Vivir era un ejercicio de fe, o al menos eso se decía Kiryan Zeynek cada vez que se levantaba. No podía evitar despertarse buscando a Bells, todavía se desvelaba la mayor parte de la noche porque se había acostumbrado a dormir poco, entonces Stefano lo acompañaba ver la tele, aunque él mismo se quedara dormido en el sofá.Dejar de vivir ya no era una opción desde que Stefano le había recordado que una niña pequeña dependía de él, y Kiryan no tenía corazón para matar ni una mosca, mucho menos para poner en peligro a Fiorella, sin embargo ya no quería trabajar. Y como no tenía mucho en qué ocuparse, Stefano acababa arrastrándolo al gimnasio, a las galas benéficas de la compañía, a cualquier lugar que les provocara distracción.Solo volvían al piso del laboratorio una vez al mes, para fabricar el medicamento de Fiorella, y siempre era una tortura para ellos.—Es como si la viera por todos lados —murmuró Kiryan un día, mientras metía los viales en una maleta metálica plateada—. A veces ju
Stefano estaba a punto de estallar como el Di Sávallo que era. Nadie conocía la ira de los hombres del Imperio más que quienes la habían probado en carne propia, y el doctor Karlsson estaba a punto de sumarse a aquella lista.Volvió a la sala de juntas, de donde por cierto nadie había osado levantarse, y finiquitó aquella reunión de inmediato.—Ahora sí, necesito entender qué demonios está pasando —gruñó Stefano encerrándose en su oficina con Kiryan—. ¿Cómo es que estos dos están trabajando juntos?—¡No lo sé! ¡No...! ¡No tengo idea! —gritó el ruso mesándose los cabellos.—¿Puedes intentar imaginarlo al menos? ¡Adivina! —le dijo Stefano deteniéndose frente a él y Kiryan lo miró a los ojos, como si los recuerdos intentaran regresar.—El doctor Karlsson... él fue el primero en mencionar un Premio Nobel —murmuró Kiryan—. Cuando Bells y yo fuimos a verlo hace unos años, Karlsson se entusiasmó mucho por la investigación de Bells, después de todo, el es cirujano oncólogo, era normal que le
Stefano sentía que se le iba a salir el corazón del pecho de tan rápido y tan fuerte que le palpitaba, y como una de sus manos estaba sobre el pecho de Kiryan, sabía que a él le pasaba exactamente lo mismo. Esa mano se cerró sobre su saco y tiró de él hacia uno de los corredores adyacentes.—¡Cálmate! —le dijo.—¿Cómo que me calme? ¡Es Bells! ¡Está viva...!—¡Yo también tengo ojos, Kodiak, sé que está viva...! Pero no está con nosotros... piensa en eso —replicó Stefano.—¡Ni se te ocurra por un segundo pensar que nos abandonó! —le espetó Kiryan.—Ya lo hizo una vez...—¡Eso fue para protegerte, pero Bells no nos dejaría! —Kiryan lo agarró con brusquedad por el saco y lo zarandeó—. ¡Bells no nos dejaría, Polarcito!—¡Está bien, está bien...! —Stefano no quería pensarlo pero había una parte de él que siempre enfilaba primero hacia la oscuridad—. Pero si no nos dejó, y está viva... entonces algo le hicieron. Algo está pasando.Kiryan lo soltó y Stefano pudo ver más determinación en esos
No podían dormir, ninguno de los dos podía porque Bells estaba viva, estaba viva y eso significaba demasiado... pero no sabían si estaba bien.—¿Crees que la haya operado realmente o solo la esté controlando como nosotros intentábamos hacer con ese maldit0 tumor? —preguntó Stefano.—Para empezar sí la operó, porque de lo contrario no nos hubiera olvidado, Polarcito —susurró Kiryan mirando al techo—. Pero si pudo extraerle o no el tumor ya es otra cosa.—Quizás ni siquiera había tanto riesgo, Kodiak —gruñó el italiano—. Quizás ese tres por ciento solo lo dijo el infeliz de Karlsson para que esperáramos su muerte.—Supongo que mañana nos aseguraremos de qué fue lo que sucedió.Al día siguiente los dos estaban desesperados, pero en cuanto ella tocó a la puerta, fue como si el día se les iluminara.—Hola, vengo a ver a mi enfermito —sonrió la muchacha.—¡Ese sería yo! —exclamó Kiryan levantando la mano y ella le regaló una mirada tierna que derritió al ruso.—Pues ya no pareces muy enferm
