Luciana
Santi está medio acostado en el sofá, con la vista perdida en algún punto del techo y la expresión pétrea. No se ha movido de ahí en dos días. Apenas ha comido, y cuando me acerco a él con algo que sé que le gusta, sólo se da la vuelta, cubriéndose con una manta, y se queda dormido.
Jamás imaginé, ni en mis peores pesadillas, que pasaríamos por algo semejante. La muerte de Alonso era mía. Era mi dolor diario. Y de cierta forma agradecía que Santi no pudiera entenderlo o compartirlo. Pero ahora es diferente. Santiago tuvo tiempo de conocer a su padre y de que se le colara en el
GrilloNo quiero. Rezongo, protesto, gruño… y Ruben me hace menos caso que a un perro.—¡Tengo que estar con ellos! ¿Qué parte de que están en peligro es la que no has entendido?—Lo entiendo todo, Alonso, pero ahora mismo no puedes regresar a Mónaco —Ruben hace un acopio de paciencia y sé que soy necio, pero es porque estoy bastante consciente de que esta vez mi Solecito no me perdonará. Si no me apuro a explicarle
LucianaMe abraza. Después de tantos años Ruben me abraza y no sé si lamentarme por el tiempo que no tuve a mi familia, o agradecer porque ahora están conmigo las personas que quiero. Estoy dolida con él, pero no puedo alejarlo de nuevo, al menos no ahora con todo lo que está pasando.Miro a Grillo y tiene cara de que quisiera abrazarnos a los dos, pero ya eso sería material para una comedia así que sólo me río para que se relaje.—Bueno… creo que ya hecho el escándalo… debo irme.
GrilloMe duele el pecho y esta vez no tiene nada que ver con los disparos. Es de amor, de felicidad, de todas esas risas que necesitaba y que se me salen en el mismo momento en que Santiago se da cuenta de que su mamá me mordió. Supongo que ya está en esa edad en que dice que “no” pero “sí”.—¿Pasa algo malo? —pregunta Santi y la risa se me acaba porque no quero que esa sea la primera pregunta que mi hijo haga siempre.—No, al contrario… —respondo pasando una mano sobre su hombro—. ¿Recuerdas que te es
Luciana—¿Estás seguro de que quieres hacer esto? —estoy a punto de echarme a reír, porque vamos a enterrar la barba de Grillo y pareciera que es un miembro más de la familia.—Sí, bueno… no…—¿Puedo hacerlo yo? —pregunta Santiago con emoción y Alonso me mira haciendo un puchero—. Vamos papá, tú mismo lo dijiste, tienes que camuflarte ahora, tienes que ser un fantasma. Y con la barba y los tatuajes no pasas precisamente desa
GrilloPareciera algo común y corriente. Un simple mendigo de los que andan por la ciudad a cualquier hora, abandonado de Dios y de los hombres, extendiendo la mano para recibir una mísera limosna de la primera alma que se apiade de él. Se ve natural, ya lo digo, si no fuera porque este mendigo en particular extiende la mano y la veo extrañamente limpia.Nadie se fijaría en eso. Pero la seguridad de Santiago hace que yo tenga ojos hasta en la nuca. Mi hijo pasa a dos metros de él, hablando con sus amigos antes de entrar al colegio, y de repente mete la mano en uno de sus bolsillos y saca un celular. Sonríe cuando ve la pantalla y me imagino que se t
LucianaHay algo de todo esto que no me gusta. No estoy segura si es el hecho de que hay un hombre atado y golpeado en nuestro gimnasio, o el hecho de que mi hermano se vio tentado a venir. Ruben no es de los que hacen aspaviento en vano.
Santi.Me echo un poco de agua en la cara para espantar el cansancio porque ha sido un día largo. No puedo decir que no me he divertido, y aunque ciertamente no ha sido el cumpleaños más convencional, sí ha sido uno de los mejores.
GrilloSanti pasa a mi lado y las dos camionetas negras dan la vuelta en el semáforo, pasando tras él. Hago un giro estratégico y me sitúo tras ellos. Santiago sabe lo que tiene que hacer y yo también. Lo veo acelerar hacia una intersección y cuando el semáforo se pone en verde, entiendo que ya está en comunicación con quien ne