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CAPÍTULO III: Amor, amor, amor

El fin de semana había llegado y Guillermo estaba a tan solo una hora de conocer a mi familia. Y con familia me refería a mi madre y a mi hermana, quienes eran mis parientes más cercanos; mi padre brillaba por su ausencia, y no pretendía incluirlo más de lo necesario en mi vida.

—Madre, ¿ya está todo listo? —pregunté ansiosa.

Las manos me sudaban y no podía dejar de caminar de un lado para otro en la casa buscando algo que estuviera fuera de lugar. Todo debía verse simplemente perfecto.

Mi madre parecía igual de emocionada que yo, y mi hermana; Victoria, igual. Era la primera vez que les presentaba a un novio formalmente, pues los otros habían sido cosas fugaces del pasado, relaciones sin demasiada importancia.

—Sí, ya relájate y mejor ve a arreglarte —ordenó.

Suspiré nerviosa y fui al cuarto a terminar de peinar mi cabello y arreglar mi ropa. No tenía idea de cómo lo iba a presentar o qué diría, solo esperaba que todo saliera bien y que mi madre lo quisiera como su yerno.

La hora pasó más deprisa de lo que imaginaba, y sin darme cuenta, el timbre había comenzado a sonar desesperado, debía ser él sin duda.

Bajé a abrir la puerta pues era yo quien debía recibirlo.

Guillermo estaba de pie frente a la puerta con una gran sonrisa, un ramo de flores en una mano y un paquete de bombones en la otra.

—Hola bebé —saludó.

Lo abracé con fuerza por la cintura y el correspondió de igual forma, apretándome contra su cuerpo con ternura, me dio un delicado beso en los labios y sentí suspirar a mi propio corazón.

—¿Son para mí? —Instintivamente estaba a punto de agarrar los regalos, pero él apartó las manos y negó con la cabeza.

—No, no. Son para tu madre y tu hermana.

Sonreí todavía más emocionada, definitivamente Guillermo era increíble. Me hice a un lado para que pasara, lo guie por el pasillo hasta la sala de estar, y de ahí al comedor.

Mi madre había organizado un delicioso almuerzo, en el que por supuesto yo colaboré mucho. Ella ya estaba de pie en la entrada de la habitación esperando por él.

Mi hermana era mayor que yo por tres años, siempre me había protegido y para ella era muy importante conocer al hombre dueño de mi corazón.

Ambas lo recibieron con una gran sonrisa y un afectuoso abrazo, todo había empezado muy bien y pretendía que así siguiera siendo.

—Estoy encantado de conocerlas a ambas —dijo cuándo lo presenté.

—Y nosotras a ti —respondió mamá hablando por ella y por Victoria.

—Esto es para usted. —Guillermo extendió el ramo de flores para mi madre —. Y esto para ti —. Tomó los chocolates y se los dio a mi hermana.

Las dos sonrieron complacidas con tanta muestra de caballerosidad, se miraron impresionadas y soltaron una risita disimulada antes de agradecer por el obsequio.

—Y a mí no me traes nada —me quejé en juego.

—¿Cómo qué no? A ti te doy todo mi amor —respondió tomando mi mano y dejando en ella un tierno beso.

Solté una risa nerviosa y mi hermana comenzó a molestarnos en broma.

—¿Quieres comer ya Guillermo? —le preguntó mi madre.

—La verdad, sí, muero de hambre —dijo sonrojándose.

Ayudé a servir la comida y luego nos sentamos en la mesa. Todo se veía sumamente delicioso, apenas terminamos de dar las gracias comenzamos a comer, a Guillermo parecía encantarle la comida y mi madre estaba muy feliz de verlo comer tan a gusto.

—De verdad les agradezco mucho esta comida, le dije a Andrea que quería conocer a su familia porque realmente estoy muy enamorado de ella. —Tomó mi mano y sentí que sus palabras me harían llorar de felicidad.

—No pensarán en casarse o algo así, ¿verdad? —preguntó mi madre con la cara descompuesta.

Guillermo soltó una risa nerviosa y genuina.

—No, por supuesto que no todavía.

Estaba tomando un trago del jugo y casi me ahogo cuando dijo eso. “Todavía”. ¿Acaso es que él pensaba casarse conmigo?

—Me alegra que mi hija esté saliendo con un buen hombre como tú —le dijo ella volviendo a sonreír.

—Y si le haces daño a mi hermanita, te mato, ¿eh? Ella no tendrá papá, pero me tiene a mí —amenazó mi hermana.

—¡Victoria! No lo asustes —regañé.

—No me asusta, hace bien en cuidar a su hermana —respondió él acariciando mi hombro.

