La noche era oscura y el estacionamiento del hospital, apenas iluminado por débiles luces amarillentas, parecía el escenario perfecto para una escena de terror. Jazmín se adentró, su vestido elegante contrastando con el lúgubre entorno. Caminaba sigilosamente, manteniendo la calma, su rostro sereno y sus ojos alertas, buscando cualquier movimiento en las sombras.— ¡Julieta! ¡Julietita! ¿O debería llamarte Juliet? — Su voz resonó en el silencio, cargada de una frialdad que solo un asesino en serie podría emular —. Ya llegué, Juliet — añadió, con un tono melódico pero afilado como un cuchillo — Con ese nombre era difícil de adivinar que fueras tú.Sabía que la estaban siguiendo. Había sentido la presencia de Julieta desde que salió del restaurante. La intuición le había susurrado que Julieta no se detendría, que la buscaría hasta encontrarla. Así que ahora, en este estacionamiento casi desierto, Jazmín se enfrentaría a su enemiga.— Por cierto — continuó Jazmín, su voz burlona resonand
Jazmín se quedó allí, temblando, su corazón latiendo frenéticamente. La figura que había disparado se acercó, revelándose como Fabio. Bajó el arma, su rostro pálido pero decidido.— ¿Estás bien, señora Belmont? — preguntó con preocupación, acercándose a ella.Jazmín asintió débilmente, sus piernas casi cediendo bajo ella.— Sí... sí, estoy bien — murmuró, aunque su voz no tenía mucha convicción. El terror de ese momento aún la envolvía, y las lágrimas empezaban a acumularse en sus ojos —. Ella lo sabe. Ella lo sabe.Sin embargo, su cuerpo perdió fuerza y sus ojos se cerraron, dejándose abrazar por la oscuridad, y antes de caer completamente al suelo, unos brazos fuertes la sostuvieron.Fabio, inmediatamente la cargó y se adentró dentro del hospital. El primero en reaccionar al verla, fue Roberto.— ¡Jazmín! — gritó, corriendo hacia ella. Mientras la colocaban en una camilla, Roberto se acercó junto con Santiago —. ¿Qué pasó?— La encontré en el estacionamiento. Volví para entregarle s
Jazmín, ajena a lo que sucedía afuera, continuó hablando con Leandro, como si sus palabras pudieran atravesar el estado de coma y llegar hasta él.— Recuerdo la primera vez que nos conocimos — dijo, su voz llena de nostalgia —. Cómo me hiciste desearte, cómo me hiciste sentir segura. Nunca pensé que alguien pudiera amarme como tú lo hiciste. Te extraño tanto, Leandro. Te extraño cada día.Sus lágrimas continuaban fluyendo, mojando la sábana blanca.— Necesito que vuelvas a mí. Necesito que despiertes y me digas que todo estará bien. No puedo hacer esto sola. No sin ti.La habitación estaba llena de una tristeza palpable, un dolor que solo aquellos que han amado profundamente pueden entender. Jazmín se inclinó y besó suavemente la frente de Leandro, dejando que sus lágrimas cayeran sobre su piel.— Por favor, vuelve a mí — susurró —. Te amo tanto, Leandro. No puedo imaginar mi vida sin ti.Fabio, todavía de pie fuera de la habitación, sintió una punzada de dolor en su propio corazón. A
Jazmín se encontraba en su habitación, mirando al techo mientras su mente revolvía un torbellino de pensamientos. La reciente serie de eventos había sido abrumadora, y por más que se prometía mantener la cabeza en alto, se sentía exageradamente cansada. Todo lo que deseaba era un momento de paz, un respiro de la constante tensión y peligro que parecía acecharla a cada paso.Se giró en la cama y sus ojos se posaron en el cunero donde su hijo dormía plácidamente. Una sonrisa suave se dibujó en su rostro al recordar la primera vez que lo había sostenido en sus brazos, tan pequeño y frágil. La alegría de aquel momento había sido ensombrecida por el horror de que se lo arrebataran cuando apenas tenía horas de vida. Ese recuerdo aún la perseguía, un miedo latente que nunca desaparecía del todo. Sintió una punzada de temor al imaginar que algo similar pudiera ocurrir de nuevo. Se levantó y cerró la ventana con rapidez, asegurándose de que su hijo estuviera seguro.Afuera de la mansión, Erick
