—No tengas miedo, mi amor, yo estoy aquí para cuidarte —susurró Giulia en voz baja cuando sintió la mano de Hasan pegándola a una de las paredes con instinto protector.—Ya lo sé, pero eso no cambia el hecho de que daría mi vida por ti y lo sabes. Así que no creas ni por un momento que no te voy a proteger —sentenció él y aún en medio de aquella tensión palpable, Giulia encontró su boca con un hueso suave y lleno de resolución y de promesas.—Vamos, no podemos perder tiempo. Solo nos quedan pocos minutos antes de que esto se convierta en un infierno, literalmente.Caminaron por las angostas callejuelas, a veces metiéndose a las casas o saltando de ventana en ventana para evitar ser detectados, hasta que llegaron muy cerca de la fuente de las cabras que había mencionado Rahid.Giulia se parapetó detrás de una de las esquinas y miró con mucha atención hacia el interior de la plaza. Era pequeña, vieja y de adoquines completamente desgastados por el paso de los años. Media docena de hombr
La expresión de aquellos ojos negros era confundida y nerviosa. Balbuceaba apalabras que Giulia no llegaba a entender pero se movía detrás de ella a tropezones.—Yo… yo no…—¡Shshsh! Silencio —le ordenó la muchacha como si se tratara de uno de sus soldados—. No digas ni una sola palabra. Quiero que me sigas en silencio, si oyes un disparo te pones detrás de mí. Yo te protegeré, ¿entendido?El chico no siquiera parecía entender por qué, pero no replicó ni se quejó. Puso una mano sobre el hombro de Giulia y bajó las escaleras detrás de ella en el más absoluto sigilo, mientras la chica apuntaba con cautela su arma hacia adelante.No les tomó más de un minuto estar de vuelta en la seguridad del sótano y Giulia atrancó la puerta lo mejor que pudo, girándose para evaluar bien la estatura y la complexión del muchacho. Luego activó el comunicador que llevaba en la oreja y escuchó a Hasan suspirar con alivio del otro lado.—¿Estás bien?—Yo siempre estoy bien, cariño.—¿Lo tienes?—Frente a mí
Giulia dio dos pasos atrás, sobrecogida por la forma tan abrupta que se elevaba el fuego, y sobre todo la velocidad a la que recorría las bocas de grano.—¡Maldición, ya es tarde para salir por ahí! —gruñó con impotencia pero Hasan puso una mano en su espalda y la sostuvo.—Tranquila. Espera… espera…Veinte segundos pasaron y una nueva lengua de juego se levantó desde otra boca de grano a la izquierda de la primera. Y entonces el rey trazó la dirección.—¡A la derecha, vamos, vamos! —gritó empujándolos a los dos porque les quedaban doscientos metros por salvar y tenían apenas dos minutos, dos minutos exactos para escapar.—¿Algo que quieras decirme? —lo increpó Giulia mientras corrían como locos, con cada uno de sus sentidos alerta, por si llegaban a toparse de frente con nuevos enemigos.—Karim no está haciendo esto sin sentido —replicó Hasan mientras se ocupaba de cubrir su retaguardia—. Tiene un orden para incendiar los graneros, para darnos más tiempo.—¿Cuánto? —jadeó Giulia.—¡S
Nadie tenía que gritarles. Las amenazas sobraban. El fuego en sí mismo era un enemigo con el que no se podía razonar, que no admitía negociación.Así que para nadie fue una sorpresa cuando media hora después, con la ciudad envuelta en llamas y la certeza de muerte cerniéndose sobre sus cabezas y las de sus familias, aquellas puertas por fin se abrieron mientras tres docenas de hombres se lanzaban afuera.El ejército los recibió, poniéndolos de rodillas de inmediato y quitándoles cualquier arma que llevaran encima. Tras ellos mujeres y niños trataban de salir también, y a una sola orden de Giulia fueron apartadas de allí, incluso lejos de la otra gente de la ciudad porque no quería que vieran lo que estaba a punto de suceder.Traidores o no, aquellos hombres eran sus maridos y padres, no merecían ver cómo perdían la vida por intrigar contra la corona y poner en peligro tantas vidas inocentes.Hasan caminó frente a ellos con el rostro impasible, y a Giulia se le hacía demasiado evidente
