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—¡Roma! —un grito desgarrador y lleno de angustia cortó el aire, y Roma, como si despertara de un sueño profundo, se vio de nuevo enfrentada a la brutalidad de la situación.Al mirar a Kristal, se dio cuenta de lo que había hecho. El rostro de la mujer estaba completamente cubierto de sangre, sus ojos abiertos en una expresión de terror.Roma retrocedió instintivamente, pero pronto sintió las fuertes manos de dos hombres sujetándola.La confusión invadió su mente.¿Quiénes eran esos hombres? ¿Dónde estaban los guardias de Giancarlo?Su corazón comenzó a latir con fuerza, y el miedo la envolvió como una espiral oscura.Algo no estaba bien.Los guardias, que siempre estaban a su lado, brillaban por su ausencia. El pánico la invadió.De repente, un golpe seco en su rostro la hizo tambalear, y el mundo a su alrededor comenzó a girar.Un zumbido ensordecedor resonó en sus oídos, pero ella se obligó a salir de la niebla momentánea.La realidad la golpeó nuevamente.¡Era Alonzo! Roma lo vio d
—¡Papito! —Los gritos de los niños llenaron la sala como un eco desgarrador.El caos era absoluto.Guardias entraron de inmediato, levantando a los pequeños del suelo, sus pataleos y sollozos eran un intento desesperado por aferrarse a su padre, pero fueron llevados a una habitación donde la niñera los esperaba.—Tranquilos, tranquilos… —les susurró, abrazándolos con fuerza.—¿Papito está bien? —sollozó Aria, con los ojos llenos de miedo.—Sí, mi amor, volverá pronto.—¿Y mami Roma?La niñera no pudo responder. Un nudo de angustia le apretó la garganta.En su lugar, les puso unos audífonos y encendió la música, tratando de protegerlos de la dura realidad.Sin embargo, los sonidos de disparos seguían retumbando en la casa, haciendo temblar las paredes y sus corazones.Desde el otro lado de la puerta, escuchó el estruendo de la ambulancia y cerró los ojos con temor.Diez minutos después, el silencio cayó como un manto pesado, pero los niños aún lloraban, abrazándose entre sí.Un guardia
El doctor apareció con expresión seria y se acercó a Carmen y Carla.—El señor Savelli está fuera de peligro —informó—. Por fortuna, la herida fue superficial y no dañó ningún órgano, ni tejido importante. Tuvo suerte. Permanecerá hospitalizado al menos seis días para su recuperación.Carla suspiró con alivio y esbozó una sonrisa.—¿Puedo verlo?—Esperemos a que despierte —respondió el doctor.***Los guardias arrastraron a Roma hasta la habitación del hospital.Apenas cruzó la puerta, Eugenia y Kristal la miraron sorprendidas.Los hombres la empujaron al interior y se retiraron sin decir palabra.—¡Arrodíllate, Roma! —ordenó Alonzo, su voz era un rugido.Kristal sonrió con burla.—Vamos, Roma. Es lo menos que puedes hacer después de intentar matar a mi hijo. ¿Por qué eres tan mala, Roma? Pobre de mí y mi bebito —dijo la mujer con un falso sollozó que Roma odió.Roma levantó la barbilla, desafiante.—¡Nunca! No pediré disculpas a esta zorra.La respuesta hizo que Alonzo perdiera la pac
El aire en la habitación se sintió denso cuando Giancarlo tomó la mano de Roma.Sus ojos, oscuros y profundos, se encontraron con los de ella, llenos de angustia y culpa.Roma acarició su rostro con una ternura desesperada, como si con ese simple gesto pudiera borrar todo el sufrimiento que los rodeaba.Pero la calma duró poco.La puerta se abrió de golpe, y la estruendosa entrada del doctor, junto a Carmen y Carla, rompió el momento como un cristal haciéndose añicos contra el suelo.—¡Es esa mujer! ¡Expúlsenla ahora mismo! —exigió Carla con furia, señalando a Roma como si fuese un intruso.Roma sintió el impacto de aquellas palabras como un puñetazo en el pecho. ¿Cuántas veces más tendría que defenderse?Pero antes de que pudiera responder, la voz de Giancarlo resonó con una firmeza que heló la sangre de todos en la habitación.—¡No se atrevan a tocar a mi prometida! Ella tiene derecho a estar aquí.El tono de su voz era tan definitivo, tan indiscutible, que Carmen y Carla palideciero
