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CAPÍTULO II: Miel sobre hojuelas

Quince días más habían pasado y no podía dejar de sentirme en las nubes. El cambio de vestuario que Guillermo había causado en mí no había sido tan malo después de todo, me sentía más cómoda con la ropa y a algunas personas parecía gustarles.

Sin embargo, no evitaba que de vez en cuando me quedara más tiempo del debido en el espejo intentando buscar esas imperfecciones de las que él tanto hablaba. Para mí, él era perfecto, pero aparentemente yo no lo era, y debía estar a su altura sin importar qué.

¿Y qué si tenía que sacrificar un gustito o un antojo? A fin de cuentas, la salud es importante.

—Amiga, tengo una idea fabulosa, ¿y si nos inscribimos al gimnasio? —le comenté a Jimena. 

Entre ella, Ana y Sabrina, éramos el cuarteto de mosqueteras; y sí, ya sé que los mosqueteros eran tres; pero nosotras no podíamos dejar a nadie por fuera.

—¿Gimnasio? ¿Y desde cuando a ti te gusta eso? —preguntó sarcástica.

—Bueno, siempre he querido rebajar estos rollitos —dije señalando las lonjas de mis caderas—, es momento de hacerlo.

—No es mala idea, pero casi no tenemos tiempo, tendría que ser en la noche, le voy a comentar a Ana y a Sabri a ver que dicen y así vamos todas —respondió entusiasmada.

—Me parece genial.

El receso había acabado, y nos dirigimos a la siguiente clase. Estaba a tan solo un semestre de terminar la carrera y eso me ponía feliz y ansiosa al mismo tiempo, no tenía idea de qué haría con mi vida luego de eso.

Mis planes eran conseguir un buen trabajo, y de ahí en adelante, quería seguir ayudando a mi madre y a mi hermana hasta que formara mi propio hogar. 

Guillermo había cambiado ligeramente esos planes. No podía evitar proyectarme en un futuro con él, aunque no sabía qué pasaba por su mente; por supuesto, tampoco pensaba comentárselo, no quería espantarlo. 

Ese día no lo había visto desde la mañana y tenía más de doce horas sin saber nada de él. Lo último que me había dicho es que saldría con unos amigos, y no quería ser la novia controladora que se opusiera a que se divirtiera solo por celos infundados, así que no le dije nada, pero estaba empezando a preocuparme.

Le envié un mensaje preguntándole cómo estaba, sin embargo, no hubo respuesta.

Jimena me dio un codazo cuando notó que de nuevo estaba dejando de prestar atención a la clase.

—¿Ahora qué pasa? —preguntó.

—No sé nada de él desde anoche y hoy por lo que veo no vino —susurré.

—Ay amiga, solo espero que no sea como Rafael.

—Claro que no —negué ofuscada—, él no es así.

Volví a enviarle otro mensaje y nada. 

Me quedé con la preocupación en la cabeza, pero no pude hacer nada más. Ni siquiera tenía el número de algún amigo suyo para preguntarle si todo estaba bien.

Intenté prestarle atención a la clase y no pensar en él, y por unas horas lo logré, hasta que, poco antes de salir, lo vi pasar por el pasillo frente al aula donde me encontraba. Al principio no estaba segura de que fuera él, pero la duda se esfumó cuando se dio la vuelta, indudablemente era Guillermo.

Esperé a que el profesor acabara la clase y salí disparada en la dirección en la que lo había visto irse.

Finalmente lo encontré en la cafetería muy campante hablando con sus amigos y algunas chicas que no tenía idea de quienes eran. No pude evitar sentirme celosa de esas mujeres, una de ellas estaba sentada demasiado cerca de él, de hecho, parecía hacerle ojitos y acariciarle la pierna sin ningún reparo.

—¿Amor? —le pregunté cuando estuve cerca. Él se giró en el asiento, pero no se levantó y me pareció ver que había hecho una expresión de fastidio en cuanto me vio, pero seguro eran cosas mías.

—Oh, hola Andrea —saludó, como si yo fuera una desconocida cualquiera.

—¿Podemos hablar? —No quería hacerle un escándalo en plena universidad y mucho menos frente a sus amigos.

