—¡Todo es tu culpa Aitor Roig! —gritó enfurecido el anciano Hamilton se acercó a su yerno con profunda seriedad—, tú debiste investigar esto desde un principio, y no dejar pasar cinco años —bramó lo apuntó con el dedo índice.—¿Y por qué no lo hiciste tú? ¡Tú eres el padre de Aby! ¡Tú la juzgaste al igual que yo y los demás, pero ella era tu hija, debiste creerle, apoyarla! —rugió embravecido Aitor. El anciano lo miró con una expresión sombría, apretó sus puños. —Voy a destruir tu empresa, te lo juro —advirtió rugiendo agitado—, y en cuanto a ustedes…Cuando volteó para encarar a Kendra y su madre, ambas mujeres habían desaparecido, aprovechándose de la discusión entre Aitor y Robert. Aitor las buscó con la mirada, corrió a la salida principal de la iglesia, notó a lo lejos que un taxi se alejaba. —¡MIerd@! —gruñó—, no puede ser, no deben escapar, Kendra debe pagar —aseguró, y subió a su auto para seguirlas, pero había perdido tiempo muy valioso, cuando tomó la carretera, ese taxi
Aitor llegó a su apartamento, con la mirada llena de tristeza, ni siquiera había tenido tiempo de despedirse de Jake, sentía una opresión en el pecho. Al entrar resopló al ver a su madre dentro. —Te dije que no quería hablar contigo. —No puedes seguirme ignorando Aitor, soy tu madre —rebatió ella, habló en voz alta. —¿Qué pasó con Abigaíl? ¿Te reconcíliate con ella?—No pienso hablar de eso contigo. —La miró con atención. —¿Vas a correr donde el viejo Hamilton a hacer otro acuerdo por dinero?Viviane negó con la cabeza, se llevó la mano al pecho. —Me ofendes, me tratas como si fuera una interesada, cuando lo único que hice desde que tu padre murió, fue velar por ti, tenía que recurrir a esos medios —aseguró sin inclinar la vista—, además no hay que llegar a eso con Robert, tu hijo, su nieto, será su heredero, siempre anheló uno, un hombre en la familia que llevara el apellido de él. Aitor miró a su madre, y negó, no daba crédito a la magnitud de sus palabras, abrió y cerró sus puñ
Aitor miró con seriedad a ese hombre. —Les doy mi palabra. —No es suficiente —respondió otra persona—, iremos a la fiscalía para pedir que se le prohíba la salida del país, mientras recuperamos nuestras inversiones. —Están en su derecho —musitó Aitor, apretó los dientes, dio vuelta y entró al edificio percibiendo un nudo en el estómago, el esfuerzo de tres años se venía abajo, por el odio injustificado de Robert Hamilton. Cuando llegó a la oficina, sintió una opresión en el pecho, miró a todos sus colaboradores, algunos cabizbajos, otros con los ojos llorosos, varios ansiosos esperando que él llegará y les diera buenas noticias, pero no, la realidad era otra. —Lo lamento señores, quisiera salvar esta empresa, pero como verán la gente quiere retirar su dinero, y no podemos hacer nada para evitarlo. —¿Nos quedaremos sin empleo señor Roig? —preguntó Martha, una mujer que era madre soltera y de su sueldo sacaba adelante a su hijo. Aitor pasó la saliva con dificultad. —Sí, t
Dos días pasaron luego de aquella hecatombe, Aitor había tenido que trabajar día y noche sin descanso para regresar los fondos a sus inversionistas, se sentía agotado físicamente, y devastado por dentro. Ni siquiera había podido reunirse con Aby como lo planeó, pero tampoco podía quedarse con esa sensación de incertidumbre de no saber nada de ella, ni de Jake. Así que enseguida buscó por internet la empresa de eventos donde ella trabajaba, miró los números de teléfonos, y de inmediato marcó, eran las doce del mediodía en Boston, y las cinco de la tarde en Londres. Una joven le atendió con amabilidad, él pidió que le pesaran con Aby, mintió que, para un evento, no dio su nombre real. —Permítame ver si aún sigue en la oficina, ella suele irse a esta hora. Abigaíl siempre salía una hora antes de su empleo, requería ese tiempo para pasar por Jake en la guardería donde cuidaban a su hijo, en ese momento, se hallaba agarrando su saco y su bolso del perchero, cuando entró una llamada a
