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Estafa de Amor
Estafa de Amor
Por: Karerina
Extraña coincidencia

“Andábamos sin buscarnos, pero sabiendo que andábamos para encontrarnos.:

Julio Cortázar

Esa tarde él regresaba de su habitual trabajo. Aparenta ser un día normal, de tráfico, mucha gente transitando el tiempo, de constantes llamadas y de poca emoción. De pronto, en un descuido, él textea con uno de sus socios; levanta la mirada y en un atisbo, frena violentamente.

La joven cae al suelo. Él se baja del auto, corre hacia ella. Ella yace, tendida en el suelo. Parece haber perdido el conocimiento. Él intenta levantarla, la muchedumbre se aproxima más por la curiosidad y ansiosos de alimentar su morbo, que con la intención de ayudar.

Ella no parece estar herida, no se observan rastros de sangre en su ropa. Él la sostiene por el torso. Repentinanente, ella parece reaccionar, abre los ojos e intenta zafarse de los brazo del extraño, pero no puede moverse. Él la mira preocupado y angustiado por ver y saber que ella esté bien. La chica se lleva una de sus manos a la cabeza, el golpe debió dejarla aturdida.

—¿Se siente bien? —le pregunta— No la vi cruzar —añade.

—Si, ¡suélteme por favor! —responde imperativamente— ¡maldito loco!

—Discúlpeme por favor, déjeme ayudarla.

Ella intenta incorporarse, pero su visión sigue algo nublada.

Aquel hombre la ayuda a ponerse de pie. Hasta ahora, los expectadores observan, murmuran e hipotetizan sobre quién de los dos debía tener la culpa.

—¡Gracias! —le dice ella mientras se arregla la camisa y recoge su bolso.

—Déjeme llevarla, por favor. Yo la llevo hasta su casa.

Ella asiente con la cabeza. Él le abre la puerta, mientras la sujeta por la cintura, ella se apoya en su hombro y la ayuda a subir al auto.

La gente, ya satisfecha su curiosidad, se aleja.

—¿Hacia dónde vives? —le pregunta algo impactado aún por lo ocurrido con aquella hermosa chica.

—Realmente iba en éstos momentos a encontrarme con una amiga de la universidad. Pero, ya debe haberse ido —dice en un tono recriminatorio.

El hombre apenado le responde:

—Nuevamente te pido mil disculpas, estaba entretenido en el teléfono y no me di cuenta de que venías cruzando.

—No te preocupes, creo que también fui algo imprudente al cruzar, iba algo retrasada y no miré que venías distraido —sonrié con un ademán de arrepentimiento.

De pronto, la bocina del auto de atrás los hace volver a la realidad. Él orilla el auto y se estaciona.

—Te invito un café o una gaseosa, ¿Aceptas? —pregunta él.

—Esta bien —asiente con la cabeza y le muestra una sonrisa amistosa.

—¿Cómo te llamas? —pregunta él.

—Yo me llamo María —responde ella.

—¿No me mientes o sí?

—Mentirte ¿por qué? —dice ella con un tono algo molesto.

—Disculpa, es sólo que generalmente cuando una chica no quiere dar mucha información, recurre al nombre más común, para despistar, ¿tú me entiendes?

—Ah ok, pues en primer lugar, no soy cualquier chica y en segundo… no suelo mentir, aunque no conozca a la persona con la que hablo —respondió ella algo enojada por las suposiciones de aquel extraño pero atractivo hombre.

—Soy un tonto, disculpa. Yo soy Mario

—¿Te burlas de mí? —le pregunta ella

—No, por Dios, jamás haría eso. Me llamo Mario Torres, ese es mi nombre.

—Mucha casualidad, ¿no te parece?

—Sí… María y Mario —dice el mientras con las manos escribe ambos nombres y lo dibuja dentro de un corazón, en el aire.

Ella lo mira con sorpresa. Pero le agrada la idea.

—Y… ¿A qué te dedicas María?

—Yo trabajo por mi cuenta sabes, ahorita no hay mucho dónde buscar y encontrar un buen empleo. A veces, trabajo haciendo diseños publicitarios. Otras veces, escribo artículos de prensa, en un espacio, llamado…

Hace una pausa y suelta una carcajada:

—¡Jajaja!

—¿Qué te causa tanta risa?, ¿Qué otra cosa haces? —pregunta él con curiosidad.

—Bueno me río de mí misma. A veces escribo en una columna titulada, —hace un gesto de letrero— En busca del Amor —agrega y rié nuevamente.

Él sonrié con picardía:

—Y… ¿ya lo encontraste? —le pregunta

Ella lo mira, sus mejillas se enrojecen y responde algo pensativa:

—¡Creo que aún no! —responde.

Él la mira, sonrié nuevamente. Parquea el auto y le dice:

—¡Es aquí, bajemos!

Mario se baja, le abre la puerta, hace un ademán de caballerosidad. Ella sonrié, hace un ademán de agradecimiento. Ambos sonrien y entran al café.