Horas más tarde, Jazmín estaba en su oficina revisando unos documentos importantes cuando decidió que era momento de enfrentar uno de los muchos cabos sueltos en su vida. Llamó a Gabriel, su asistente, y le dio una orden clara. — Haz pasar al señor Rymer apenas llegue, por favor.Pocos minutos después, Fabio Rymer entró en la oficina con una mezcla de elegancia y determinación. Sus ojos, llenos de admiración, se posaron en Jazmín como si estuviera ante la joya más preciosa del mundo. Gabriel, quien observaba la escena desde un rincón, sintió una punzada de compasión por el hombre.— Señor Rymer, ¿a qué se debe su visita? — preguntó Jazmín, sin levantar la vista de los documentos que tenía ante sí.Fabio sonrió, aunque sus ojos mostraban una mezcla de emociones. — ¿Le molesta mi presencia? — preguntó con suavidad.Jazmín dejó de revisar los papeles y levantó la mirada para enfrentarlo directamente. En sus ojos no había rastro de la tensión de la noche anterior, solo una determ
Jazmín apretó la mano de su amiga, agradecida por su apoyo.— Gracias, Jess. Realmente lo aprecio, pero cambiemos de tema — dijo Jazmín —. Vamos a almorzar.Jazmín y Jessica se encontraban sentadas en la terraza de un pequeño café en el centro de la ciudad. El sol de la tarde caía suavemente sobre ellas, bañándolas en una luz cálida y dorada. Las dos amigas habían decidido salir de la empresa, pero Jazmín tenía una pregunta que rondaba su mente desde hacía días y no podía esperar más para hacerla.— Jessica, ¿has pensado en hablar con tu padre sobre tu compromiso con Santiago? — preguntó Jazmín, rompiendo el silencio con delicadeza.Jessica cambió drásticamente su mirada. Sus ojos, que momentos antes habían estado llenos de alegría y emoción al hablar de su futuro matrimonio, ahora se oscurecieron con una mezcla de dolor y resentimiento.— Él me ha exiliado de la familia, Jazmín — respondió Jessica, con una voz que apenas era un susurro —. Me sacó mi puesto como heredera, me cerró tod
Santiago llegó a la mansión con el corazón latiendo a un ritmo frenético. La gran casa se erguía imponente, sus ventanas oscuras como ojos vigilantes. Trató de calmarse, de recobrar la compostura, pero cada paso que daba hacia la entrada parecía pesar más que el anterior. Sabía que todos ya estaban allí, esperando respuestas, esperando una explicación que ni siquiera él podía ofrecer completamente. A excepción de Daniel, claro, quien estaba fuera del país. Pero eso no aligeraba la tensión palpable en el aire.Jessica estaba de pie cerca de la puerta, sus ojos llenos de preocupación y desesperanza. Al ver a Santiago con el niño en brazos, corrió hacia él, casi tropezando en su prisa.— ¡Santiago! — exclamó, su voz quebrada —. ¿Qué pasó? ¿Dónde está Jazmín?Santiago bajó la mirada, tratando de evitar el escrutinio de sus ojos. Le entregó al pequeño, que ahora sollozaba suavemente, y Jessica lo acunó contra su pecho, susurrándole palabras tranquilizadoras.Antes de que pudiera responder,
La puerta se abrió nuevamente y Pedro entró, esta vez con una expresión más seria.— Tus amigos están buscando — dijo, como si leyera sus pensamientos —. Pero no los llevará a ninguna parte. Este lugar es un laberinto. Incluso si llegaran hasta aquí, nunca te encontrarían.Jazmín lo miró con desafío.— No subestimes a mis amigos — respondió —. Son más inteligentes de lo que crees.Pedro sonrió de nuevo, pero esta vez había algo más oscuro en su mirada.— Veremos, señora. Veremos.Con eso, se giró y salió de la habitación, dejando a Jazmín sola una vez más. Pero esta vez, el miedo no se quedó atrás. Respiró hondo y cerró los ojos, dejando que la determinación y el coraje llenaran su ser. Sabía que la clave de su supervivencia radicaba en no rendirse, en mantenerse fuerte.La llamada del hospital llegó en el momento más inesperado. Todos estaban concentrados en la computadora, intentando rastrear cualquier señal que los llevara a Jazmín, cuando el teléfono de la casa comenzó a sonar. El