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Alonzo sintió cómo Roma intentaba apartarse de su beso feroz.Sus labios buscaban los de ella con desesperación, con esa intensidad que solía doblegarla en el pasado.Pero esta vez, Roma no cedió. Era como besar una pared, fría y distante, llena de desprecio.De un empujón, ella lo alejó con una fuerza inesperada y, en un solo movimiento, su mano se estrelló contra su mejilla.El sonido seco de la bofetada resonó en el aire, dejando a Alonzo completamente perplejo.Su piel ardía, pero más lo hacía su orgullo.Roma entrecerró los ojos y, por el rabillo del ojo, vio a Kristal acercarse con pasos inseguros.Supo que era el momento perfecto para soltar la bomba.—¡No voy a ser tu amante como lo pediste, Alonzo Wang! —exclamó con una voz cargada de furia, limpiándose la boca con la mano—. ¡No soy esa clase de mujer!El cuerpo de Kristal se tensó de inmediato.El miedo explotó en su interior como una ráfaga de metralla. Sus manos temblaban y su pecho subía y bajaba con respiraciones irregula
—¿Qué dijiste? —La voz de Giancarlo sonó grave, tensa. Sus ojos oscuros brillaban con furia, una tormenta se encendía en su interior.Roma tragó saliva, sintiendo cómo el aire en la habitación se volvía denso, pesado.—Alonzo… me besó —dijo en un susurro, pero antes de que Giancarlo pudiera reaccionar, añadió con urgencia—: ¡Pero lo rechacé! ¡Juro que lo hice! Me tomó por sorpresa, se volvió loco cuando supo que yo gané el negocio con los Vicent.El silencio entre ellos fue sofocante.Giancarlo apretó los puños con tanta fuerza que sus nudillos se volvieron blancos. Su mandíbula se tensó, su respiración se volvió más pesada, y en su mente solo había un pensamiento: matarlo.Sin pensarlo, dio un paso hacia la puerta, su cuerpo irradiaba peligro, pero Roma reaccionó rápido y lo sujetó del brazo.—¡No vayas a buscarlo! —suplicó, clavando su mirada en él.Giancarlo se giró, sus ojos como témpanos de hielo. Roma sintió un escalofrío recorrer su espalda.Cuando él se acercó con determinación
Al día siguiente.Mansión Savelli.Cuando llegaron a casa, los niños corrieron hacia Roma, ansiosos por abrazarla.Sus caritas brillaban de emoción.—¡Mami! ¿Iremos de campamento? —preguntó Aria, con la esperanza reflejada en sus ojos.Roma se quedó un momento en silencio, sorprendida por la energía de los niños.Sin embargo, una sonrisa comenzó a formarse en sus labios mientras asintió, tocada por su entusiasmo.—Está bien, lo haremos —respondió, sintiendo una calidez profunda al ver sus caritas felices.Giancarlo, que había estado observando en silencio, sonrió satisfecho.Era un hombre de pocas palabras, pero en su mirada había un brillo especial cuando veía a sus hijos tan felices.—Siempre organizo un campamento antes de que vuelvan al colegio. Me gusta que mis hijos estén rodeados de naturaleza —dijo él, con una ternura que solo los más cercanos podían percibir.Roma sonrió suavemente al escuchar sus palabras. Lo miró con una mirada cargada de sentimientos profundos, como si la r
Roma sintió un escalofrío recorrer su cuerpo al ver a Matías allí, frente a ella, mientras los hombres armados se acercaban con intenciones letales.Un grito se le escapó de los labios cuando uno de los secuestradores intentó atrapar al niño.Sin pensarlo, lanzó su cuerpo hacia él, empujándolo con fuerza para evitar que lo tocara.El hombre tropezó y cayó al suelo, sorprendiendo tanto a Roma como al niño, que retrocedió horrorizado.—¡No! —gritó Roma, temblando mientras protegía a Matías con su propio cuerpo, como si pudiera ofrecerle una protección inquebrantable.Sus ojos se llenaron de lágrimas mientras lo abrazaba, cada fibra de su ser vibrando con el miedo y el amor.En ese instante, como una tormenta desatada, Giancarlo y sus guardias irrumpieron en el lugar, deteniendo a los hombres al instante.El caos estalló en un torbellino de gritos y disparos, pero Giancarlo se dirigió sin dudar hacia Roma, apartando a los secuestradores con manos firmes mientras abrazaba a su hijo y a Rom