Se acercan a una de las mesas que está próxima a la ventana. Él hala la silla, ella se sienta. Cuando él se va a sentar, suena su teléfono:

—Disculpa debo atender esta llamada, pide lo que quieras tomar y pide lo mismo para mi —dice mientras sale del lugar.

Ella, se siente emocionada, nunca había entrado a un lugar tan lujoso. Suspira mientras piensa en lo inhabitual del comportamiento de aquel hombre. Él parece un principe, sacado de un cuento de Hadas. Uno, de esos que ella describe en sus relatos de amor. Lo observa por la ventana, es un hombre alto, fornido y muy atractivo. Imposible no quedar encantada frente a un espécimen de aquella talla. “En esta época es difícil encontrar a alguien tan gentil, debe estar casadísimo” piensa ella. En ese momento la interrumpe el mesonero:

—Bienvenida, señorita. ¿Qué desea de tomar? —le pregunta, mientras le muestra el menú.

Ella le echa una ojeada, y a cada cosa que ve, sus ojos parecen agrandarse más con los precios.

—Le recomiendo un frapuccino, especial de la casa.

—¿Eso no es muy caro? —pregunta ella.

Él mesonero le sonrié:

—No para el señor Mario, él es cliente selectivo de este lugar.

—¡Ah ok! trae dos de esos entonces.

El mesonero se aleja. En ese instante Mario se aproxima. Ella no sabe que decir, piensa: ¿será mejor esperar que él le diga quién es? O ¿será muy imprudente de su parte, mencionarle sobre lo que comentó el mesonero.

—¿Ya pediste, lo que deseas tomar? —pregunta él sonriendo.

—¡Sí! —contesta ella, con cierta timidez

—Aquí preparan un frapuccino, único; es mi bebida preferida.

—Exactamente eso pedí, también es la mía.

—Que bueno, otra genial coincidencia.

El mesonero se acerca, ella mira estupefacta la enorme copa.

—Espero disfrute su bebida señorita —dice el mesonero, mientras dirige la vista a Mario y añade— Bienvenido como siempre, señor Mario. Siempre muy bien acompañado.

—¡Por supuesto Jimmy! —responde

Ella observa aquel hombre, su voz es grave y seductora. Pero lo que ha dicho el mesonero le causa perspicacia. Tal vez es casado o un fuckin mujeriego. “Demasiado bonito, para haber sido cierto” piensa.

—Cuando gustes —dice él, mientras toma la cucharilla y comienza a degustar la crema chantilli.

Ella lo mira e imita. Toma la primera cucharilla de la crema, se saborea, discretamente. Ciertamente, ella nunca ha probado aquella bebida. Pero suele ocurrir cuando deseas conectarte con alguien, hacerle ver o creer que comparten los mismos gustos, es lo esencial. En el proceso de ventas, se llama Rapport, y en las relaciones amorosas, fingir para conseguir.

—¿María, dónde vives? —le pregunta él.

—En un bloque de apartamentos que está cerca de acá —contesta ella.

—¿Vives sola? —pregunta él capsiosamente.

Ella lo mira, y contesta con cierta duda:

—Sí, vivo sola. Mis padres murieron cuando era una adolescente y pues, aprendí a vivir sola. ¿Y Usted a qué se dedica?

—¿Por qué me tratas de usted ahora?

—No sé, tal vez por respeto. Hace minutos me había atropellado y ya estoy mejor, creo.

—Yo, soy empresario, realmente trabajo por mi cuenta y tengo clientes por aquí y por allá. De hecho hace minutos, cuando te atropellé estaba recibiendo un mensaje de uno de ellos, y ahorita, recibí una llamada del mismo cliente.

—Oye que interesante eso.

Por minutos mantienen el silencio. Ambos piensan. Cada cual, tiene una percepción del otro, cada cual se imagina quien puede ser esa otra persona que tiene frente así. Cada cuál se pregunta la razón, de aquel furtivo encuentro. Y que consecuencias podrá tener.

Terminan de tomar la bebida. Él le dice:

—Bueno María, vamos, déjame llevarte a tu casa.

—No es necesario, Mario. Yo vivo cerca de acá y ya me siento mejor.

—Esta bien, permíteme entonces acompañarte a tomar un taxi, de verdad necesito estar seguro que estarás bien.

Él, le hace un gesto al mesonero. El joven se acerca, le entrega la cuenta y él, la tarjeta de crédito; ella lo mira impresionada. Él se levanta, se acerca, ella se pone pie; él le hala la silla, ella sonrié, un extraño escalofrío le recorre la piel. Salen de aquel café. El detiene el taxi, saca de su bolsillo unos billetes, y le dice:

—Debe alcanzarte con esto.

—No es necesario Mario, yo puedo irme en bus o caminar hasta allá —responde ella.

—Acéptalo por favor, sólo así estaré tranquilo. Le toma las manos, le entrega el dinero, le cierra la mano y del bolsillo de su camisa, saca una tarjeta:

—Ten, llámame si necesitas algo María.

—Gracias, Mario. Así será. Ella aborda el taxi, él la mira alejarse. Suspira y sube a su automóvil.

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