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Cuando Roma abrió los ojos y se dio cuenta de que Giancarlo no estaba a su lado, un pánico helado se apoderó de su pecho.Sintió el vacío de su ausencia, una sensación angustiante que la hizo dar vueltas por la habitación en busca de su presencia.El reloj marcaba que faltaba poco para el amanecer. Con un nudo en la garganta, salió al balcón, el aire frío de la madrugada le acarició la piel, pero no pudo calmar el torbellino de emociones que la invadía.«¿No cumplirás esta promesa, Giancarlo? Te extraño tanto…», pensó con miedo, sin poder evitar que la incertidumbre le carcomiera el corazón.De repente, sintió una presencia a su espalda, la sensación de un brazo que rodeaba su cintura con fuerza.Su respiración se detuvo por un instante, y al volverse, ahí estaba él, Giancarlo, tan imponente y suyo. Pudo oler su perfume a madera húmeda y menta. Roma sonrió, aliviada, mientras sus ojos brillaban con una mezcla de amor y dolor contenido.—¡Volviste! —susurró, su voz quebrada por la emoc
—¡Aléjate, Alonzo! —gritó Roma con furia, su voz vibrando en la tienda como un trueno.Antes de que Alonzo pudiera reaccionar, varios guardias irrumpieron en la habitación.Uno de ellos lo empujó bruscamente lejos de Roma, haciéndolo tropezar y chocar con una de las vitrinas.El vidrio vibró con el impacto, pero él apenas pareció notarlo.—¿Qué demonios creen que están haciendo? —rugió Alonzo, con los ojos encendidos de furia.Los guardias no respondieron. Solo levantaron sus armas y lo apuntaron con firmeza.Roma miró el vestido destrozado en su cuerpo, el encaje desgarrado, las perlas esparcidas por el suelo como lágrimas.Su mandíbula se tensó. Hizo una leve señal con la mano y, en un segundo, uno de los guardias golpeó a Alonzo en el rostro con un puñetazo seco y brutal.—¡Basta! —gritó Kristal, aferrándose a Eugenia con pánico.El caos envolvió la tienda cuando la policía llegó de inmediato. Sirenas, radios, órdenes en voz alta.Alonzo, aún aturdido por el golpe, aprovechó la opor
Cuando Roma y Giancarlo terminaron de acostar a los niños, el aire de la noche parecía suspenderse en un latido compartido.Giancarlo la tomó en sus brazos, sintiendo el peso delicado de su cuerpo, y la llevó hasta la habitación como si fuera lo más precioso del mundo.Su respiración estaba agitada, casi como si el tiempo hubiera comenzado a ralentizarse al tocarla.La depositó suavemente en la cama, y por un instante, ambos se quedaron en silencio, sus miradas fusionadas en una conexión tan intensa que ni las palabras parecían necesarias.Giancarlo no pudo evitar admirar el rostro de Roma, su piel brillante a la luz tenue, los ojos profundos que ahora lo miraban con una mezcla de deseo y vulnerabilidad.Levemente, su aliento se aceleró cuando ella asintió, confirmando lo que él ya sabía.—Roma… ¿Te gustó la sorpresa? —su voz era suave, pero cargada de una intensidad contenida.Roma asintió sin palabras, sus ojos brillando con gratitud.Antes de que pudiera decir algo más, él la acercó
Cuando Roma le reveló todo a Giancarlo, el silencio que se instaló entre ellos fue pesado, casi insoportable.Él la miraba fijamente, su rostro serio, las arrugas de su frente marcadas por la preocupación y el entendimiento de la gravedad de lo que ella había dicho.La habitación, que antes había sido su refugio de paz, parecía ahora más fría, más distante.—¿Qué quieres hacer con esa información, Roma? —preguntó Giancarlo, su voz grave y cargada de incertidumbre.Roma no respondió de inmediato.Sus ojos se perdieron en el vacío, como si estuviera buscando una respuesta en los recuerdos que la atormentaban.La presión de la revelación era enorme, la fuerza de la venganza la hacía sentir aún más pesada.Pero también sentía una necesidad urgente de enfrentarlo todo, de cerrar el capítulo de una vez por todas.—Bueno, supe que Alonzo y Kristal darán una fiesta para celebrar algo importante, y quiero estar allí, quiero mostrarles a todos los resultados de la prueba de paternidad. —Roma hab
