La monotonía nunca había sido un problema en mi vida, pues a pesar de que tenía ciertas rutinas, los días jamás me parecieron aburridos; hasta ahora.
Guillermo insistía en que mis obligaciones como su pareja eran quedarme en casa, y aunque al principio me di una especie de “vacaciones”, la uniformidad del día a día encerrada en ese departamento estaban por acabar con mi cordura.
Los únicos momentos en los que me sentía bien, era cuando salía al mercado a comprar la comida, eso hasta que él se cansó de que lo hiciera todos los días; incluso aunque no estuviera en la casa.
Me sentía tonta, no comprendía cómo era que Guillermo terminaba por enterarse de que había salido de la casa, comencé a pensar que tenía alguna especie de espía que no tenía nada más que hacer que observar m
Luego de aquella pelea, Guillermo había cambiado. Tenía varios días siendo todo un caballero, como en los días en los que lo había conocido. Volvía temprano del trabajo, y siempre me traía algún regalo; flores, chocolates, incluso un pequeño osito de peluche muy tierno.No volvió a quejarse por la comida, de hecho, parecía comerse a gusto todo lo que le hacía, aunque cada vez que ponía el plato en la mesa, una parte de mí se sentía aterrada de que el estruendo, los gritos y la losa rota se escucharan por la casa.En las tardes cuando él no estaba, pude volver a salir de nuevo. Había comenzado a hacer algunas amistades en el edificio donde vivía, incluso saludaba con más frecuencia a la señora que me había encontrado aquella vez en el supermercado; no era tan mala después de todo, me recordaba a mi madre, y eso me hac&
Pasé la noche velando su sueño, como una madre preocupada cuidando de su pequeño hijo; en mi caso, era una novia desesperada. Quería seguir llorando, pero ya no me salían más lágrimas, estaba segura de que me había quedado seca.La traición de Guillermo seguía tan fresca en mi pecho como cuando me enteré de ella, sin embargo, me sentía terriblemente culpable por orillarlo a intentar suicidarse. Empecé a pensar que quizá no era para tanto; todos los hombres son infieles, aunque sea alguna vez; eso me lo enseñó mi padre, y por supuesto; mi madre, quien le perdonó más de una en varias ocasiones cuando yo era pequeña.Me sentía impotente, extraña, extremadamente vulnerable y al mismo tiempo, poderosa. Jamás imaginé que algún hombre me amaría tanto como para no querer vivir sin mí. Él rea
Muchas veces había escuchado hablar de gente que tiene experiencias extracorpóreas, de esas en las que parece que ves todo desde fuera de tu cuerpo, como si fueras un simple espectador presenciando un show. En mi caso, no era el show más placentero del mundo.La pobre mujer que miraba desde la distancia parecía derramar lágrimas sin siquiera poner ningún esfuerzo, y el hombre que estaba de pie frente a ella con la mirada perdida y las manos empuñadas parecía comenzar a darse cuenta de lo que acababa de hacer.De pronto suavizó la mirada y aflojó los puños, y se desplomó en el suelo arrodillado como si hubiese recibido un disparo, entonces comenzó a llorar descontrolado e intentó acercase a la mujer, pero ella despertó de su letargo e instintivamente hizo un esfuerzo por alejarse de él, aunque claramente era un esfuerzo en vano.Entonces, como si todo l
Toda mujer sueña en algún momento con el día en que un apuesto hombre, el que creemos es nuestro príncipe azul; nos pedirá matrimonio.Imaginamos que será en una hermosa playa al atardecer, con la arena todavía cálida sobre nuestros pies, de fondo las olas rompiendo contra la playa, como toda una telenovela; la brisa soplando y ondeando el vestido rojo que tendríamos puesto, junto a nuestro cabello suelto, rodeadas de pétalos de rosas formando un corazón, y finalmente, él, arrodillado frente a ti con una hermosa y pequeña caja envuelta en terciopelo azul, y en su interior, un precioso anillo con un gran diamante resplandeciendo a la luz del sol.Así me lo había imaginado un millón de veces cuando era niña, y lo fantaseaba una y otra vez desde que supe lo que era el amor romántico mientras veía las novelas con mi madre los domingos por la
Cuando tenía seis años creía que el día más feliz de mi vida había sido ese en el que mi madre me compró aquella muñeca que tanto deseaba. Cuando tuve trece años, pensé que el mejor día de mi vida había sido cuando por fin mi madre me dio permiso para salir sola con mis amigas, y cuando cumplí la mayoría de edad creí que era el mejor día de mi vida porque finalmente podía ser independiente. Pero qué equivocada estaba; porque todos esos días no fueron tan felices como el día en que le dije que sí a Guillermo.Luego de pronunciar el tan anhelado “acepto”, el padre continuó con la ceremonia, y entonces él también aceptó y finalmente estábamos unidos, para siempre.La fiesta transcurrió con normalidad, estaban todas las personas que me importaban; excepto Jimena; y toda la fa
Las manos me temblaban, estaba sudando como si el cuarto estuviera a cuarenta grados de temperatura, si me hubiese visto en el espejo, probablemente habría encontrado a una Andrea pálida, lánguida y ojerosa, con enormes lágrimas amenazando desbordarse por mis ojos.No sabía cómo sentirme. ¿Un hijo? ¿Debería estar feliz? Mi única preocupación era cómo Guillermo se tomaría tal noticia.La voz de Gustav se escuchaba demasiado lejos para comprender algo de lo que balbuceaba. Si su moralidad se lo hubiera permitido, habría entrado al baño de mujeres solo para saber si estaba embarazada o no, pero yo no quería decírselo a nadie. Quería guardar este secreto durante el tiempo en que esa pequeña celulita se convirtiera en una persona; si tan solo fuera posible.Estuve tanto tiempo dentro del baño que Gustav tuvo que ir por las llaves
En mi vida había leído la biblia un par de veces. Mi familia fue cristiana en una época pasada de la cual ya no tenía demasiados recuerdos, sin embargo, se me había quedado alguna que otra cosa de aquellos tiempos en los que mi pasatiempo era leer los versículos que el padre de la iglesia mandaba para aprender en casa.Y de todos esos versículos, nunca olvidaba el génesis. Cuando Eva se atrevió a desafiar a Dios, y entonces fue castigada por ello.Me sentía igual que ella, sucia y pecadora. Siendo castigada de alguna forma por Dios.El dolor físico del aborto que Guillermo me había convencido de hacer eventualmente pasó. Sin embargo, la pena que llevaba en el corazón no se borraba con nada.Guillermo en cambio siguió como si nada. No volvió a mencionar el tema y por supuesto me advirtió que yo tampoco debía hacerlo en ninguna circu
Siempre creí que eso de que había esposos que golpeaban a sus mujeres era un cuento lejano, un mito que contaban las abuelas para asustar a sus pequeñas nietas sobre el matrimonio. Algo que, lógicamente, jamás me iba a pasar a mí. No. Pues, ¿cómo era posible que no me diera cuenta de que alguien que amaba era capaz de hacerme eso?Claramente, no había sido capaz de darme cuenta antes.El dolor de los golpes que él infligió en mí no me dolía tanto como el trasfondo en sí de su acción.Yo lo había provocado, de nuevo. Eso no tenía discusión. Sin embargo, no podía entender cómo es que esto de alguna forma podía significar amor.Una cosa sí era segura. Jamás me atrevería a desafiarlo de nuevo.Para mí pasaron años, siglos tal vez; tumbada en la esquina de la sala, saboreand