Bells tenía los ojos cerrados. Su mente vagaba en la niebla de los sedantes, pero a medida que estos se disipaban, comenzaba a escucharlos. Kiryan lloraba y Stefano estaba desesperado.Abrió los ojos despacio y enseguida los tuvo pegados a sus costados.—¿Estás bien? —susurró Kiryan, con su mano sobre su frente.Ella asintió lentamente, aunque no era del todo cierto. Su garganta estaba seca y tenía la sensación de que no podría hablar ni aunque quisiera. Aun así intentó hacerlo.—¿Qué tan malo... qué tan malo fue? —susurró.—Vas a estar bien, nena —respondió Stefano por los dos—, no te preocupes por nada.Kiryan le dio un vaso de agua y ella bebió un sorbo, antes de intentar incorporarse. Era como si sus músculos se hubieran debilitado durante el tiempo en que los sedantes le habían hecho efecto.Finalmente logró despabilarse un poco más y le pidió a Kiryan que le quitara los sueros a los que seguía conectada todavía.—Por favor, vamos a casa, no quiero estar aquí —murmuró.—Bells, te
Kiryan y Stefano estaban sentados ansiosamente en la sala de espera, con el corazón palpitando mientras esperaban noticias de la operación. Llevaban horas sentados en un sombrío silencio, mientras el reloj avanzaba lentamente.A medida que los minutos se convertían en horas, Kiryan y Stefano comenzaron a sentirse cada vez más ansiosos y temerosos. Se aferraron el uno al otro, enviando en silencio oraciones al cielo para que la operación tuviera éxito.Por fin, el médico salió del quirófano. Todos los ojos estaban puestos en él mientras se acercaba a Kiryan y Stefano con una mirada grave. Bastó un gesto, solo aquel gesto de quitarse el gorro médico, para que el italiano comprendiera.—Lamento tener que decirles esto... pero la operación no fue exitosa. Isabella... la perdimos... murió en el quirófano.Ese fue el instante mismo en que el mundo se apagó para Stefano, su primera reacción fue también la única. Sus brazos alrededor de Kiryan contenían al ruso. Sabía que estaba gritando por
Stefano estaba desesperado. El terror de perder a Kiryan iba mucho más allá del hecho de habérselo prometido a Bells. Después de perderla a ella, simplemente no podía perderlo a él también, porque la única razón por la que no se había dejado consumir por el dolor era porque debía mantenerlo a salvo.—Tengo su ubicación. Pero esto no te va a gustar nada.Stefano escuchó la voz de Mateo por el altavoz del auto mientras conducía.—¿Dónde está?—En el Coliseo —respondió Mateo y Stefano le dio vuelta en U al auto para ir hacia allá.—¿Y qué demonios hay en el Coliseo? ¡No me jodas que se va a poner histórico ahora! ¡En esa mierd@ ya no hay leones! —rugió Stefano con frustración.—No, pero hay un muro de cuarenta y ocho metros desde el que se puede saltar, así que vete con cuidado —replicó Mateo—. ¿Llamo a emergencias?Stefano sintió como si su corazón se detuviera un segundo al escuchar aquello.—No, solo acércame tanto como puedas —contestó.—OK, según la señal está por el lado oeste del
Vivir era un ejercicio de fe, o al menos eso se decía Kiryan Zeynek cada vez que se levantaba. No podía evitar despertarse buscando a Bells, todavía se desvelaba la mayor parte de la noche porque se había acostumbrado a dormir poco, entonces Stefano lo acompañaba ver la tele, aunque él mismo se quedara dormido en el sofá.Dejar de vivir ya no era una opción desde que Stefano le había recordado que una niña pequeña dependía de él, y Kiryan no tenía corazón para matar ni una mosca, mucho menos para poner en peligro a Fiorella, sin embargo ya no quería trabajar. Y como no tenía mucho en qué ocuparse, Stefano acababa arrastrándolo al gimnasio, a las galas benéficas de la compañía, a cualquier lugar que les provocara distracción.Solo volvían al piso del laboratorio una vez al mes, para fabricar el medicamento de Fiorella, y siempre era una tortura para ellos.—Es como si la viera por todos lados —murmuró Kiryan un día, mientras metía los viales en una maleta metálica plateada—. A veces ju