—¡Suéltame…!La mirada de Alonzo estaba llena de furia, y sus manos la apretaban con fuerza, casi con desesperación.Pero al escuchar sus gritos, como si le llegara un susurro al alma, la soltó de golpe, como si fuera una muñeca rota.Kristal respiró agitadamente, con el pecho acelerado y las lágrimas a punto de estallar.—¡Alonzo! ¿Qué te pasa?El rostro de Alonzo estaba desencajado. La rabia lo devoraba, y sus palabras salían como cuchillos.—Dime, ¿hiciste eso? ¿Tú le tendiste una trampa a Roma para pretender que fue infiel? Dime, ¿fue una farsa y por eso la lastimé a ella y a mi hijo?Kristal lo miró, intentando encontrar la fuerza para defenderse, pero las palabras se atoraban en su garganta.—¡No! ¿Por qué le crees a Roma? Ella es capaz de lo que sea, de mentir, de hacerte creer lo que no es… por favor, Alonzo, escúchame…Alonzo la interrumpió, su rostro pálido se tornó aún más gris.—¿Qué estás diciendo?—¡Ella te fue infiel! Tú no puedes ser tan ciego… Lo que Roma dice… no es m
Giancarlo llegó al oscuro y sombrío lugar.Sus pasos resonaban en el silencio de la casa, el aire pesado y denso como si todo en ese sitio estuviera esperando a estallar.Cuando entró, sus ojos se encontraron con los de ella.Ilse estaba allí, inmóvil, en una habitación oscura que parecía estar a la deriva entre el pasado y el presente.El miedo se reflejó en su rostro cuando lo vio entrar.Sus ojos, al principio vacíos de vida, se llenaron de pánico.—¡Tú estás muerto! —exclamó ella con voz quebrada, como si intentara convencer a ambos de lo que sabía que ya no era cierto.Giancarlo la miró fijamente, sus ojos ardiendo de rabia. No había más espacio para la duda, la furia lo consumía.Sin decir palabra alguna, dio un paso firme hacia ella y, sin piedad, la abofeteó con tal fuerza que el sonido de la bofetada resonó en la habitación vacía, como si el aire mismo se hubiese detenido.—¿Sientes ese dolor? —dijo con voz baja, casi mortífera—. ¿Aún crees que estoy muerto, Ilse? ¿Aún crees q
Giancarlo llegó a casa cuando recibió la llamada.—¡Señor! No encontramos a su prometida por ningún lado.—¡Encuéntrenla! —rugió con furia, agarrando las llaves y saliendo de inmediato.La ira le quemaba el pecho.¿Hasta cuándo iba a ocurrir esto?Su corazón latía con desesperación mientras su mente formulaba los peores escenarios.Justo cuando iba a llamar nuevamente a sus hombres, su teléfono sonó de nuevo.—La encontramos, señor.—¿Dónde? —preguntó, con un escalofrío recorriendo su espalda.—Hotel Santa Anna… está con Alonzo Wang.El mundo de Giancarlo se tambaleó.Su agarre en el volante se tensó, sus nudillos palidecieron.—Roma… ¿Qué demonios haces con tu exmarido en un hotel?***En la habitación del hotelEl aire estaba cargado de tensión.Roma aún no podía despertar, se sintieron tan agotada, sintiendo su cuerpo pesado.Parecía como una pequeña muñeca rendida en esa cama, a merced de alguien como Alonzo Wang.Alonzo estaba frente a ella, con una mezcla devastadora de emociones
—¡Fui un maldito idiota…! —Alonzo murmuró con la voz rota, temblorosa, como si su mundo entero se estuviera desmoronando—. ¡Fui engañado, Roma! Esa mujer me mintió, nos tendió una cruel trampa.Su pecho subía y bajaba con respiraciones agitadas, y en su mirada desesperada se reflejaba un dolor que ni siquiera él podía comprender del todo.Pero Roma no sintió compasión. No está vez.El silencio se extendió entre ellos como un abismo imposible de cruzar.Un silencio pesado, hiriente, más filoso que cualquier navaja.Roma lo miró con los ojos llenos de lágrimas contenidas, con la rabia sofocándole la garganta.—No, Alonzo… —su voz fue un susurro envenenado—. No te atrevas a decir que eres inocente. Tú elegiste creer en Kristal.El hombre dio un paso hacia ella, con las manos extendidas, suplicantes.—Roma, yo…—¡No te atrevas! —lo interrumpió ella, dando un paso atrás como si él fuera un veneno mortal—. Elegiste rechazar a tu propio hijo. Cuando Benjamín estaba enfermo, cuando más te nece