CAPÍTULO 68. El caosSamuel sentía como si le hubieran salido cinco o seis ojos de lo atento que estaba siempre, incluso había pedido una licencia en el trabajo para poder estar presente en el hospital, y el jefe de la estación, que indudablemente era un viejo bombero que conocía muy bien al abuelo Félix, se la había concedido sin ponerle ninguna objeción.Y por suerte lo había hecho, porque no demoró de enterarse por Rosy y por Joaquín lo que estaba sucediendo en la hacienda. Por supuesto que la primera opción había sido su hombre es más confianza y Sergio había estado más que encantado de brindarse.Sin embargo lo que había sucedido en El Mirador solo había alcanzado para hacer que la impotencia de Rafael Bravo y la frustración de su esposa crecieran.Fueron a quedarse en una de las pequeñas casas de renta del pueblo, porque Villahermosa ni siquiera era tan grande como para que hubiera un motel, y luego Rafael se dedicó a la titánica tarea de sobornar a cuanta gente pudo para que le
CAPÍTULO 69. Una operaciónCuatro personas estaban dando un espectáculo, y cuatro personas más estaban observándolo. Era evidente que Nadia estaba totalmente descolocada con el hecho de que Justin estuviera en España, y también era obvio que los señores Bravo estaban más que furiosos porque sabían muy bien que si su “yerno” había cruzado el océano, no era precisamente por Nadia o su hijo, sino por Naiara.—¿¡No te parece bastante vergüenza que no hayas querido asumir tus responsabilidades casándote con mi hija!? —rugió Rafael y a pesar del espectáculo, Naiara se dio cuenta de que aquello ya no lo consideraba como una humillación pública.Sentía vergüenza por sus padres, pero en los últimos meses había crecido lo suficiente como para saber que no podía responsabilizarse por los errores de los demás.—Lamento mucho que estés pasando por esto —murmuró Samuel alcanzando una de sus manos con un gesto tentativo—. Y a lo mejor suena asquerosamente egoísta, pero me alegro que hayas escapado d
CAPÍTULO 70. Un asesinoNaiara retrocedió, con las manos tras ella como si intentara agarrarse de algo para no caerse, pero finalmente sintió aquellos dedos que se aferraron a los suyos y supo que solo podían ser de Samuel.—¡¿Te volviste loco?! ¡No puedes hacer algo como eso! —le gritó a su padre mientras el corazón le golpeaba tanto en el pecho que parecía que se lo iba a romper de un momento a otro—. ¡Mi abuelo necesita su operación! ¡Necesita un marcapasos ya!—¡Eso lo decidirá un médico! —replicó Rafael con tono desafiante.—¡Es que un médico ya lo decidió papá! —le gritó Naiara con desesperación—. ¡Todo un equipo médico de este hospital decidió que lo mejor para mi abuelo era operarlo!—Pues yo no confío en este equipo médico y punto —escupió Rafael—. Quiero una segunda valoración. Quiero que vengan otros especialistas de otro hospital, o quizás trasladarlo, no sé....—¡Tú lo que estás es haciendo tiempo, maldito infeliz! —le gritó Naiara fuera de sí—. ¡Lo último que te importa
CAPÍTULO 71. La presión correcta en el momento justoJustin Baker imaginaba y con razón, que ninguna de las personas en aquella sala de espera le tenía ni un mínimo de aprecio, pero de todas la única que le importaba era Naiara, y no le había mentido al decirle que era hijo de su padre, y además capaz de usar toda esa influencia para resolver cualquier problema. Al menos cualquiera legal.—Problema número uno: no conozco el pueblo, necesito que me encaminen con el juez lo más pronto posible —sentenció y quizás porque quería evitar problemas entre los hombres, o quizás porque siendo una funcionaria pública era la que mejor conocía a todas las personalidades locales, pero Rosy fue la que se ofreció de inmediato.—¡Yo te llevo, vamos! —declaró y un segundo después Justin se apresuraba detrás de ella hacia el estacionamiento donde tenía su auto.Naiara se dejó caer en una silla con la cabeza entre las manos, sin saber ni cómo reaccionar. Le dolía en el alma que su abuelo estuviera enfermo