Stefano estaba a punto de estallar como el Di Sávallo que era. Nadie conocía la ira de los hombres del Imperio más que quienes la habían probado en carne propia, y el doctor Karlsson estaba a punto de sumarse a aquella lista.Volvió a la sala de juntas, de donde por cierto nadie había osado levantarse, y finiquitó aquella reunión de inmediato.—Ahora sí, necesito entender qué demonios está pasando —gruñó Stefano encerrándose en su oficina con Kiryan—. ¿Cómo es que estos dos están trabajando juntos?—¡No lo sé! ¡No...! ¡No tengo idea! —gritó el ruso mesándose los cabellos.—¿Puedes intentar imaginarlo al menos? ¡Adivina! —le dijo Stefano deteniéndose frente a él y Kiryan lo miró a los ojos, como si los recuerdos intentaran regresar.—El doctor Karlsson... él fue el primero en mencionar un Premio Nobel —murmuró Kiryan—. Cuando Bells y yo fuimos a verlo hace unos años, Karlsson se entusiasmó mucho por la investigación de Bells, después de todo, el es cirujano oncólogo, era normal que le
Stefano sentía que se le iba a salir el corazón del pecho de tan rápido y tan fuerte que le palpitaba, y como una de sus manos estaba sobre el pecho de Kiryan, sabía que a él le pasaba exactamente lo mismo. Esa mano se cerró sobre su saco y tiró de él hacia uno de los corredores adyacentes.—¡Cálmate! —le dijo.—¿Cómo que me calme? ¡Es Bells! ¡Está viva...!—¡Yo también tengo ojos, Kodiak, sé que está viva...! Pero no está con nosotros... piensa en eso —replicó Stefano.—¡Ni se te ocurra por un segundo pensar que nos abandonó! —le espetó Kiryan.—Ya lo hizo una vez...—¡Eso fue para protegerte, pero Bells no nos dejaría! —Kiryan lo agarró con brusquedad por el saco y lo zarandeó—. ¡Bells no nos dejaría, Polarcito!—¡Está bien, está bien...! —Stefano no quería pensarlo pero había una parte de él que siempre enfilaba primero hacia la oscuridad—. Pero si no nos dejó, y está viva... entonces algo le hicieron. Algo está pasando.Kiryan lo soltó y Stefano pudo ver más determinación en esos
No podían dormir, ninguno de los dos podía porque Bells estaba viva, estaba viva y eso significaba demasiado... pero no sabían si estaba bien.—¿Crees que la haya operado realmente o solo la esté controlando como nosotros intentábamos hacer con ese maldit0 tumor? —preguntó Stefano.—Para empezar sí la operó, porque de lo contrario no nos hubiera olvidado, Polarcito —susurró Kiryan mirando al techo—. Pero si pudo extraerle o no el tumor ya es otra cosa.—Quizás ni siquiera había tanto riesgo, Kodiak —gruñó el italiano—. Quizás ese tres por ciento solo lo dijo el infeliz de Karlsson para que esperáramos su muerte.—Supongo que mañana nos aseguraremos de qué fue lo que sucedió.Al día siguiente los dos estaban desesperados, pero en cuanto ella tocó a la puerta, fue como si el día se les iluminara.—Hola, vengo a ver a mi enfermito —sonrió la muchacha.—¡Ese sería yo! —exclamó Kiryan levantando la mano y ella le regaló una mirada tierna que derritió al ruso.—Pues ya no pareces muy enferm
Bells, o Charlize, como se llamaba en aquel momento, realmente quería beber de más, pero la conversación con aquellos hombres era tan amena y le daban una sensación tan poderosa de seguridad y protección, que no pudo evitar sentirse en paz y olvidar la hora.—¡Dios, yo debería estar allá enfrentando la crisis! —murmuró cuando eran casi las once de la noche.—¿Y eso por qué? ¿No es tu tío el autor? ¿Tú por qué tienes que solucionarla? —preguntó Stefano.—Bueno... yo soy quien los ayuda —respondió ella desviando la mirada—. Soy su asistente en la investigación.—¿Los asistes? ¿O te sabes esa investigación de memoria y eres la única persona que puede ayudarlos a recuperar lo que se perdió? —la increpó Kiryan y ella lo miró con el ceño fruncido.—¿Cómo sabes...?—Te han llamado más de veinte veces —respondió Stefano señalando su teléfono. Estaba en silencio pero la pantalla se iluminaba muy seguido por las llamadas entrantes.—Yo no tengo licencia para ejercer, menos para hacer esas inves