Se levantó de mala gana y se disculpó con los amigos, que parecían reírse e ignorar toda la situación. La chica que estaba a su lado me miró de arriba abajo y giró los ojos con antipatía.

—¿Qué quieres? —espetó, cuando estuvimos a solas.

—Te he enviado mensajes y no me contestabas, no supe nada de ti desde ayer y mira la hora a la que te apareces. Además… —lo examiné, su ropa estaba sucia y olía a alcohol—, apestas, ¿no has vuelto a casa?

—¿Es en serio Andrea? Si vamos a empezar así estamos mal.

¿De qué hablaba? Yo no le estaba diciendo nada que no fuera cierto.

—¿Acaso está mal lo que te digo?

—Tengo derecho a salir con mis amigos, ¿es que no confías en mí?

—Por supuesto que sí, pero me preocupo por ti, ¿desde cuando estás en la universidad y no me habías dicho? Además, ¿quién es esa mujer? —Señalé con la cabeza a la tipa que parecía vernos de reojo de cuando en cuando.

—¿Qué eres? ¿Mi madre? No tengo porqué avisarte nada, creí que confiabas en mí, Andrea. Ella es una amiga, así como yo te dejo ser amiga de tu ex y confío en ti.

Su sorpresiva revelación me sacó de onda, me agarró fuera de base porque no tenía idea de que él sabía sobre Joaquín. Y sí, había cometido un error al no decírselo. Abrí los ojos y entonces Guillermo se echó a reír con descaro.

» Sí, Andrea, yo lo sé, y mira que no te lo reclamo, pero claro, tú no confías en mí —finalizó ofendido.

Tenía razón, qué estúpida había sido por no contarle antes lo de Joaquín.

—Lo siento —me disculpé.

—¿Qué? No te escuché —dijo cruzándose de brazos y dándome ligeramente la espalda.

Lo tomé por los hombros y lo abracé, pero él parecía dispuesto a no ceder.

—Por favor perdóname —supliqué.

—Ok, ok, está bien, solo no lo vuelvas a hacer.

—Lo prometo.

Se dio la vuelta y me abrazó, depositó un tierno beso sobre mi frente, luego mis mejillas y finalmente mis labios, y eso me hizo sentir mucho mejor. Tomó mi mano y me llevó hasta donde estaban sus amigos, me presentó a cada uno de ellos, incluyendo a la chica que antes me había mirado con desprecio. La miré por encima de los hombros, y me sentí orgullosa cuando dijo que era su novia.

Me quedé unos quince minutos conversando con sus amigos, y luego de eso me fui a mi última clase, con la promesa de que me llamaría esa noche.

Al final mis amigas y yo decidimos ir al gimnasio desde ese mismo día, y ni bien terminaron las clases, salimos hasta un gym cercano que no cobraba demasiado caro.

—Amiga y ¿qué pasó? ¿Supiste de Guillermo? —preguntó Ana.

—Sí, estaba en la uni, ¿no lo viste?

—No, la verdad no.

Habíamos comenzado con un régimen fácil de entrenamiento, conversábamos mientras hacíamos la caminata en la máquina para correr. El mismo local vendía ropa deportiva y aprovechamos para comprar todo lo necesario para usar más adelante.

Sabrina no hablaba pues se quedaba sin aire muy rápido.

—¿Y qué te dijo? ¿Cuál fue la grandiosa excusa para no avisarte? —interrogó Jimena.

En realidad, nunca me dio ninguna excusa, y no supe qué decirle, así que preferí mentir.

—Dijo que lo había olvidado, además tengo que confiar en él.

—¡Ppff! Confianza —dijo con sarcasmo—, segurito que estaba con otra —replicó Ana.

Su comentario me hizo enfadar y mucho, pues eso no era cierto, y él me lo había demostrado al presentarme a la chica esa que se pasaba de coqueta.

—Si vas a hablar mal de él, mejor no digas nada —espeté, quizá con demasiada rabia.

Ana abrió los ojos como platos, como si no se hubiera esperado esa respuesta de mí para nada.

No dijo nada y volteó a mirar a Jimena que también pareció sorprendida. Sabrina en cambio parecía en su propio mundo, hasta se había colocado audífonos y estaba segura de que no había escuchado la conversación.