CAPÍTULO 72. La respuesta que estaba esperandoPor supuesto que solo fue cuestión de pocas horas. Alguien debió avisarle. O quizás era que Rafael estaba tan interesado en la muerte de su padre, que hablaba bastante a menudo al hospital para saber cómo iba evolucionando.Por desgracia la respuesta que le dieron pareció no ser la que esperaba, porque más tarde ese mismo día lo vieron entrar como una tromba, acusando a cuantas personas se le ponían por delante.—¡Los voy a demandar, los voy a demandar a todos! —gritó histérico porque una vez más ninguno de sus planes salía bien—. ¡Comenzando por todos los estúpidos del equipo médico que se atrevieron a operar a mi padre sin mi autorización! ¡Acabo de llamar y me han dicho que le pusieron el marcapasos, y yo no lo autoricé, dije muy claro que no iba a autorizarlo...!—¡Y a nadie le importa un carajo lo que tú quieras o no! —le gritó Naiara encarándolo—. ¡Tú no tienes nada que autorizar porque tú ya no eres el tutor de mi abuelo! —le dijo
CAPÍTULO 73. El dueño de El MiradorNaiara retrocedió como si la hubiera impactado un meteorito. Todos en aquella sala estaban consternados, y la miraban a ella sin saber ni siquiera qué decirle. El único que parecía totalmente confiado y seguro de lo que estaba diciendo era Rafael Bravo.La muchacha no pudo evitar que las lágrimas le subieran a los ojos —aunque no por las razones que su padre creía—, y miró al hombre que iba con él.—¿Y este quién es, tu abogado? —le preguntó en medio de un siseo feroz.—Exactamente, es mi abogado. Es el encargado de realizar todos los trámites a partir de ahora y...—Y de asegurarse de que puedas cobrar tu herencia, ¿no es así?La boca de Rafael se torció en una mueca de desprecio que ningún padre debía hacer en la cara de su propio hijo, pero por desgracia no podía evitarlo. Decir que tenía un alma negra era ofender terriblemente al color negro, simplemente era un hombre egoísta; egoísta, cruel y aprovechado, al que no le importaba nadie más que sí
Estaba desquiciado. Rafael Bravo estaba a punto de un colapso nervioso, el peor que había tenido en toda su vida, y Dios sabía que tenía la conciencia tan asquerosamente sucia que ya había pasado por unos cuantos.Sin embargo no logró que el hombre frente a él, aun postrado en aquella cama, hiciera ni el más mínimo gesto que denotara que le tenía algún miedo a sus amenazas.—Lárgate de aquí, Rafael —gruñó su padre—. Por más que me duela decir esto, ya no quiero volver a verte.Su hijo se dio la vuelta y salió de allí dando un portazo, vociferando y gritando todas las maneras en que se iba a vengar de ellos, de todos, mientras Naiara se acercaba al abuelo intentando consolarlo; y fuera de la sala Samuel le hacía un gesto breve a Joaquín, que salió en silencio, como si fuera un gato escurridizo, a perseguir a Rafael Bravo, porque si se le ocurría alguna estupidez adicional contra Naiara y el abuelo, más les valía saberlo con anticipación.—Abuelo ¿de verdad hiciste eso? —preguntó la muc
CAPÍTULO 75.¡Houston, tenemos un problema!El médico no se había equivocado. Tres días. Solo tres días después el abuelo estaba de nuevo fuerte como un roble, con aquel corazón latiendo a todo lo que daba, pero muy controlado. Ya podía levantarse caminar y comer solo, y hasta uno que otro chiste hacía de cuando en cuando.—¿Listo para irse, señor Félix? —sonrió Samuel entrando para despedirse, al menos de momento, porque imaginaba que le costaría mucho hacer visita constante a la hacienda de los Bravo.El abuelo le hizo un gesto para que pasara y luego miró a todos lados.—Pues sí, muchacho, ¡y entre más pronto mejor, que hay por ahí una enfermera que no quiero que me vea!Samuel levantó una ceja divertida y le hizo la pregunta del milenio.—¿La que ha estado cuidándolo todos estos días? ¿Marita?—Sí, ella. Necesito irme sin despedirme porque no quiero pasar más vergüenza.—¿Y vergüenza por qué, abuelo?—A ti no te han operado nunca ¿verdad? —rezongó el señor Félix y Samuel negó con l