Evangeline Lumière. Me encontraba corriendo por el bosque, intentando escapar de algo, pero no podia ver de qué. Llegué hasta un lago y allí me detuve. Mire hacia atrás y casi grite. La sombra estaba frente a mí, pero esta vez podia ver sus ojos. Lo mire fijamente. Sus ojos no tenían un color definido, varia desde el negro al rojo. Siempre me dijeron que los ojos son la vista al alma, él parecía no tenerla. Solo había odio y maldad en sus ojos, solo se podia ver la oscuridad que había dentro de ese ser, y por más que tratara de buscar un destello de luz, de piedad, no había nada. Rogar no serviría de nada, mucho menos huir. —Aléjate. —mi yo del sueño saco un cuchillo que tenía un brillo azul gris claro. —Un monstruo cazando a otro. —susurro. No podia verlo, pero sabía que sonreí. —El único monstruo eres tú, Dracul. —murmure con ira. —No. Tú lo eres. —de repente él me miro. No a mi yo del sueño, a mí. Es la primera vez que pasaba y eso me asusto. —¿No es así, monstr
Evangeline Lumière. Cuando entre a casa mi madre no me castigo como creía, solo me dio un abrazo y me dijo que fuera a mi cuarto hasta que esté la comida. No entendí el porqué del abrazo, pero obedecí. Entre a mi cuarto y allí estaba Joseph sentado en la cama. Al verme él se paró rápido y se acercó a mí. —¡Lu! ¿Estas bien? ¿Te paso algo? —me tomo de los hombros y me sacudió mientras revisaba que estuviera bien. —Estoy bien, Joe, tranquilo. —lo ájele un poco de mí. —¿Qué haces aquí? —Tu madre me llamo y me dijo que no estabas. Me preocupe mucho, Lu. —hizo puchero. —Está bien, estoy bien. —le sonreí para tranquilizarlo. Pase la próxima media hora intentando hacerle entender que estaba bien, aunque ni yo me lo creía. Pasamos casi todo lo que quedaba del día juntos, hasta que tuvo que irse. Por la noche, ya acostada, no podia dejar de pensar en esa cosa. Mientras miraba al techo no paraba de verlo en mi imaginación. Por más que lo intentaba no podia sacármelo de la cabeza, co
Aleksander Pierce. Desde que esa pelirroja y su madre llegaron a Nyx han ocurrido demasiadas muertes. Mis padres piensan que se vede a algo relacionado con ella, algo sobrenatural. Lo pude sentir cuando choqué contra ella en la escuela. Tenía un aura diferente al resto, diferente al humano. El aura humana es más nítida, casi invisible, incluso para nosotros. Sus auras tienen diferentes colores, magnitudes y texturas, son buenas o malas, nunca intermedias. Pero, la de ella, no es nítida, es tan fuerte que la puedes ver salir de su cuerpo. —Aleksander. —mi padre se paró en la puerta. —¿La llevaste a casa? —cuestionó. —Si. —respondí. —¿Seguro? —volvió a preguntar de manera más seria. No respondí. —Mañana te disculparas con ella por no llevarla a su casa. Te dije que la vigilara, no que la dejaras en medio de la calle. me regañó. —Estaba haciendo muchas preguntas, ¿qué querías que hiciera? —me defendí parándome de la cama. —Que las esquivaras, como siempre. Tienes viviendo m
Evangeline Lumière. De todas mis clases creo que solo comparto dos con Aleksander y una de ellas es Psicología y para mi mala suerte me toco hacer grupo con él. Lo mire desde mi asiento y él me sonrió de lado. Todos comenzaron a moverse de asientos, pero yo espere a que el viniera, no tenía ganas de moverme. Cuando se sentó a mi lado se apoyó en la mesa mientras me miraba. —Vaya, sí que tienes suerte de que te haya tocado conmigo. —dijo con arrogancia. —Mas bien tú tienes suerte de estar conmigo, acosador. —saqué un lápiz y comencé a copiar la consigna que estaba diciendo la profesora. —Muy bien, chicos, presten atención... —copie todo y luego lo mire. —¿En tu casa o en la mía? —cuestione. —Espérate, primero un cafecito, ¿no? —sonrió de lado. —¿Qué...? —pensé en lo que dije y comprendí. Me sonroje un poco y lo golpe en el hombro. —Me refería al trabajo, idiota. —Oye, no soy yo el que lo dijo. —levanto las manos en señal de rendición. —Ven a mi casa