El almuerzo continuó de maravillas, para el final de la tarde mi familia lo amaba tanto como yo, estaba feliz de que se las hubiera ganado de la mejor manera.

—Tengo que irme —anunció. El sol estaba por ponerse, miré el reloj y eran cerca de las siete de la noche.

—Ni siquiera noté en qué se fue el tiempo —dije—, no quisiera que te fueras.

—Lo sé amor, pero debo hacerlo, sino que va a pensar tu madre. Nos vemos mañana, como siempre.

Lo acompañé a la puerta y lo despedí con un beso antes de finalmente dejarlo ir.

—Es muy guapo hermanita —comentó Victoria en cuanto volví.

—¿Verdad que sí? —dije mordiendo mi labio.

—Te veo demasiado ilusionada con él, no vayas tan deprisa, ¿quieres?

—Estamos bien, no te preocupes.

Esa noche me fui a dormir muy complacida, esperando ansiosa a que fuera el día siguiente para volverlo a ver.

***

—Adivina quién soy —dijo una voz seductora justo detrás de mi oreja, sus manos me cubrían los ojos, pero yo sabía muy bien a quien pertenecía esa voz y esa piel. Sonreí y contesté:

—El hombre más perfecto del mundo.

Me hizo girar en el asiento y me dio un delicado beso en los labios.

Guillermo había esperado a que saliera de mi última clase para irnos juntos. Él estaba a días de graduarse y ya no tenía nada que hacer ahí, sin embargo, volvía todos los días solo por mí. Me esperaba fuera del salón y me acompañaba cuando tenía las horas libres.

A mi amiga Jimena eso parecía molestarle mucho, pero no tanto como a Sabrina, y sinceramente no entendía por qué. Ana pareció hacerse a un lado luego de lo último que le había dicho esa noche en el gym, así que le daba igual.

—Quiero invitarte a una cena romántica —anunció.

—Por supuesto que sí —acepté de inmediato.

—¿Olvidas que tenemos que reunirnos para el trabajo? —reclamó Jimena. Ella estaba ahí frente a los dos, y aunque pensó que no la había visto, noté cuando giró los ojos. No le caía bien y eso me ponía un poco mal.

—Lo siento, ¿puede ser mañana?

—Mañana teníamos esa salida, ¿recuerdas? —abrió los ojos intentando hacerme recordar y al mismo tiempo como si quisiera decir algo más.

—¿Qué salida? —preguntó Guillermo.

—Una salida de chicas que tenemos todos los meses —respondí sin más.

Jimena volvió a girar los ojos y suspiró, como si hubiera dicho algo malo.

—Mmm interesante. ¿Nos vamos?

Guillermo hizo que me pusiera de pie, tomó mis cosas y me jaló suavemente del brazo, como si quisiera sacarme de ahí. Me despedí apresurada de Jimena y lo seguí. No dijo absolutamente nada durante todo el camino hasta el restaurante, incluso sentí que se había vuelto frío e indiferente a mi cariño y mis palabras.

—¿Sucede algo? —pregunté cuando llegamos al lugar.

—No, para nada.

Tomó el menú y se pidió algo sin esperar a que yo también pidiera, definitivamente algo le pasaba y no quería decirme.

—¿De verdad no pasa nada?

Tomó una enorme bocanada de aire y sonrió como si nada. —Nada mi amor, pide algo anda, no voy a comer solo.

Ordené y la cena transcurrió con normalidad, volvió a sonreír y a ser cariñoso conmigo. Al finalizar quise pagar la cena, pero se negó.

—No, rotundamente no. Yo soy tu novio, soy el hombre, por ende, yo debo pagar.

Solté una carcajada que no pude contener. —Ay por favor, ni que estuviéramos en el siglo pasado.

—Te dije que no —puntualizó, con un tono autoritario que no había usado antes. Luego añadió: —Yo te estoy invitando, déjame ser cortés.

—Está bien —dije resignada.

Me acompañó a casa como siempre y antes de que se fuera, me detuvo en la puerta.

—¿Piensas salir con tus amigas mañana? —preguntó.

—Sí, lo hacemos siempre, y antes de que digas nada, no te preocupes, es solo noche de chicas.

—O sea, ¿Qué yo no puedo ir?

Negué con la cabeza y le di un besito en los labios, pero eso no pareció contentarlo.

—Debo irme.

Corrí a mi casa antes de que me dijera algo más, yo quería ir a esa salida con mis amigas, y tuve la sensación de que no le agradaba demasiado la idea.

Al día siguiente no tuve llamadas de él en todo el día, a pesar de los constantes mensajes que le dejaba. Incluso, evitó ir a la universidad por mí como hacía siempre.

