Bells se puso pálida en un segundo, como si Stefano le hubiera echado un balde de agua fría encima. Como invitados de Marco y Helena no le molestaba ir, pero como otra cosa...—La verdad no creo que sea buena idea, Stefano —murmuró un poco incómoda y el italiano arrugó el ceño.—¿Y por qué no? De todas formas mi familia ya te conoce desde que éramos chicos...—¡Sí, Stefano, pero tu familia me conocía como tu novia! Ahora es diferente. ¿Qué vas a decirles? ¿Que llevas a tu novia y al médico de tu novia y todos vamos a dormir juntos porque no alcanzan las camas en casa de tu tío? No quiero... —Bells miró a Kiryan por un segundo, no quería hacerlo sentir mal por algo como eso—. No quiero que estemos en una situación incómoda sin necesidad.—¡Oye, oye! Para empezar calmadita —dijo Stefano tirando de su mano y envolviéndola en un abrazo—. Bells, creo que no estás entendiendo esto: La única razón por la que estamos aquí es porque tenemos que estar aquí, porque tenemos que cuidarte, pero que
"Extraña" era una forma agradable para Bells de expresar cómo se sentía. La verdad era que no estaba acostumbrada a ninguna de aquellas muestras de cariño. Su familia nunca había sido muy afectuosa con ella, y en cuanto el laboratorio había decidido pagar por el estudio de Bells, y ese estudio llegó con un pequeño bono... bueno, su familia y el bono habían desaparecido, mudándose al sur cerca de la costa.Todavía intercambiaban tarjetas de cumpleaños de vez en cuando, pero no habían vuelto a verse personalmente. Kiryan era toda su familia, y ahora estar rodeada de los Di Sávallo era... ¿cómo decirlo? Adictivo.Y quizás si solo le hubieran dado la bienvenida a ella habría sido diferente, pero no había ni un solo Di Sávallo que no le hubiera dado un abrazo sincero a Kiryan también. Así que esa libertad para poder sentirse bien los tres juntos era un poquito intoxicante.Metió la mano en el jacuzzi y vio que el agua estaba fría, porque Stefano no había conectado el calentador del aparato
Una de las mejores cosas del mundo para Stefano Di Sávallo era su familia, pero definitivamente no permitió que Kiryan tuviera esa "espartana" que tanto quería.Y aquella familia de tres que había nacido en el ático cada vez se hacía tan suya como esa en la que había nacido. A la gente podía parecerle extraño, pero vivir con Bells y Kiryan se le había hecho más natural de lo que él mismo había esperado. Ella tenía un carácter suave y amable, siempre había sido así, y el Kodiak además de eso era un curioso por naturaleza. A veces Stefano pensaba que si él no estuviera con ellos igual habrían sido felices, pero entonces llegaba uno de los dos y desmentía eso.—¿Quieres que te diga lo más extraño de todo? —le dijo un día Kiryan, mientras se echaba agua en la cara después de una sesión particularmente difícil de boxeo contra Stefano. Su hombro había mejorado mucho y Stefano se había encargado en los últimos meses de que siguiera entrenando.—¿Más extraño que nosotros tres? —replicó Stefan
Bells tenía los ojos cerrados. Su mente vagaba en la niebla de los sedantes, pero a medida que estos se disipaban, comenzaba a escucharlos. Kiryan lloraba y Stefano estaba desesperado.Abrió los ojos despacio y enseguida los tuvo pegados a sus costados.—¿Estás bien? —susurró Kiryan, con su mano sobre su frente.Ella asintió lentamente, aunque no era del todo cierto. Su garganta estaba seca y tenía la sensación de que no podría hablar ni aunque quisiera. Aun así intentó hacerlo.—¿Qué tan malo... qué tan malo fue? —susurró.—Vas a estar bien, nena —respondió Stefano por los dos—, no te preocupes por nada.Kiryan le dio un vaso de agua y ella bebió un sorbo, antes de intentar incorporarse. Era como si sus músculos se hubieran debilitado durante el tiempo en que los sedantes le habían hecho efecto.Finalmente logró despabilarse un poco más y le pidió a Kiryan que le quitara los sueros a los que seguía conectada todavía.—Por favor, vamos a casa, no quiero estar aquí —murmuró.—Bells, te
