Secuestrada

“A los verdugos se les reconoce siempre. Tienen cara de miedo".

Jean Paul Sartre

Esa misma tarde, María espera el mensaje de su amante, pero él no está. Pareciera haber perdido el interés en estar con ella. O tal vez piensa que ella realmente está con otra persona.

Su conciencia está limpia, si hubiese querido estar con alguien más, lo haría. Pero no ha logrado quitarse de la mente, de la piel y de su corazón lo que siente por Mario.

Mientras descansa revisando sus redes, recibe una llamada del número desconocido, por un momento piensa que pudiera ser él, pero por qué no llamarla de su celular.

Decide salir de dudas y atiende. Al escuchar la voz del otro lado, reconoce la voz de Tamara.

—María soy yo, Tamy.

—Hola Tamy, ¿Cómo has estado?

—Muy mal, la verdad. Te he buscado por todas partes, incluso la última vez que estuve en tu bloque, hice algunas cosas que no debía. Necesito que hablemos.

—Está bien. Pero necesito que me guardes un secreto. ¿Me lo prometes?

—Claro, que sí. ¿Acaso no
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