesante reto para superarlo, y ayudar a los que como él habían llegado a la casa en busca de protección y de una vida que vivir cuando creciesen, sin que ello supusiera un permanente dolor. Magdalena la asistenta social colaboraba con él como lo había hecho con jean Pierre le Monéc antes. El cartero llegaba con retraso aquel día, y Jesús de Montiel ignoraba lo que traía para ellos. Cruzó la verja hasta el buzón externo en el que se depositaba el correo, y al abrirlo lo vio vacío. Justo en el momento en que retornaba a la casa Alberto, el cartero afable y regordete, llegaba con su carrito amarillo agarrado de su mano.-Lo siento, llego con retraso hoy a todos los sitios…tengo varias cartas para la casa.-sacó de su carrito un taco de so
CAPITULO XXVIIILA SEGUNDA PARTE DEL LIBROEl plató de televisión, aparecía iluminado profusamente por los focos, de manera que al entrar la presentadora, sonó un leif motif anunciando la presencia de la estrella guiadora de la entrevista. Miriam Sóen se sentó en el centro de la mesa preparada a tal efecto, y comenzó su disertación preparando al gran público para la presencia esperada, ansiada de aquel hombre que era admirado tanto por su obra como por sus libros. Que había dedicado su vida a restaurar las de los demás.-Señores, hoy tenemos con nosotros s un escritor, menos famoso como escritor que como persona. Es difícil de hallar alguien que como el, dé de su tiempo el total, para compensar las vidas destrozadas de los menos favorecidos, y que además no resulte una obra de caridad. Les ruego que estén atentos a este especial personaje, sin duda merecedor de su aprecio y su tiempo.Las cámaras enfocaron el umbral del plató, por done entraba un ya envejecido jean Pierre le Monéc. Ac
LA FAMA DEL HOMBRE MUERTOLas televisiones de todo el mundo y las emisoras de radio se hacían eco de la noticia del día que llegaba desde España. El más emblemático dueño de una ONG que existiese en este mundo premiado con el premio príncipe de Asturias, el nobel de la paz, incluso una mención especial en la organización de las naciones unidas, donde discursó ante un auditorio compuesto por una babel de idiomas, razas y gobernantes, moría en la casa de las flores de invierno, rodeado de sus chicos, amigos y admiradores, así como de algunos de sus fans que como escritor de fama poseía también. Los periódicos en sus primeras páginas mostraban negros caracteres, en los que con grandes letras anunciaban la muerte del pragmático líder de las ONG que se ubicaban a lo largo y ancho del orbe. En la casa Magdalena un joven Jesús de Montiel, y Juana la fiel cocinera que había envejecido en la casa, lloraban ante el cadáver de su amigo y mentor mientras desfilaban por la casa los más variopinto
SILLÓN DEL VIEJO DE LA CASAJesús de Montiel, se acomodó en el orejero del viejo jean Pierre y con su bata puesta sobre sus hombros se sintió como poseído por su sabiduría y su ánimo siempre optimista y seguro en apariencia. Sacó de un cajón unos dibujos a medio acabar y los miró con ojos de admiración para a continuación como si de una ofrenda se tratase trazar líneas donde se suponía debían hallarse sin que pudiese terminar el diseño de aquello que resultó ser un ala para juegos que los niños estaban necesitando ya. Encendió la lámpara y se vio a sí mismo en el espejo, tan joven, tan inexperto, tan…y sin embargo era él el elegido para dirigir aquella casa de complicadas normas para el buen funcionamiento de la misma. La habitación se comía virtualmente al nuevo inquilino y él solo se atrevía a pensar en aquel maravilloso ser que se había ido demasiado pronto para dejarle las riendas y las decisiones importantes a medio tomar. Uso golpes secos le sacaron de su abstracción y le devolv