—¿Y ese milagro que no está aquí? —bromeó Ana con sarcasmo.

—No lo sé —admití.

—Amiga, ese hombre, no lo sé…no, nada, olvídalo —comentó Sabrina de pronto, luego de semanas sin opinar absolutamente nada sobre mi relación.

Enarqué una ceja y la miré apremiante, esperando que terminara de decir lo que había iniciado, pero no parecía dispuesta a hacerlo. Ana y Jimena también la miraron expectantes y luego me miraron a mí.

—¿Qué? Dime, no soy tonta, me he dado cuenta de que no te cae bien, y a ti tampoco —volteé señalando a Jimena.

 —Ay, es que he escuchado malas cosas de él —soltó.

—¿Cómo cuáles?

—Que se la pasa bebiendo todos los fines de semana y que es un mujeriego, lo han visto con…

—No sigas —interrumpí. No podía creer que inventara esas mentiras de él, ¿cuál era su objetivo?

—Tú preguntaste —se excusó encogiéndose de hombros.

—Andre, piénsalo bien, estás igual que yo con Rafael.

—¿Igual que tú? Para nada, yo sé que él no es así y nada de eso es cierto, los fines de semana está conmigo.

—Está bien, está bien, no arruinemos la salida de esta noche. De hecho, vamos a tener una nueva integrante a la fiesta —dijo Ana intentando evitar una guerra.

Pero yo ya estaba molesta, y no estaba tan segura de querer ir.

—¿Quién? —pregunté.

—Rosa, la novia de Joaquín. Es buena gente, les va a caer bien.

El ambiente de incomodidad por Guillermo se esfumó y fue reemplazado por aquella sugerencia. Estaba segura de que el sentimiento era el mismo, ni yo, ni Jimena o Sabrina parecíamos de acuerdo con eso, pero, antes de que pudiéramos objetar, Rosa venía caminando directo hacia nosotras.

—¡¿Listas para el lady’s night?! —anunció gritando y riendo.

—Sí, por supuesto, nos veremos allá como acordamos —le dijo Ana.

No nos quedó otra opción que aceptar que fuera, no le íbamos a decir que no en la cara.

La noche llegó y empecé a arreglarme para la velada. No iba a dejar que unos chismes sin sentido me arruinaran la noche, e intentaría hacerme amiga de esta nueva chica, aunque no me cayera tan bien.

Me coloqué un vestido entallado de color verde esmeralda, resaltaba mis ojos claros y mi cabello oscuro. Tenía mucho tiempo en el que no salía a divertirme.

Completé mi atuendo con un intenso labial rojo y me contemplé en el espejo antes de mirar el celular de nuevo. Guillermo seguía sin atender mis mensajes o llamadas y no sabía por qué. Eso me ponía incómoda y triste, no entendía el motivo de la ley del hielo cuando aparentemente todo parecía estar bien entre los dos.

Salí de mi casa y me despedí de mi madre y de mi hermana. No tardé demasiado en llegar al club, pues no estaba tan lejos.

La música y las luces de inmediato me envolvieron en ese ambiente de fiesta y diversión, lo necesitaba, para despejarme de todo el estrés del último semestre de universidad.

Jimena y Sabrina estaban esperándome en la puerta, ambas muy guapas. Corrí a abrazarlas y entramos. Ana debía estar adentro cuidando nuestra zona especial.

Avanzamos entre el gentío en la pista de baile y ahí estaba, junto a Rosa y ¿Joaquín? ¿Pero qué carajos?

Fruncí el ceño y jalé a Jimena antes de que llegara al sitio.

—¿Qué está haciendo él aquí? Se supone que es noche de mujeres —grité entre la bulla.

Jimena también tenía mala cara, hizo un mohín y giró los ojos hasta ponerlos en blanco.

—No sé, esa estúpida debió haberlo invitado.

—¿Y ahora qué hacemos?

—Nada, ¿qué vamos a hacer?

Me jaló del brazo y saludamos a regañadientes a todos los que estaban ahí. A los veinte minutos, unos amigos de Joaquín; que ya conocía; aparecieron. Refunfuñé para mis adentros, la noche se había arruinado oficialmente.

Estaba muy incómoda pero no quería irme y dejar mal a mis amigas. Los tragos comenzaron a llegar y entonces me relajé un poco. De rato en rato miraba el celular con la esperanza de que Guillermo me respondiera; después de todo, si había chicos aquí, nada impedía que él también viniera.

—Deja ese celular, mujer, estás aquí con nosotros —dijo Rosa.

—Es que no me responde. —Me arrepentí de haber dicho eso, no le tenía la suficiente confianza como para contárselo. Jimena escuchó y me hizo una seña con la mano para que me inclinara a su asiento.

