8*-UN IMPREVISTO

Edward noto la rubia sentada al otro lado del bar, acariciando el borde de la copa con sus dedos, sus labios rojos esbozaban una sonrisa. Bella, voluptuosa. Destilaba deseo, sexualidad. No había nada tímido o recatado. La tendría si quisiera, sin consecuencias. A ella no le importaría la alianza que llevaba en el dedo. No tenía relación con su mujer.

Sonriendo, la rubia se levantó y llegó a su lado.

–¿Está solo esta noche?

«Todas las noches».

–Mi dama no está de humor para fiesta.

Ella hizo un puchero.

–¿Ah, no?

–No.

La rubia se inclinó, Edward percibió una nube de perfume.

–Me he enterado de que nuestro anfitrión tiene un sitio reservado para clientes que prefieren un poco más de... intimidad.

No había nada ambiguo en esa frase.

–Eres muy descarada –le espetó –. Tú sabes que estoy casado.

–Cierto, pero hay muchos rumores sobre su matrimonio. Y estoy segura de que lo sabe.

–Tengo cosas mejores que hacer para estar pendiente de chismes sobre mi vida –replicó.

La rubia
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