Prefacio

El día que lo conocí, mi mundo pareció detenerse por un instante, luego de eso, es como si mi vida hubiera sido marcada por un antes y un después. Un antes en el que todo era simple, sin vida y sin color; llevaba mi vida como cualquier otra chica de mi edad; estudiaba en una universidad decente, y aspiraba; como todas (o eso me gustaba creer), a encontrar un hombre maravilloso, del que me enamoraría perdidamente y él de mí, viviríamos juntos, nos casaríamos, tendríamos dos o tal vez tres hijos, y mi vida sería perfecta.

El después fue justo cuando su mirada se cruzó con la mía, y de inmediato me regaló aquella sonrisa conquistadora. Una hilera de dientes blancos y perfectos me embelesó; tanto, que no dudé en aceptar que se acercara a hablarme, aunque estaba reunida con mis amigas en la cafetería ese día.

¡Dios! es que me quedo corta, describiendo semejante macho, porque eso es lo que él era, un macho en toda la extensión de la palabra; alto, fornido, todo un galán de telenovela. Sus ojos negros me hipnotizaron por completo. No pude evitar reír como una tonta cuando se acercó, caminando con paso seguro y determinado, él estaba dispuesto a conquistarme, de eso no había duda; y por supuesto, yo estaba dispuesta a caer rendida a sus pies.

—Hola preciosa, ¿cómo estás? —dijo, y mis amigas y yo soltamos risitas bajas, ellas por molestarme y yo por nerviosa.

—Aamm ¿bien? 

—¿Quisieras tú, bella dama, salir conmigo? —preguntó, y me tomó la mano, aunque yo no le había dado la confianza para hacerlo, y depositó en ella un tierno beso. 

Mis mejillas se habían puesto rojas como tomates recién cosechados en el campo, el hombre parecía tener una atmósfera atrapante que no me dejaba pensar con claridad.

—Pero si ni siquiera sé tu nombre —le dije.

—Soy Guillermo…

—Yo me llamo... —Interrumpí, pero él levantó la mano y no me dejó continuar.

—No me lo digas, lo harás esta noche cuando salgas conmigo.

Su osadía me dejó impresionada, Guillermo no iba a dejar pasar salir conmigo, y aunque me moría por decir que sí, quería intentar hacerme la difícil, aunque fuera un poco. 

Mis amigas cuchicheaban entre sí, se habían alejado un poco para darme “privacidad” con el nuevo pretendiente que me cortejaba, sin embargo, me sentía un poco insegura, a pesar de que Guillermo era el chico perfecto que todas deseaban encontrar, nunca lo había visto en la universidad, no sabía quién era. 

Una fracción de segundo y por mi mente pasaron miles de pensamientos. Nunca olvidaba lo que me decía mi tía Ruth cuando se trataba de hombres, “ellos siempre deben dar el primer paso, y no olvides hacerte la difícil, porque mujer fácil no se casa”, y luego recordé lo que me decía mi madre “no salgas con desconocidos”, pero luego las palabras de mi otra tía, Monique, me hacían dudar, pues siempre mencionaba: “¿cómo pretende tu madre que conozcas parejas, si no sales con desconocidos?”

Consideré las dos últimas opciones como respuesta a mis dudas y entonces le dije que sí.

—Perfecto, dame tu número y dirección y pasaré por tu casa a las siete de la noche —sentenció.

Y así fue como Guillermo y yo comenzamos una relación, la más perfecta que alguna vez pude haber imaginado.

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