–El Sr. Rene Altemirante está intentando contactar con usted, señor Edward –le decía la señora Papadopoulos fríamente en uno de los mensajes que había dejado en el contestador–. –El, ha venido a su despacho, varias veces. En persona. Cuatro veces en lo que va de mañana. Vio que le había dejado ese mensaje a las nueve de la mañana. –¿Buenos días Edward, como estas, he tratado de localizarte, me puedes llamar ? –le decía Rene en otro mensaje–. El mensaje que le dejó en el móvil uno de los socios fue aún más exigente. –No me resulta divertido ver cómo el director al frente de la empresa aparece en la prensa como si fuera un tipo patético y mujeriego en lugar de estar trabajando –le dijo Demetrious Tsoukatos entre gruñidos–. Dejó el móvil en la cama, se levantó y se pasó las manos por el pelo. Trató de calmarse y respirar profundamente. Trató de mostrarse más relajado de lo que se sentía, incluso llegó a sonreírle durante unos segundos. –Buenos días Rene, como estas y la niña? –Tod
Habian pasado dos semanas desde el accidente de Edward. Rossi había tenido que viajar de emergencia y hacerse cargo de todo ya se habia reunido con la directiva y el personal del consorcio, resueltos algunos inconvenientes delegado algunas actividades y organizarse bien para dedicar tiempo a los niños quienes no dejaban de preguntar por su papa y hacer acto de presencia en la clínica donde estaba Eward hospitalzado. Esa mañana ella llegaba a la habitación de Edward y el doctor estaba allí presente y se dirigió a ella . –De momento se encuentra estable –dijo el doctor Castelo. Rosi miró a su marido, tendido en la cama de la clinica, con el pecho y un brazo vendados, los labios hinchados, un feo corte en medio de estos y un pómulo totalmente amoratado. Parecía... No se parecía nada a Edward Grant. Edward era un hombre intenso, lleno de vida, poderoso, un hombre que despertaba respeto con cada uno de sus movimientos, dejaba boquiabiertas a la mujeres cuando el pasaba, exigiendo con su
Un fuerte destello golpeó la mente de Edward Sus ojos. Había estado pensando en aquellos ojos justo antes... pero eso era todo lo que podía recordar. Edward la miro y con ternura exclamó –Recuerdo tus ojos « Tus Ojos» siempre me han gustado, son muy expresivos. –Sí. Eres mi esposa –dijo, más que nada para probar las palabras. Sabía que eran cierta. –Bien. Estas empezando a asustarme –murmuró Rosi con voz temblorosa. –Estoy aquí destrozado, ¿y solo acabas de empezar a asustarte? –No, pero el hecho de que no parecieras recordar me ha supuesto una dosis extra de miedo. –Eres mi esposa –repitió el–. Y yo soy... Un intenso silencio se adueñó por unos instantes de la blanca habitación. –No me recuerdas –dijo Rossi, conmocionada–. No recuerdas bien, no sabes quién eres. Edward cerró los ojos y experimentó una punzada de intenso dolor en la parte trasera de las piernas. –Debo recordar. La alternativa supondría una locura –volvió a mirar a Rossi–. Recuerdo tus ojos. Algo cambió en
Edward aún no podía recordar su nombre cuando lo sacaron de la clinica en una silla de ruedas para meterlo en una especie de ambulancia. Sabía cuál era su nombre, pero lo sabía porque se lo habían dicho, no porque lo hubiera recordado. Algo muy distinto. Pero lo que sí sabía con certeza era que todo aquello afectaba intensamente a su orgullo. No le gustaba necesitar la ayuda de otros. No le gustaba estar en desventaja. Y, sin embargo, allí estaba, a merced de los demás y con el orgullo por los suelos. Era extraño tener tan pocos recuerdos y ser tan consciente de los sentimientos que albergaba por Rossi. El trayecto hasta la casa fue largo y doloroso. Sabía que era afortunado por tener tan solo dos costillas rotas a causa del accidente, además de numerosas contusiones, pero aún estaba demasiado dolorido como para caminar. Edward, se estaba esforzando por memorizar todas las cosas para saber al menos algo sobre sí mismo, lo que resultaba bastante deprimente. Según el médico, en lo r
Edward estaba abrumado tenia la esperanza que al entrar a casa habría algo que lo ayudaría. Era una casa preciosa. Pero él no encontró en ella la magia que esperaba. –No la recuerdas, ¿verdad? –preguntó Rossi en tono apagado. –No –contestó Edward mientras seguía mirando atentamente los muros y los ventanales de la casa. –Hace muchos años que conoces esta casa. Desde que empezaste a trabajar para mi padre cuando te convertiste en su protegido, el quería a su lado un hijo varon. –¿Fue así como paso todo ? Nuestro matrimonio Rossi asintió y él percibió cierta rigidez en su actitud, cierta reticencia. –Solías reunirte con él en su estudio. Yo nunca estaba presente, algo lógico dado que solo era una mujer y mi padre no miraba bien a las mujeres en los negocios. –¿Cuántos años tienes? –preguntó. –No creo que eso tenga importancia. ¿Acaso has olvidado también eso? El asintió con la cabeza –No recuerdo ni mi edad. –Pero dejemos el tema. ¿Qué te parece si te enseño tu habitación?