A partir de ahí la clase se puso bastante incómoda. Cambiamos el tema, pero podía sentir que Ana no estaba del todo feliz con mi reacción.

Cada una se fue por su lado y cuando finalmente llegué a casa, estaba muerta.

Era la primera vez en muchos años que hacía ejercicio y mi cuerpo se quejaba por haberlo sometido a semejante esfuerzo. Me di un buen baño y me lancé a la cama, completamente agotada. No había tenido tiempo ni de revisar el celular.

Cuando lo hice, tenía más de diez mensajes y cinco llamadas perdidas de Guillermo. Di un respingo en la cama y me senté de prisa, había olvidado por completo que me llamaría.

Intenté devolverle la llamada, pero no me respondía, debía estar bastante molesto y con razón. Estuve en eso hasta que mi cuerpo no pudo más con el agotamiento y me quedé dormida.

Guillermo seguía sin responderme, una angustia exasperante se estaba adueñando de mí, ¿me iba a terminar?

Cuando llegué a la universidad lo volví a ver en el lugar de siempre. En cuanto me vio acercarse se puso de pie, no parecía dispuesto a dejarme llegar a la mesa.

—Se puede saber, ¿por qué no me respondías anoche?

—Lo siento tanto amor, es que fui al gimnasio y lo dejé en el bolso, no lo revisé hasta llegar a casa —expliqué.

—¿Gimnasio? ¿Y desde cuando tú vas a eso?

—Desde ayer, quedé con mis amigas.

—No me mientas, seguramente estabas con el tal Joaquín, ¿no es cierto? —reclamó. Parecía ofuscado, apretaba los puños intentando controlarse.

—¡¿Qué?! No, claro que no —negué con la cabeza, no entendía de dónde sacaba a relucir a Joaquín, ni siquiera lo había visto en varios días, porque él se había quedado en algunas materias y ya no cursábamos juntos.

—Tú no vas al gimnasio, ¿acaso no te ves? ¡Me estás mintiendo Andrea!

Comencé a sentir una opresión en el pecho que me dolía, me dolía demasiado, ¿cómo podía decirme esas cosas? Las lágrimas irremediablemente empezaron a brotar sin control de mis ojos.

—No te estoy mintiendo, te lo juro —respondí entre sollozos.

—No llores por favor —pidió, me abrazó de pronto y no entendía qué pasaba—, entiende que me preocupas, necesito saber dónde estás, todo el tiempo. Si te pasara algo, me moriría.

Levanté la cara, con los ojos empapados en lágrimas, no quería perderlo, mucho menos por un error tan tonto como ese, ¿por qué sigo haciendo estupideces?

—Lo siento, no volverá a pasar, te lo juro.

—Dame tu celular —demandó.

Lo entregué sin chistar y entonces hizo unas cosas que no alcancé a ver, luego me lo devolvió.

—¿Qué has hecho? —pregunté.

—Nada, solo algo para cuidarte. Confía en mí, ¿sí? Yo te amo Andrea, te amo demasiado.

Era la primera vez que me decía que me amaba. Sin embargo, la opresión en mi pecho no se fue tan fácil esta vez. Yo también lo amaba, no podía creerlo, pero lo amaba. Guillermo se había convertido en mi todo, estaba completamente loca por él.

—¿De verdad? —pregunté.

—Por supuesto que sí, princesa.

Sonreí, él me amaba y no podía creerlo, era demasiado afortunada.

—Yo también te amo.

—Entonces demuéstramelo —pidió.

—¿Cómo?

—Pues no lo sé, hay muchas maneras —susurró en mi oído, mientras pasaba una mano por el borde mi busto. La sensación me dio un ligero cosquilleo, todavía me sentía mal, pero quería complacerlo, además de que me moría de ganas por estar con él desde hacía tiempo.

—Guillermo yo…

—Quiero conocer a tu familia —anunció de pronto y me quedé en shock.

Había esperado otra cosa totalmente diferente, en cambio me regaló una cálida sonrisa y me dio un tierno beso en los labios.

—¿Lo dices en serio? —pregunté mientras me limpiaba las lágrimas.