Evangeline Lumière. Al céntranos a comer todos se dieron las manos y Aleksander, que lo tenía al lado, me tendió la de él. A mi otro costado estaba su madre. Tome ambas manos y espere que alguno rezara o lo que sea que estuvieran haciendo. —Immortalis Domine, da nobis misericordiam tuam et adiuva nos ut illos qui de manibus tuis fugerunt revertamur. Domine, nox sit et nostra. Amen. —de todo lo que dijo el Sr. Pierce solo entendí el “amen”. Todos comenzaron a comer con calma y en silencio. Si hay algo que me ponga muy nerviosa es que no allá nada de ruido durante la comida, y más con desconocidos. —¿En qué idioma hablo, Sr. Pierce? —me atreví a preguntar después de un rato. —latín, Evangeline. —respondió cortésmente. —Oh, ¿es complicado el latín, señor? —pregunte intentando crear una charla. Aleksander me dio un golpe por debajo de la mesa. Lo mire, pero él solo miraba su plato de comida. —No, Evangeline, es fácil una vez que sabes cómo estudiarlo. —¿A qué se refiere? —Cua
Evangeline Lumière. Frete a mi estaba viendo el acto más horrendo e inhumano que he visto en toda mi vida, un homicidio. La chica no hacía nada, no gritaba, no lloraba. Su rostro es completamente inexpresivo, como si estuviera muerta en vida o en trance. Quise irme, pero mis pies no me respondían y junté todas mis fuerzas para no gritar en ese mismo momento. Lo único que hice fue sacar mi celular y comenzar a grabar todo lo que estaba pasando. La chica estaba apoyada en una gran rosa, igual que las otra, mientras la Sombra estaba abriéndola y dejando que todos sus órganos cayeran al piso. Le saco el corazón y lo metió dentro de una canasta que tenía allí. Se elevo un poco en el aire y se dirigió hacia su cabeza. Con un cuchillo de caza abrió su cráneo y de allí saco su cerebro para luego arrancar sus ojos. Los tomo y los volvió a dejar en la canasta. En un movimiento de su mano la roca junto a la chica desapareció sin dejar rastro. Se arrodillo frente al lago y dejo la canasta
Evangeline Lumière. Cerré los ojos y esperé a sentir el golpe que me matara, pero jamás lo sentí. Moví mis manos y me asusté al sentir una superficie húmeda y un poco rasposa. Abrí los ojos y me sorprendió ver donde estaba. —No. Lo. Puedo. Creer... Mire a mi alrededor y no podía creer lo que estaba viendo. Estaba en un parado, pero no cualquiera, es mi prado. Antes de vivir en Miami vivíamos en Rusia. Recuerdo que era sumamente frio, pero hermoso. Caminábamos por el prado buscando un buen lugar para enterrar a Cleopatra, nuestra gata esfinge. Caminamos y caminamos hasta dar con el claro más hermoso que había visto en mis 8 años de vida; Todo está igual que ese día. La nieve era tan poca que dejaba ver las flores rojas mezclándose con las azules. También se podía ver un poco del pasto que brillaba debido a la nieve derretida que había por allí. Los árboles rodean el claro en un círculo casi perfecto y la punta de estos estaba ligeramente corridos hacia el centro, ver hacia el cie
Al despertar está nuevamente en la casa Pierce. Me levanté rápidamente del sofá y empecé a caminar hacia la salida. —¿A dónde crees que vas? —la voz de Aleksander me detuvo. Me gire para verlo. —A casa. —respondí sin ganas. —No. —se acercó con mirada seria y pasos decididos. —¿Como qué no? Me voy. —me giré y puse una mano en la puerta, lista para abrirla. —Dije que no. —apoyó su mano, cerrando de un portazo. —Alek, quiero irme. —volví a intentar abrir la puerta, pero él no saco su mano. —Es peligrosos que salgas ahora. —podía sentir su respiración justo detrás de mí y su pecho casi pegado a mi espalda. —No tengo ganas de explicarle a la policía por qué esta tu cuerpo muerto tan cerca de mi propiedad. —¿A qué te refieres? —cuestione mientras lo volteaba a ver. —A que si te vas ahora esa cosa te va a matar. —apunto hacia el bosque. Me acerqué a una ventana y pude ver como una sombra de ojos rojos miraba fijamente a la casa. —¿Por qué no entra? —cuestione. —Pusimo