Rossi sentía que estaba muy inquieta, trataba de controlar sus emociones para no perder la cordura. Aquel accidente era un imprevisto y tenía que hacer frente a todo, pues estaba claro que Edward no estaría bien por un buen tiempo. Edward habia perdido la memoria y las dudas de los socios del consorcio eran fuertes a parte de exigentes. – Pensó Rossi mientras caminaba de un lado a otro de su estudio. En ese instante se oye el ruido de un auto y luego las risas de los niños –Mami, mami donde estas –Eran las palabras inquietas de Santi Rossi bajo las escaleras mientras sonreía al niño –Mi amor como te fue, disfrutaste durante tus vacaciones con tu tio Rene y tu herminta –Si mami y papi como sigue –Yo también quelo ve a papi ía Rossi –Mucho mejor, más tarde lo veran, en la cena niños ahora está descansando –Disculpa Rossi, pero he estado llamando y . . . –No hay problema Nidia hace un rato que llegue a la villa y estaba ubicando a Edward en la habitación para que descansara un
Había pasado dos semanas desde que Edward había regresado a Villa Luna y aún no recordaba nada. Rossi estaba luchando contra la inquietud y la desesperanza mientras experimentaba una creciente ternura en su corazón cada vez que estaba con él. Pero sabía que, en realidad, aquella ternura no era nada nuevo. Muy a su pesar en el pasado, siempre había sentido algo por Edward. Pero él no sentía lo mismo por ella. Nunca lo había hecho. Sin embargo, ella no lograba librarse de esa sensación, de aquella necesidad. –Vuelve a la relidad Rossi –Exclamo ella en voz alta para ella misma. Miró el ordenador que tenia al frente y regreso a revisar los documentos. Al escuchar unos pasos que se acercaban, se irguió de inmediato a la vez que aferraba contra su pecho la carpeta que había estado comparando con la información del ordenador. –¿Rossi? –Edward entró en el salón con un aspecto mucho más alerta y desenvuelto del que había tenido unos días atrás, se estaba recuperando. Estaba durmiendo mucho
Oir esas palabras dichas con tanto sentimiento en la boca de Edward dejaron a Rossi casi sin poder respirar por completo. Tenía la sensación de que en cualquier momento podía desmayarse. La pesadilla que había sido su vida en el pasado se estaba convirtiendo en un sueño. Y, perversamente, estaba disfrutando de ello y ella no terminaba de comprender. –Lo... lo que has dicho ha sido . . –Rossi no pudo continuar y Edward exclamo con molestia –Por lo que me dijo Altemirante, Soy tacaño y arrogante, ¿recuerdas? No soy generoso ni especialmente amable. Estoy siendo sincero. Ella solo lo miro guardando silencio, no salían palabras de su boca –Rossi, hay un límite a la clase de verdades que se pueden decir en mi estado. Apenas si tengo recuerdos. Pero lo que te he dicho es cierto, son mis sentimientos – tomó el rostro de Rossi por la barbilla–. –Eres mi esposa. Quiero saberlo todo sobre ti –. Acarició sus labios con un dedo. Rose carraspeó, nerviosa, –¿Fuiste a la universidad? –pregu