—Por supuesto que sí princesa, ya tenemos dos meses saliendo, creo que es justo que lo haga.

El dolor pareció irse de inmediato, no cabía en mí todo lo que me estaba diciendo.

—Pues… sí, me encantaría que lo hicieras.

Tomó mi mano y la apretó contra su pecho, parecía estar más calmado que cuando comenzó la discusión, ya ni siquiera recordaba por qué había sido en primer lugar.

—Te amo Andrea, conocer a tu familia es un gran paso, quiero que veas lo realmente comprometido que estoy contigo.

Asentí, no podía creerlo, realmente no podía creer que él me amara tanto.

—De nuevo, perdón por no avisarte del gimnasio.

—No te preocupes por eso, es más déjame acompañarte a las clases, si quieres.

—Sí, por supuesto —le dije animada.

Estaba nerviosa por presentarle a mi familia. Le había contado a mi madre sobre él, pero nada más, solo esperaba que lo adorara tanto como yo.

El día transcurrió con normalidad después de eso, y cuando la tarde cayó, me acompañó como había dicho hasta el gimnasio.

Mis amigas lo saludaron de lejos y hasta comenzó a hacer el ejercicio con nosotras.

De cuando en cuando se aprovechaba para tocarme el trasero disimuladamente y eso me divertía.

—Adiós chicas —me despedí cuando acabó la hora del gym, él pidió acompañarme hasta mi casa.

—No pretenderás conocer a mi madre hoy, ¿cierto? —inquirí nerviosa.

—No, hoy no, puede ser el fin de semana si te parece —dijo animado. Entonces se adelantó frente a mí de prisa e hizo que me subiera a su espalda. —Debes estar cansada.

—Un poco sí. —Gustosa me subí a él y me llevó así por una cuadra, iba encaramada como un mono y la gente nos miraba raro, no me importó.

Se detuvo frente a un puesto ambulante de helados y me regaló uno.

—Pero así nunca perderé peso —bromeé.

—Bebé, no importa, yo te amo así.

Sentí que mis ojos resplandecieron con sus palabras, era tan afortunada de estar con él que mi cerebro aún no lo asimilaba.

Caminamos de la mano un buen rato, aunque habría sido más propicio llegar en autobús, sin embargo, él insistió en irnos a pie. No podía parar de reír con sus ocurrencias, y de cuando en cuando se detenía a mitad de la acera para robarme un beso.

Debía confesar que cada vez que me tocaba algo se encendía en mí, Guillermo me excitaba muchísimo, y sentía emanar de él una vibra que había estado conteniendo desde que empezamos a salir.

En una de esas tantas paradas para besarme, terminó acorralándome contra la pared. La calle parecía estar desierta, no era demasiado tarde, pero no había nadie.

Guillermo enredó sus dedos en mi cabello y lo jaló con sutileza, gemí en sus labios y le di un pequeño mordisco, eso pareció excitarlo, porque de pronto sentí un bulto levantarse justo donde se encontraba mi muslo. Lo miré con deseo, no quería llegar a mi casa en lo absoluto, pues sabía que mi madre estaría allí.

—¿Y si tomamos un pequeño desvío? —sugirió.

La propuesta me puso nerviosa, pero yo quería hacerlo, asentí emocionada; él tomó mi mano y me llevó caminando a paso veloz, no tenía idea de a dónde.

Al cabo de dos cuadras, un pequeño motel se alzó ante mis ojos, ¿sabría de este lugar? Me encogí de hombros como respuesta a mi pregunta mental, supiera o no, las ganas me podían más, yo quería estar con él.

Pagó una habitación y me jaló con ternura al ascensor. ¡Dios! Lo íbamos a hacer por primera vez. Mi corazón palpitaba desbocado de alegría y miedo.

No era mi primera vez con un hombre, pero Guillermo era especial, era diferente, y quería que todo fuese perfecto.

Comenzó a besar mi cuello desde el momento en el que el ascensor se cerró. La ropa que llevaba puesta estaba sudada y pegada a mi piel, a él eso no le molestaba, mordió mi hombro con fuerza y eso me hizo gemir.