—¿No te ha respondido en todo el día?

Negué con la cabeza, pues era más fácil que estar gritando.

» ¿No crees que es un poco posesivo? —preguntó de nuevo.

—Pero si me ignora, más bien parece que no le importo en absoluto.

—Entonces ignóralo tú también, ven, vamos a bailar.

Me quitó el celular y lo escondió en su bolsillo, me obligó a pararme aunque no tenía ánimos para hacerlo. Agarró un vaso del ron que estábamos tomando y me lo dio para que lo tomara.

» Para que se te pase la tontería —dijo riendo.

Bebí el vaso entero de un sorbo y la seguí hasta la pista de baile, tenía razón, no podía vivir preocupada por él. Comencé a mover las caderas al ritmo de la música, y al cabo de unos segundos, Ana y Sabrina bailaban a mi lado.

Interrumpí abruptamente el baile que estaba haciendo cuando lo vi entrando a la discoteca en compañía de unos amigos. ¿Qué estaba haciendo Guillermo aquí? El corazón me dio un vuelco, me sentí mareada y no fue por el alcohol.

Jimena se dio cuenta de mi reacción y volteó a mirar en la dirección de la que yo no podía despegar la vista.

—¿Lo has invitado? —preguntó.

Negué con la cabeza lentamente, pues no podía emitir ningún sonido, estaba impresionada. 

Lo vi mirar alrededor, como si me buscara, y en cuanto logró localizarme, hizo un gesto de pesar y volteó de nuevo, no entendía absolutamente nada, ¿qué significaba todo eso? 

» No vayas —me suplicó Jimena, tomando mi brazo.

—Tengo que hacerlo.

Caminé con parsimonia hacia su mesa, parecía conversar como si nada con los amigos, incluso ya habían aparecido algunas tipas.

—¿Amor? ¿Guille? 

—¿Eh? ¡Oh! Te acuerdas de mi nombre—dijo con sarcasmo.

—¿Qué? 

Se puso de pie y me miró fijamente, tenía un vaso en la mano, pero a mí me olía a que ya había tomado antes de llegar aquí. 

—Qué bueno que salgas de tu vida un rato para recordarme, digo como ahora ya no significo nada para ti. 

—¿De qué estás hablando? Te he llamado todo el día y tú me has ignorado.

—Yo no tengo ni una llamada tuya en mi teléfono, claro, como estás con el imbécil de Joaquín en tu “noche de chicas” —hizo unas comillas imaginarias en esa última frase.

No entendía por qué me estaba reclamando todo eso, él sabía que yo iba a salir, y lo de Joaquín no había sido planeado por mí, le había mandado cientos de mensajes, no era posible que no hubiera nada.

—Yo no invité a Joaquín, todo fue un error, ahí está su novia.

—No me mientas más mujer, ya sé que no te importo, no te preocupes que no voy a seguir interfiriendo en tu vida. 

Un nudo fuerte y sofocante se formó en mi garganta, ¿me estaba terminando? No podía acabar así, me negaba fervientemente. Intenté tomar su mano, pero él se zafó de mala gana.

—Las cosas no son así, déjame explicarte por favor. 

Una duda empezó a rondar en mi cabeza, ¿cómo sabía él dónde estaba? Quise preguntárselo, pero no creí que fuera el momento, lo único que pensaba era en no perderlo.

—Olvídalo Andrea, está claro quiénes son tus prioridades —finalizó.

Las lágrimas empezaron a correr por mis mejillas sin control. Guillermo volvió a acercarse a la mesa donde estaban sus amigos y me ignoró por completo. 

No sabía qué hacer, no quería estar allí, pero tampoco quería irme sin arreglar las cosas. El brazo de mi amiga Jimena me tomó por sorpresa, me jaló de nuevo a la mesa, sin embargo, lo que menos quería era ver a mis amigos en ese momento. Eso no evitó que se dieran cuenta de lo que estaba pasando. Joaquín alzó la cabeza como un avestruz intentando entender por qué lloraba.

—¿Qué sucedió Andre? —preguntó Ana.

—Nada —mentí, solo deseaba correr muy lejos de ese lugar.

Esperaría a que a Guillermo se le pasara el enojo; aunque yo también lo estaba, y no era precisamente por él.

—¿Estás bien? —preguntó Rosa.

Ella era la culpable de todo, una furia desmedida se apoderó de mí, porque en ese preciso momento tenía ganas de matarla con mis propias manos.

—¡Eres una maldita desgraciada! —le grité. 

Tomé mis cosas sin esperar a que pudiera argumentar nada. Salí como una bala del local mientras las lágrimas me inundaban.

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