Ya era bien entrada la noche y Rossi no conciliar el sueño. Ella tenía una lucha por un sentimiento que no lograba evitar. Decidió salir y camino a la terraza, se sentó en una de las bombonas y se puso a mirar hacia el horizonte el reflejo de la luna en el agua del mar era espectacular así como la brisa marina y el sonido de olas del mar conseguían en ella una relajación total. Se estaba adormeciendo cuando de repente un ruido la despertó y del susto un breve salto dio. Al observar bien se percató que era Edward quien estaba allí . . . –¿Qué estás haciendo aquí? –inquirió Rosi, genuinamente sorprendida y algo asustada. Como si no lo hubiera estado esperando. Una vez más, Edward se sintió inquieto por la presencia de ella. –Es mi casa, ¿recuerdas? –replicó él con voz tensa y baja, ronca por el deseo–. He estado caminando un poco, he ido a ver las vistas, mas reconfortantes –añadió. Ella miro hacia el horizonte y suspiro –. Pensé que estabas acostada. –Comento Edward. La imagi
La noche anterior había sido reveladora para Edward y para Rossi. Ella no pudo evitar las caricias de Edward. Se perdió en sus brazos y en sus besos, le costó mucho separase de él y huir a su habitación temblando por las emociones que la embargaba igualmente Edward quedaba inquieto pero feliz. Habían pasado dos días desde que él le había propuesto que vivieran juntos de forma permanente, pero Rossi no había aceptado, las dudas estaban presentes en ella. Si le daba tiempo para pensarlo, sin duda, ella aceptaría, caviló. Las dias que llevaban juntos cada vez convencían más a Edward de que su vida en común sería una buena idea. Rossi tenía que entenderlo y, antes o después, aceptar su propuesta. Frunciendo el ceño, sin embargo, Edward recordó la expresión de ella cuando había visto el contrato. ¿Le habría molestado la cláusula de penalización en caso de infidelidad? Si se acostaba con otro hombre, perdería todo apoyo económico por su parte, para con ella. Pero eso no era negociabl
Rossi retrocedió alejándose más de él. Edward se echó a reír con ganas, al ver la acción de ella y ella percibió en sus ojos había cierta amargura. Rossi parecía muy incómoda y a Edward no le extrañó ver su reacción. Aunque no la había tocado, ella se había apartado de repente como si su risa la hubiera golpeado. Y no le sorprendía que estuviera algo molesta, no podía hacer nada para controlar esa bestia que parecía tener en sus más íntimos recuerdos. –Bueno, supongo que te doy la raón razón –le dijo él entonces mientras se levantaba. La miró fijamente. Su ira habitual estaba mezclada en ese momento con algo parecido a la compasión, pero no sabía si sentía compasión por ella o por él mismo. La verdad era que no sabía por qué estaba allí. Una vez más, lamentó haber actuado sin pensar. Era algo que le pasaba con frecuencia cuando se trataba de ella. Pero por fin estaba dispuesto a terminar con esa situación y no tener que volver a lidiar con lo mismo. De una vez por todas. –P
El hombre del presente, el que tenía al frente de ella, era menos duro y cruel, no había nada en él que pudiera considerarse dominante. Nada tenía que ver con la pantera que siempre vivía a la expectativa de cazar algo mejor tantos en los negocios como con las mujeres hermosas. Seguía habiendo algo de ese felino en él, pero no todo eran garras y colmillos. Pensó que quizás por eso estaba alargando tanto ella su respuesta en vez de decirle la verdad de manera más directa. O quizás lo estuviera haciendo porque tenía miedo. Le aterraba que él no la creyera. Y le aterraba aún más que lo hiciera. –Porque tienes que saber que ya no me afectan tus amenazas –le recordó ella–. ¿Qué me podrías hacer que no me hayas hecho aún? –Excelente –susurró él con una voz dulce cargada de veneno–. Veo que avanzamos rápido, seguimos en la parte de la conversación en la que buscamos culpables. El se pasó la mano por el pelo –¿De verdad estás dispuesta a hacerme creer que yo fui culpable de todo? –le pre