Bells, o Charlize, como se llamaba en aquel momento, realmente quería beber de más, pero la conversación con aquellos hombres era tan amena y le daban una sensación tan poderosa de seguridad y protección, que no pudo evitar sentirse en paz y olvidar la hora.—¡Dios, yo debería estar allá enfrentando la crisis! —murmuró cuando eran casi las once de la noche.—¿Y eso por qué? ¿No es tu tío el autor? ¿Tú por qué tienes que solucionarla? —preguntó Stefano.—Bueno... yo soy quien los ayuda —respondió ella desviando la mirada—. Soy su asistente en la investigación.—¿Los asistes? ¿O te sabes esa investigación de memoria y eres la única persona que puede ayudarlos a recuperar lo que se perdió? —la increpó Kiryan y ella lo miró con el ceño fruncido.—¿Cómo sabes...?—Te han llamado más de veinte veces —respondió Stefano señalando su teléfono. Estaba en silencio pero la pantalla se iluminaba muy seguido por las llamadas entrantes.—Yo no tengo licencia para ejercer, menos para hacer esas inves
Sangre, Stefano quería ver sangre correr frente a él mientras empujaban la puerta de aquella clínica. Tres Di Sávallo y un Di Sávallo honorario entraron allí y la muchas de la recepción los miró un poco azorada por el aspecto amenazador que traían.—Queremos ver a Charlie, ahora —sentenció Stefano y la muchacha negó.—No podemos darle información de nuestros pacientes por...—Ella no es una paciente aquí —replicó Kiryan—. Así que más le vale llamarla ahora mismo.Todos pudieron ver la duda en el rostro de la muchacha, pero finalmente levantó el teléfono y marcó un botón del teléfono.—¿Sí, Pediatría? Necesito hablar con Charlie, la están buscando unos señores que...Pero no pudo terminar de hablar cuando un hombre salió del ascensor.—¡Cuelga ese teléfono! Te he dicho mil veces que no se comunica a nadie extraño con Cha...! —gritó el doctor Karlsson, pero apenas vio a Stefano y a Kiryan se puso lívido como una hoja de papel.—Buenas, doctor —se adelantó Stefano alargando su mano, pero
La carcajada de Bells hizo eco en el avión como si le acabaran de contar el mejor chiste. Frente a ella Kiryan y Stefano sonreían con ternura, pero cuando a Bells por fin se le pasó el ataque de risa, ellos todavía no se habían movido ni un milímetro, y tampoco se habían retractado.—¿Es una broma, verdad? —murmuró poniéndose seria y los dos negaron—. ¡Tiene que ser una broma porque nadie en su sano juicio tiene dos novios!—Claro que sí, solo que los novios no suelen conocerse entre ellos, esa es la única diferencia, pero te garantizo que nosotros nos llevamos muy bien —anunció Stefano.Bells apretó los labios y pasó saliva.—Alguien me quiere hacer el cuento completo —pidió y Kiryan se echó hacia a delante con un suspiro.—Tu nombre es Isabella Valenti. Fuiste novia de Stefano cuando eran muy jóvenes, lo dejaste cuando supiste que estabas enferma, aunque por esa época no sabíamos lo que tenías —le contó—. Comenzaste a hacerte una serie de estudios en los laboratorios Zeynek y ahí no
Bells estaba un poco aturdida y otro poco emocionada. Eran tantas las muestras de cariño a su alrededor que no sabía ni cómo reaccionar. Todos sabían quién era y le contaban cosas de hacía un año, cuando era novia de los...—¿Ositos del cariño? ¿Por qué les dicen así? —preguntó Bells con curiosidad.—¡Ah, eso es por como tú los llamabas! A cada uno como un oso diferente —se rio Helena—. Creo que se lo pusieron ellos mismos... la verdad es que eran muy unidos los tres, era lindo verlos.La muchacha se quedó pensativa por un rato y cuando la notaron cansada Helena la llevó a su habitación.—Voy a traerte algo de ropa —le dijo—. Aunque mucha de la tuya sique en la casita al otro lado del peñón. Ustedes solían quedarse allí cuando venían, y Stefano y Kiryan no movieron nada después de que... bueno, ya sabes.Bells suspiró y se abrazó el cuerpo, todos parecían quererla mucho.—Lamento no recordarlos. Creo que fui muy feliz aquí y odio no poder tener ni una pista de lo que era mi vida —murm