Cuando Roma abrió los ojos y se dio cuenta de que Giancarlo no estaba a su lado, un pánico helado se apoderó de su pecho.Sintió el vacío de su ausencia, una sensación angustiante que la hizo dar vueltas por la habitación en busca de su presencia.El reloj marcaba que faltaba poco para el amanecer. Con un nudo en la garganta, salió al balcón, el aire frío de la madrugada le acarició la piel, pero no pudo calmar el torbellino de emociones que la invadía.«¿No cumplirás esta promesa, Giancarlo? Te extraño tanto…», pensó con miedo, sin poder evitar que la incertidumbre le carcomiera el corazón.De repente, sintió una presencia a su espalda, la sensación de un brazo que rodeaba su cintura con fuerza.Su respiración se detuvo por un instante, y al volverse, ahí estaba él, Giancarlo, tan imponente y suyo. Pudo oler su perfume a madera húmeda y menta. Roma sonrió, aliviada, mientras sus ojos brillaban con una mezcla de amor y dolor contenido.—¡Volviste! —susurró, su voz quebrada por la emoc
—¡Aléjate, Alonzo! —gritó Roma con furia, su voz vibrando en la tienda como un trueno.Antes de que Alonzo pudiera reaccionar, varios guardias irrumpieron en la habitación.Uno de ellos lo empujó bruscamente lejos de Roma, haciéndolo tropezar y chocar con una de las vitrinas.El vidrio vibró con el impacto, pero él apenas pareció notarlo.—¿Qué demonios creen que están haciendo? —rugió Alonzo, con los ojos encendidos de furia.Los guardias no respondieron. Solo levantaron sus armas y lo apuntaron con firmeza.Roma miró el vestido destrozado en su cuerpo, el encaje desgarrado, las perlas esparcidas por el suelo como lágrimas.Su mandíbula se tensó. Hizo una leve señal con la mano y, en un segundo, uno de los guardias golpeó a Alonzo en el rostro con un puñetazo seco y brutal.—¡Basta! —gritó Kristal, aferrándose a Eugenia con pánico.El caos envolvió la tienda cuando la policía llegó de inmediato. Sirenas, radios, órdenes en voz alta.Alonzo, aún aturdido por el golpe, aprovechó la opor
Cuando Roma y Giancarlo terminaron de acostar a los niños, el aire de la noche parecía suspenderse en un latido compartido.Giancarlo la tomó en sus brazos, sintiendo el peso delicado de su cuerpo, y la llevó hasta la habitación como si fuera lo más precioso del mundo.Su respiración estaba agitada, casi como si el tiempo hubiera comenzado a ralentizarse al tocarla.La depositó suavemente en la cama, y por un instante, ambos se quedaron en silencio, sus miradas fusionadas en una conexión tan intensa que ni las palabras parecían necesarias.Giancarlo no pudo evitar admirar el rostro de Roma, su piel brillante a la luz tenue, los ojos profundos que ahora lo miraban con una mezcla de deseo y vulnerabilidad.Levemente, su aliento se aceleró cuando ella asintió, confirmando lo que él ya sabía.—Roma… ¿Te gustó la sorpresa? —su voz era suave, pero cargada de una intensidad contenida.Roma asintió sin palabras, sus ojos brillando con gratitud.Antes de que pudiera decir algo más, él la acercó
Cuando Roma le reveló todo a Giancarlo, el silencio que se instaló entre ellos fue pesado, casi insoportable.Él la miraba fijamente, su rostro serio, las arrugas de su frente marcadas por la preocupación y el entendimiento de la gravedad de lo que ella había dicho.La habitación, que antes había sido su refugio de paz, parecía ahora más fría, más distante.—¿Qué quieres hacer con esa información, Roma? —preguntó Giancarlo, su voz grave y cargada de incertidumbre.Roma no respondió de inmediato.Sus ojos se perdieron en el vacío, como si estuviera buscando una respuesta en los recuerdos que la atormentaban.La presión de la revelación era enorme, la fuerza de la venganza la hacía sentir aún más pesada.Pero también sentía una necesidad urgente de enfrentarlo todo, de cerrar el capítulo de una vez por todas.—Bueno, supe que Alonzo y Kristal darán una fiesta para celebrar algo importante, y quiero estar allí, quiero mostrarles a todos los resultados de la prueba de paternidad. —Roma hab