Ya era casi la media noche y Rossi se encontraba en la habitación temblorosa y con sus emociones a más de cien por hora. Su corazón latá acelerado. Ell sentía que su cuerpo la traicionaba, tenía en su mente a Edward. Era aún más atractivo de como lo recordaba y estos últimos dos meses desde que apareció de nuevo en su vida, su sola presencia cerca de ella le había vuelto un remolino su parte más intima Ella no había podido olvidar su musculoso cuerpo. Tenía el físico de un sólido adonis. Se sorprendio al pensar que quería probar de nuevo sus carnosos labios y dejar que su hábil boca satisfaciera su deseo. Pero sabía que frente a ella solo tenía un complicado camino. Lo sabía mejor que nadie. Creía que no había manera de regresar hasta donde estaba Edward sin volver a abrir las viejas cicatrices y conseguir que volvieran a sangrar las heridas. Sabía cuánto le haría sufrir emprender de nuevo ese camino hacia él. Era demasiado doloroso. No podía. Tenía que tratar de hacer algo para
–El Sr. Rene Altemirante está intentando contactar con usted, señor Edward –le decía la señora Papadopoulos fríamente en uno de los mensajes que había dejado en el contestador–. –El, ha venido a su despacho, varias veces. En persona. Cuatro veces en lo que va de mañana. Vio que le había dejado ese mensaje a las nueve de la mañana. –¿Buenos días Edward, como estas, he tratado de localizarte, me puedes llamar ? –le decía Rene en otro mensaje–. El mensaje que le dejó en el móvil uno de los socios fue aún más exigente. –No me resulta divertido ver cómo el director al frente de la empresa aparece en la prensa como si fuera un tipo patético y mujeriego en lugar de estar trabajando –le dijo Demetrious Tsoukatos entre gruñidos–. Dejó el móvil en la cama, se levantó y se pasó las manos por el pelo. Trató de calmarse y respirar profundamente. Trató de mostrarse más relajado de lo que se sentía, incluso llegó a sonreírle durante unos segundos. –Buenos días Rene, como estas y la niña? –Tod
Habian pasado dos semanas desde el accidente de Edward. Rossi había tenido que viajar de emergencia y hacerse cargo de todo ya se habia reunido con la directiva y el personal del consorcio, resueltos algunos inconvenientes delegado algunas actividades y organizarse bien para dedicar tiempo a los niños quienes no dejaban de preguntar por su papa y hacer acto de presencia en la clínica donde estaba Eward hospitalzado. Esa mañana ella llegaba a la habitación de Edward y el doctor estaba allí presente y se dirigió a ella . –De momento se encuentra estable –dijo el doctor Castelo. Rosi miró a su marido, tendido en la cama de la clinica, con el pecho y un brazo vendados, los labios hinchados, un feo corte en medio de estos y un pómulo totalmente amoratado. Parecía... No se parecía nada a Edward Grant. Edward era un hombre intenso, lleno de vida, poderoso, un hombre que despertaba respeto con cada uno de sus movimientos, dejaba boquiabiertas a la mujeres cuando el pasaba, exigiendo con su
Un fuerte destello golpeó la mente de Edward Sus ojos. Había estado pensando en aquellos ojos justo antes... pero eso era todo lo que podía recordar. Edward la miro y con ternura exclamó –Recuerdo tus ojos « Tus Ojos» siempre me han gustado, son muy expresivos. –Sí. Eres mi esposa –dijo, más que nada para probar las palabras. Sabía que eran cierta. –Bien. Estas empezando a asustarme –murmuró Rosi con voz temblorosa. –Estoy aquí destrozado, ¿y solo acabas de empezar a asustarte? –No, pero el hecho de que no parecieras recordar me ha supuesto una dosis extra de miedo. –Eres mi esposa –repitió el–. Y yo soy... Un intenso silencio se adueñó por unos instantes de la blanca habitación. –No me recuerdas –dijo Rossi, conmocionada–. No recuerdas bien, no sabes quién eres. Edward cerró los ojos y experimentó una punzada de intenso dolor en la parte trasera de las piernas. –Debo recordar. La alternativa supondría una locura –volvió a mirar a Rossi–. Recuerdo tus ojos. Algo cambió en