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CAPÍTULO 24. Tenemos que divertirnos, ¿no?

A Stefano se le rompía el corazón solo de pensar que quizás los últimos doce años de su vida hubieran sido como los de Kiryan. No era que no amara a Bells lo suficiente como para hacer cualquier cosa por ella, pero había una realidad y era que él no era médico, jamás había tenido esa vocación, y entendía que quizás él jamás habría logrado mantenerla viva tanto tiempo como el ruso.

—Tienes que aprender a manejar estas situaciones si estás solo —murmuró Kiryan casi al amanecer.

Estaban acostados uno a cada lado de Bells, sin poder dormir.

—¿Quieres decir... aprenderme toda la cosa médica?

—Sí, toda la cosa médica —replicó el ruso—. Los sueros, las inyecciones que lleva, los medicamentos que toma, todo eso.

—OK, hoy mismo me empiezas a explicar —accedió Stefano.

Descansaron tanto como era posible, y para cuando el sol salió y Bells se removió entre ellos, le prestaron toda la atención.

—Oye, ¿no vas a abrir los ojitos? —la azuzó Stefano porque ya sabía que estaba despierta.

Bells se tapó
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