—Hola amigo Aitor —saludó Jake con emoción a su papá. —Hola, ¿cómo estás? —preguntó Aitor, lo observó con ternura. —Estoy bien, ya volví a la guardería, hoy llegaron niños nuevos —comunicó—, jugamos con los muñecos de Batman que me regalaste, todos quieren unos iguales. —Se quedó en silencio—, pero varios de mis compañeros no tienen dinero. ¿Podríamos comprarlos para todos? Aitor ladeó los labios, sentía el pecho inflado al escucharlo, y agradecía que a pesar de la distancia, Aby le permitiera disfrutar de la charla con su hijo, el corazón se le llenó de ternura al escuchar las buenas intenciones de su hijo, tan noble como Abigaíl, y como él en el pasado. —Así que estás en una guardería, debes aprender muchas cosas —expresó, lo observó sonriente—, veremos la forma de que tus amiguitos tengan esos muñecos. —Sí —respondió—, es que mamá trabaja mucho, y no tengo con quien quedarme en casa, pero el próximo año ya voy a la escuela —avisó. —¿En serio les regalarías esos muñecos a mis a
—Recuerdas nuestra primera vez, yo solo rememoro el instante que toqué a tu puerta, me abriste, te besé y amanecí a tu lado, no mentí cuando te dije que no estaba en mis cinco sentidos, pero Robert enfureció, me sacó como a un perro. Aby se mordió los labios, recordó exactamente cómo ocurrieron las cosas. —Sí, lo sé, me acusaste de haberte drogado para que te acostaras conmigo —murmuró y apretó los dientes, su respiración se escuchó agitada. Aitor inhaló profundo, se armó de valor. —Fue mi madre la que me drogó, ella planeó todo, quería que me casara contigo para salvar mi vida. —¿Qué has dicho? ¿Fue Viviane? —cuestionó exaltada. —¿Cómo lo supiste? —indagó y el tono de voz le cambió a reclamo. —La sorprendí hablando por teléfono, no tuvo tiempo de negarlo. Aby negó con la cabeza, se sintió asqueada de tanto enredo, mentiras, engaños. —Esto es demasiado Aitor, por favor no me llames. —¡Aby! —Ella colgó la llamada. —No puede ser, qué imbécil soy, no debí decirle por teléfono,
«¡¿Estás embarazada?!»La pregunta hizo eco en la mente de Aby, y su corazón bombeó con fuerza, la posibilidad existía, parpadeó y sacudió la cabeza.—No, claro que no —balbuceó. Piero plantó sus ojos en ella, la examinó con la mirada. —Te conozco hace cinco años Abigaíl Hamilton, sé bien cuando mientes o dudas, así que… ¿existe esa posibilidad?Aby cerró sus ojos, inclinó la cabeza. —Sí, sí existe la posibilidad —contestó, se recargó en el sillón y soltó un bufido de frustración—, no pensé en las consecuencias. —Se agarró la cabeza. Piero apretó los labios para no reírse. —¡Ay Aby! ¿Quién piensa en las consecuencias cuando se está en medio de la calentura? —cuestionó y carcajeó. Abigaíl lo fulminó con la mirada, dibujó en sus labios una fina mueca. —¡No te burles! ¡Lo que me ocurre es grave! —Rascó su frente. —Bueno, antes de ponernos a sufrir, primero debemos comprobar que eso sea verdad, así que voy a enviar a comprar esas cajitas… ¿Cómo se llaman?Aby puso los ojos en blan
Aitor se las había ingeniado para empezar con su plan de conquista, antes de partir a Londres se había comunicado con una de las florerías más exclusivas de la capital inglesa y había pedido que le enviaran a Aby el arreglo más grande y bonito de rosas rojas de la tienda. Aún se encontraba en el avión, cruzando el océano para llegar al encuentro con ella. «Hubiera querido ver tu rostro cuando te llegaron las flores» pensó, y se imaginó que sus hermosos y grandes ojos se abrieron con amplitud, y brillaron. «Espero te haya gustado, y que la pista que dejé te llevé hacia mí, otra vez» —¿En qué piensas? —indagó Zack, al notar a su amigo ausente. —En todo lo que me ha pasado en estas ocho semanas, descubrí que la mujer con la que me iba a casar, era la farsante más grande del mundo, que sigo enamorado de mi ex, que tengo un hijo con ella, que creí que podríamos empezar de nuevo y me dejó. —Resopló desanimado—, me quedé sin un centavo. —Encogió sus hombros. —Solo falta que te orin