¿Resistirse? ¡Ni de broma!Solo fue cuestión de algunos segundos para que Hasan se subiera a aquella camioneta y se dejara llevar a donde ella quisiera. Y donde Giulia quería era simplemente lejos de allí. El lugar era lo de menos, lo único importante era la soledad.Sintió los dedos de Hasan enredarse en los suyos y durante más de media hora se internaron en el desierto, hasta que Giulia detuvo el auto a la pequeña sombra de algunas palmeras.No hubo palabras, propuestas, ni mucho menos explicaciones, solo dos bocas que colisionaron en un beso salvaje, como si intentaran sacarse todo el estrés y la tensión de los últimos días a besos.—¡Dios, me estaba muriendo por besarte! —suspiró Giulia sentándose a horcajadas sobre él y lo sintió echar atrás su silla mientras sus labios bajaban desesperadamente por su garganta, jugueteando con su cuello y haciéndola sonreír.Pero la desesperación era mutua, y Giulia le abrió aquella túnica al mismo tiempo que Hasan le sacaba el uniforme y besaba
Jamás en la historia de Arabia se había visto una boda como aquella, porque no fue a puertas cerradas, no en el palacio, no fue llena de toda esa pompa y esa diplomacia que solían tener las uniones reales.De regreso a Riad, solo unos días después, la caravana fue recibida en la calle por el pueblo, que celebraba por fin el término de aquella época oscura. Había durado poco, pero había sido demasiado intensa.—¿Estás nervioso? —preguntó Giulia entrando a su habitación aquella mañana y viendo a Hasan parado frente al enorme balcón, pensativo.Estaban a punto de caminar hasta el Parlamento y anunciar su matrimonio y los ancianos, y aunque él parecía más que decidido, la euforia había quedado atrás para dar paso a la una calma extraña.—No —murmuró Hasan girándose hacia ella y tendiéndole una mano de Giulia alcanzó de inmediato.Un segundo después sus brazos fuertes la envolvían y Giulia sentía sus besos sobre el cabello.—No estoy nervioso. Estoy ansioso, pero no quiero que se me note d
El linaje de Amira Ghaza era extenso dentreo de las Doce Tribus. Primera hija de Ibrahim Ghaza, por más de tres décadas líder en el desierto hasta que su avaricia lo había llevado al secuestro y a la traición. Ibrahim había perdido literalmente la cabeza después de una sentencia del rey Abdel Nhasir, y luego las Doce Tribus habían quedado a la deriva, expuestas a más traidores oportunistas que solo querían dinero y poder.Pero si bien Hasan acababa de desbandar a aquella comunidad, no podía negarse que las líneas de sangre aún seguían teniendo validez, y que era impresionante la forma en que eso actuaba sobre la psicología de los ancianos.Todos habían conocido a la antigua reina de Arabia por matrimonio, y ahora la veían volver de nuevo, dispuesta a adoptar de nuevo después de tantos años el título de princesa para que su hija también pudiera tenerlo.—Su Majestad… —se inclinaron respetuosamente los ancianos ante ella y por más que odiara aquel gesto, Amira se contuvo lo suficiente.
La tarde estaba avanzando, y al fresco de la puesta del sol el pueblo de Arabia por fin se lanzaba a la calle para celebrar aquella boda. Era la primera vez en la historia que no se haría una ceremonia a puertas cerradas y con grandes dignatarios, sino que se haría entre el pueblo, en la enorme plaza del Parlamento y presidido por los ancianos.La historia de amor entre el noble rey Hasan y su malak por fin se sellaría de la forma en que los dos se merecían: con una boda que resonaría en las páginas de la historia de Arabia para siempre.Los preparativos se hicieron solo en un par de días, porque ninguno de los dos quería pompas ni lujos. El palacio no se adornó, pero en su lugar las calles de Riad parecían de fiesta.—¿Nervioso? —le preguntó Karim y Massimo lo espantó con un gesto, como si fuera un ave de mal agüero.—¡Calla, calla! Él no está nervioso por nada —se rio el italiano—. No se puede estar nervioso teniendo un padrinazo como yo. ¿Verdad Su Majestad?Hasan puso los ojos en