El salón, por un instante, quedó suspendido en un silencio espectral, como si el mundo entero hubiese dejado de girar. Pero la calma fue efímera.El murmullo creció como una marea imparable, voces indignadas que se alzaban como cuchillas en el aire denso de la revelación.—¡Era su hijo! Y ese hombre lo negó… —¡Qué clase de padre hace eso! Ni siquiera fue a su funeral… ¡Pobre niño, murió sin el amor de su propio padre!—Dicen que todo fue por una aventura con esa mujer… ¡Destruyó su familia por una calentura!Kristal sintió esas palabras clavarse en su piel como agujas ardientes.Un instante antes, ella era la mujer celebrada, la futura madre, la esposa del hombre poderoso.Ahora, la veían como la amante, la intrusa, la arpía que había arrancado a un niño de los brazos de su padre. Su pecho subía y bajaba con rabia contenida. Apretó los puños hasta que sus uñas se clavaron en su propia piel.—¡Mientes, Roma! —su voz tembló, pero se obligó a mantenerse firme—. ¡Toda tú eres una mentira
Cuando Roma salió del salón, apenas pudo sostenerse en pie.Su cuerpo temblaba, la adrenalina seguía corriendo por sus venas, pero la verdad que acababa de soltar la había dejado exhausta.Apenas pudo entrar al auto antes de que su fuerza la abandonara.Giancarlo la miró y su expresión se endureció al notar la marca rojiza en su mejilla.Un latigazo de furia le recorrió la sangre.—¡Lo voy a matar! —gruñó con los puños apretados, a punto de abrir la puerta y salir en busca de Alonzo.Pero la suave mano de Roma se posó en su brazo, deteniéndolo.—No… por favor, solo llévame a casa. Quiero descansar.Su voz sonaba tan frágil que él sintió un nudo en el estómago. Esa no era la Roma fuerte, desafiante, que le gustaba ver.Ahora era solo una mujer rota, una madre que había sido desgarrada por el dolor.Con un gesto tenso, ordenó al chofer que los llevara de inmediato.El camino fue silencioso.Roma miraba por la ventanilla, pero sus ojos estaban vacíos, como si su alma se hubiese quedado en
Alonzo sintió una rabia tan intensa que parecía recorrerle las venas como fuego, quemándole la piel desde adentro.Era una sensación extraña, una que no experimentaba desde hacía mucho tiempo. Había algo visceral en la forma en que la furia lo arrastraba, como si su cuerpo se negara ante lo que estaba ocurriendo frente a él.Con pasos firmes, como si su ser entero estuviera fuera de control, avanzó hacia ellos.—¡Suelta a Roma! —gritó, su voz retumbando en el aire, llena de desesperación y furia contenida.Roma y Giancarlo se separaron al instante, los ojos de Roma llenos de sorpresa, como si no pudieran creer que él estuviera allí.Giancarlo, por su parte, frunció el ceño, el desprecio en su mirada evidente, pero también había algo en sus ojos, una chispa de provocación que no tardó en saltar.—¿Alonzo Wang? —preguntó Giancarlo, con una mezcla de incredulidad y diversión—. ¿Qué haces aquí?La mirada de Alonzo se clavó en ellos, su enojo creciendo aún más.—Más bien, ¿qué haces tú aquí
—¿Por qué verás a esa mujer? No me gusta la idea, amor —dijo Giancarlo.—Amor, creo que puedo sacar algo de ella.Giancarlo temía lo peor, la abrazó.—Pero, no irás sola, enviaré a gente a tu lado y yo también iré.Roma sonriò asintió.—Amor envía a quien quieras, pero tú no, porque te será muy sospechosa la cantidad de veces que ya nos han visto juntos, falta poco para la boda, para que todos sepan que ahora seremos marido y mujer.Giancarlo estaba pensativo, pero al final cedió.—Pero, ten cuidado, por favor.—Claro, no voy a darle oportunidad a la serpiente de que vuelva a lastimarme, estoy segura de que ella es la culpable de aquella noche.Giancarlo asintió y pensó en su sorpresa.Roma salió de casa y fue rumbo al bar, tenìa muchas emociones en su corazón, pero quería ver a Kristal, solo quería una cosa de ella, pero tenìa duda si la podía obtener.«Kristal influenció mucho en Alonzo y su desprecio por Benjamín, sin embargo, ella no es la gran responsable, el peor es Alonzo, pero