CAPITULO XXXIEL CÍRCULO DE LA MUERTELos pensamientos de la anciana, le llevaban indefectiblemente a un pasado que ella consideraba glorioso, por la clase de personas que en el vivieron, y que crearon algo tan duradero como la casa en la que ella había sido feliz tantos años, sin echar de menos nada como una familia o una pareja estable con quien compartirla. Había sentido el calor de la amistad, del amor que mana como una fuente desde el interior de tantos chicos, que ahora eran padres y madres de familias, que carecían del dolor que ellos sintieron al ser rechazados por los suyos, de manera que lo olvidaron con el paso del tiempo. Eso le confortaba de los achaques de la vejez, y de aquella cosas que dejó atrás hacía tantos años que ya no los podía siquiera contar. En esto pensaba La anciana Eloisa que veía llegado el fin de su longeva vida, sentada en aquel viejísimo orejero, mil veces retapizado en la misma tela, y que crujía bajo el peso de la humanidad de la anciana señora de la
LA CUADRATURA DE LA VIDASergio a solas consigo mismo, en la habitación en que habían morado los tres anteriores decidió dar continuidad a los detalles que le conferían al viejo de la casa esa aura de inmortalidad al verle los chicos siempre con una imagen muy similar a la de los anteriores. Corría la leyenda de que el viejo moría y se reencarnaba en el siguiente para no dejarles solos y cuidar de ellos en persona por al menos siete vidas…La bata que mandase restaurar Eloisa, que también la usó, se la enfundaba ahora Sergio, como si de un rito sagrado se tratase, para imbuirse de la personalidad de quienes fueron tan buenos regentes de la casa. Él creía firmemente que era un símbolo inequívoco del poder altruista del viejo de la casa, que gobernaba con mano firme y rostro dulce, un lugar situado en el centro del paraíso terrenal, donde los males huyen de los que crecen seguros en manos de sus protectores…se sentó en aquel mítico orejero que lo abrazó como si lo conociese, como se hace
CAPITULO IUNA VIDAEl viento anunciaba el otoño, que llegaba prematuramente, llevando en sus fríos brazos olores a madera y hojas secas. Barría las calles levantando remolinos, y echando a las gentes de las aceras. Ramón, enfundado en su gabardina beige, penetraba en una cafetería dispuesto a esperar tomándose un chocolate caliente. Ana aún tardaría un poco en llegar, trabajaba cerca de allí, pero hoy se iba a retrasar, ya se lo había advertido. Su jefe la necesitaba para cuadrar unos informes, y eso le llevaría su tiempo correspondiente. Echó una ojeada al local, casi siempre lleno, y que ahora, más que nunca, se veía abarrotado, y se dirigió a una mesita que en un rincón aparecía desocupada. Una pesada cortina ocultaba parte de la cristalera, y Ramón la apartó para mejor ver el exterior. Aspiró el aire cálido, y se desprendió de su gabardina, que colgó en el respaldo de la silla. Se frotó las manos, e hizo un gesto a la camarera, que se acercó para tomar nota. -Un choco
CAPITULO IILA TRAICION SE VISTE DE AMIGAAna deambuló por la ciudad sin rumbo cierto, y entró en un par de sitios para resguardarse de la lluvia. Componía una triste figura, y suspiraba como si el mundo que ella conociera, se estuviera derrumbando. Solo le quedaba su amigo Ramón en aquella ciudad, y el peligro de que su marido la persiguiese allá donde fuera, era demasiado patente. No podía quedarse en la ciudad de Oviedo, tenía que irse y cuanto antes. Lloró con desconsuelo, y se dejó llevar por sus sentimientos intentando relajar la tensión que acumulaba en su interior. Las horas le parecieron siglos, y ya empezaba a dar síntomas de debilidad, cuando miró su reloj. Eran las dos de la tarde, y su estómago ajeno a todo lo que no fuera alimentarse se rebelaba. Cuando veía en la televisión casos de mujeres maltratadas le parecía tan lejano todo aquello… pero le empezó a suceder a ella, y una sensación desconocida, mezcla de estupor, culpabilidad, e indefensión se apoderó de ella, para