Empecé a quitarle la camisa y a duras penas pudimos abrir la puerta de la habitación sin tropezar. Lanzamos las cosas al suelo; él se deshizo de mi ropa con bastante destreza y yo hice lo mismo con la suya. Sentí mucha vergüenza cuando contempló mi cuerpo desnudo, mis mejillas se sonrojaron y no quería mirarlo a los ojos.

Pero él hizo que lo mirara, y sonrió.

—No tienes por qué sentir vergüenza —susurró.

Recorrió sus dedos por todo mi cuerpo y eso me hizo estremecer, me cargó con ternura, como a una novia en su noche de bodas, y me recostó en la cama; entonces lo contemplé yo; y he de decir que Guillermo era un sueño hecho realidad.

Su perfecto abdomen, sus músculos definidos y su enorme paquete me deslumbraron.

Se montó sobre mí y comenzó a besar mi boca con una pasión desenfrenada que me nubló por completo el juicio, lo abracé con mis piernas y él comenzó a frotar su miembro contra mi sexo suavemente.

A pesar de que estaba muy excitada, nunca olvidaba la protección. Hacía mucho tiempo que no tomaba pastillas anticonceptivas, pues; aunque Guillermo no era mi primera pareja sexual; si tenía muchos meses sin actividad, y no le veía la necesidad de tomarlas. De hecho, hasta que él llegó a mi vida, había perdido las esperanzas de volver a tener sexo.

—Espera —susurré en un jadeo.

—¿Qué sucede? —preguntó, sin dejar de regar sus besos por mis pechos.

—No estoy tomando ningún anticonceptivo, ¿tienes condón?

Guillermo levantó la mirada y se acercó a mis labios de nuevo, volvió a besarme y tomó mis manos llevándolas por encima de mi cabeza. Sonrió con picardía y negó con la cabeza.

—No quiero usar condón, bebé, quiero sentirte por completo, quiero correrme dentro de ti, luego te compro la pastilla del día después.

Sin esperar una contestación de mi parte bajó de nuevo a mis pechos y lamió mis pezones, introdujo mi seno en su boca y lo succionó hasta que me provocó revolverme de deseo, mi sexo palpitaba, caliente y húmedo, deseosa de sentirlo.

—Está bien —acepté, aunque la idea me ponía un poco incómoda, tenía miedo de quedar embarazada, pero Guillermo no iba a parar, y mi libido estaba en las nubes como para detenerme ahora.

Gruñó de placer en mis pechos al escuchar mi respuesta, y entonces me tomó con más frenesí, apegando su pelvis a la mía, agarró mis caderas y se posicionó, embistiéndome con fuerza, y al mismo tiempo, con delicadeza.

Gemí de placer buscando sus labios, su pecho y su cuerpo, siguiendo el ritmo de sus caderas contra mí.

Los dos estábamos lo suficientemente excitados como para llegar al orgasmo bastante rápido. Guillermo comenzó a moverse cada vez más rápido y un grito de placer escapó de mis labios. Lo sentí correrse dentro de mí y así, ambos habíamos alcanzado un clímax perfecto.

Se acostó a mi lado agotado, mis músculos temblaban, sobre todo mis piernas, el ejercicio anterior y ahora este, habían hecho de mi cuerpo un manojo de gelatina, estaba agotada, pero feliz, inmensamente plena y feliz.

—Debemos ir a comprar la pastilla —le dije, pasados unos veinte minutos, en los que nos quedamos abrazados en la cama.

—Sí, por supuesto, no pienso tener hijos ahora —respondió riendo.

Nos vestimos a prisa, ya se había hecho bastante tarde y mi madre me iba a matar si no llegaba en ese momento.

Corrimos a la farmacia y de ahí tomamos el autobús hasta mi casa.

—Creo que es mejor que me dejes aquí —le comenté una cuadra antes de llegar.

—¿Por qué?

—No creo que quieras que mi madre te vea trayéndome a estas horas, va a pensar mal —dije guiñando un ojo.

—Es cierto —admitió con una sonrisa de complicidad.

Bajé del autobús y él siguió su camino. Me quedé contemplando el vehículo hasta que desapareció de mi vista, estaba tan enamorada de él que veía todo con mariposas sobrevolando alrededor.

Guillermo era simplemente perfecto.

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