Kiryan y Stefano estaban sentados ansiosamente en la sala de espera, con el corazón palpitando mientras esperaban noticias de la operación. Llevaban horas sentados en un sombrío silencio, mientras el reloj avanzaba lentamente.A medida que los minutos se convertían en horas, Kiryan y Stefano comenzaron a sentirse cada vez más ansiosos y temerosos. Se aferraron el uno al otro, enviando en silencio oraciones al cielo para que la operación tuviera éxito.Por fin, el médico salió del quirófano. Todos los ojos estaban puestos en él mientras se acercaba a Kiryan y Stefano con una mirada grave. Bastó un gesto, solo aquel gesto de quitarse el gorro médico, para que el italiano comprendiera.—Lamento tener que decirles esto... pero la operación no fue exitosa. Isabella... la perdimos... murió en el quirófano.Ese fue el instante mismo en que el mundo se apagó para Stefano, su primera reacción fue también la única. Sus brazos alrededor de Kiryan contenían al ruso. Sabía que estaba gritando por
Stefano estaba desesperado. El terror de perder a Kiryan iba mucho más allá del hecho de habérselo prometido a Bells. Después de perderla a ella, simplemente no podía perderlo a él también, porque la única razón por la que no se había dejado consumir por el dolor era porque debía mantenerlo a salvo.—Tengo su ubicación. Pero esto no te va a gustar nada.Stefano escuchó la voz de Mateo por el altavoz del auto mientras conducía.—¿Dónde está?—En el Coliseo —respondió Mateo y Stefano le dio vuelta en U al auto para ir hacia allá.—¿Y qué demonios hay en el Coliseo? ¡No me jodas que se va a poner histórico ahora! ¡En esa mierd@ ya no hay leones! —rugió Stefano con frustración.—No, pero hay un muro de cuarenta y ocho metros desde el que se puede saltar, así que vete con cuidado —replicó Mateo—. ¿Llamo a emergencias?Stefano sintió como si su corazón se detuviera un segundo al escuchar aquello.—No, solo acércame tanto como puedas —contestó.—OK, según la señal está por el lado oeste del
Vivir era un ejercicio de fe, o al menos eso se decía Kiryan Zeynek cada vez que se levantaba. No podía evitar despertarse buscando a Bells, todavía se desvelaba la mayor parte de la noche porque se había acostumbrado a dormir poco, entonces Stefano lo acompañaba ver la tele, aunque él mismo se quedara dormido en el sofá.Dejar de vivir ya no era una opción desde que Stefano le había recordado que una niña pequeña dependía de él, y Kiryan no tenía corazón para matar ni una mosca, mucho menos para poner en peligro a Fiorella, sin embargo ya no quería trabajar. Y como no tenía mucho en qué ocuparse, Stefano acababa arrastrándolo al gimnasio, a las galas benéficas de la compañía, a cualquier lugar que les provocara distracción.Solo volvían al piso del laboratorio una vez al mes, para fabricar el medicamento de Fiorella, y siempre era una tortura para ellos.—Es como si la viera por todos lados —murmuró Kiryan un día, mientras metía los viales en una maleta metálica plateada—. A veces ju
Stefano estaba a punto de estallar como el Di Sávallo que era. Nadie conocía la ira de los hombres del Imperio más que quienes la habían probado en carne propia, y el doctor Karlsson estaba a punto de sumarse a aquella lista.Volvió a la sala de juntas, de donde por cierto nadie había osado levantarse, y finiquitó aquella reunión de inmediato.—Ahora sí, necesito entender qué demonios está pasando —gruñó Stefano encerrándose en su oficina con Kiryan—. ¿Cómo es que estos dos están trabajando juntos?—¡No lo sé! ¡No...! ¡No tengo idea! —gritó el ruso mesándose los cabellos.—¿Puedes intentar imaginarlo al menos? ¡Adivina! —le dijo Stefano deteniéndose frente a él y Kiryan lo miró a los ojos, como si los recuerdos intentaran regresar.—El doctor Karlsson... él fue el primero en mencionar un Premio Nobel —murmuró Kiryan—. Cuando Bells y yo fuimos a verlo hace unos años, Karlsson se entusiasmó mucho por la investigación de Bells, después de todo, el es cirujano oncólogo, era normal que le