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El aire en la habitación se sintió denso cuando Giancarlo tomó la mano de Roma.Sus ojos, oscuros y profundos, se encontraron con los de ella, llenos de angustia y culpa.Roma acarició su rostro con una ternura desesperada, como si con ese simple gesto pudiera borrar todo el sufrimiento que los rodeaba.Pero la calma duró poco.La puerta se abrió de golpe, y la estruendosa entrada del doctor, junto a Carmen y Carla, rompió el momento como un cristal haciéndose añicos contra el suelo.—¡Es esa mujer! ¡Expúlsenla ahora mismo! —exigió Carla con furia, señalando a Roma como si fuese un intruso.Roma sintió el impacto de aquellas palabras como un puñetazo en el pecho. ¿Cuántas veces más tendría que defenderse?Pero antes de que pudiera responder, la voz de Giancarlo resonó con una firmeza que heló la sangre de todos en la habitación.—¡No se atrevan a tocar a mi prometida! Ella tiene derecho a estar aquí.El tono de su voz era tan definitivo, tan indiscutible, que Carmen y Carla palideciero
—¡Suéltame…!La mirada de Alonzo estaba llena de furia, y sus manos la apretaban con fuerza, casi con desesperación.Pero al escuchar sus gritos, como si le llegara un susurro al alma, la soltó de golpe, como si fuera una muñeca rota.Kristal respiró agitadamente, con el pecho acelerado y las lágrimas a punto de estallar.—¡Alonzo! ¿Qué te pasa?El rostro de Alonzo estaba desencajado. La rabia lo devoraba, y sus palabras salían como cuchillos.—Dime, ¿hiciste eso? ¿Tú le tendiste una trampa a Roma para pretender que fue infiel? Dime, ¿fue una farsa y por eso la lastimé a ella y a mi hijo?Kristal lo miró, intentando encontrar la fuerza para defenderse, pero las palabras se atoraban en su garganta.—¡No! ¿Por qué le crees a Roma? Ella es capaz de lo que sea, de mentir, de hacerte creer lo que no es… por favor, Alonzo, escúchame…Alonzo la interrumpió, su rostro pálido se tornó aún más gris.—¿Qué estás diciendo?—¡Ella te fue infiel! Tú no puedes ser tan ciego… Lo que Roma dice… no es m
Giancarlo llegó al oscuro y sombrío lugar.Sus pasos resonaban en el silencio de la casa, el aire pesado y denso como si todo en ese sitio estuviera esperando a estallar.Cuando entró, sus ojos se encontraron con los de ella.Ilse estaba allí, inmóvil, en una habitación oscura que parecía estar a la deriva entre el pasado y el presente.El miedo se reflejó en su rostro cuando lo vio entrar.Sus ojos, al principio vacíos de vida, se llenaron de pánico.—¡Tú estás muerto! —exclamó ella con voz quebrada, como si intentara convencer a ambos de lo que sabía que ya no era cierto.Giancarlo la miró fijamente, sus ojos ardiendo de rabia. No había más espacio para la duda, la furia lo consumía.Sin decir palabra alguna, dio un paso firme hacia ella y, sin piedad, la abofeteó con tal fuerza que el sonido de la bofetada resonó en la habitación vacía, como si el aire mismo se hubiese detenido.—¿Sientes ese dolor? —dijo con voz baja, casi mortífera—. ¿Aún crees que estoy muerto, Ilse? ¿Aún crees q
Giancarlo llegó a casa cuando recibió la llamada.—¡Señor! No encontramos a su prometida por ningún lado.—¡Encuéntrenla! —rugió con furia, agarrando las llaves y saliendo de inmediato.La ira le quemaba el pecho.¿Hasta cuándo iba a ocurrir esto?Su corazón latía con desesperación mientras su mente formulaba los peores escenarios.Justo cuando iba a llamar nuevamente a sus hombres, su teléfono sonó de nuevo.—La encontramos, señor.—¿Dónde? —preguntó, con un escalofrío recorriendo su espalda.—Hotel Santa Anna… está con Alonzo Wang.El mundo de Giancarlo se tambaleó.Su agarre en el volante se tensó, sus nudillos palidecieron.—Roma… ¿Qué demonios haces con tu exmarido en un hotel?***En la habitación del hotelEl aire estaba cargado de tensión.Roma aún no podía despertar, se sintieron tan agotada, sintiendo su cuerpo pesado.Parecía como una pequeña muñeca rendida en esa cama, a merced de alguien como Alonzo Wang.Alonzo estaba frente a ella, con una mezcla devastadora de emociones
—¡Fui un maldito idiota…! —Alonzo murmuró con la voz rota, temblorosa, como si su mundo entero se estuviera desmoronando—. ¡Fui engañado, Roma! Esa mujer me mintió, nos tendió una cruel trampa.Su pecho subía y bajaba con respiraciones agitadas, y en su mirada desesperada se reflejaba un dolor que ni siquiera él podía comprender del todo.Pero Roma no sintió compasión. No está vez.El silencio se extendió entre ellos como un abismo imposible de cruzar.Un silencio pesado, hiriente, más filoso que cualquier navaja.Roma lo miró con los ojos llenos de lágrimas contenidas, con la rabia sofocándole la garganta.—No, Alonzo… —su voz fue un susurro envenenado—. No te atrevas a decir que eres inocente. Tú elegiste creer en Kristal.El hombre dio un paso hacia ella, con las manos extendidas, suplicantes.—Roma, yo…—¡No te atrevas! —lo interrumpió ella, dando un paso atrás como si él fuera un veneno mortal—. Elegiste rechazar a tu propio hijo. Cuando Benjamín estaba enfermo, cuando más te nece
Roma sintió cómo el impacto de su golpe en la entrepierna de Alonzo lo hacía desplomarse de rodillas, jadeando de dolor.La expresión de su rostro se contrajo en una mueca de agonía, mientras un gemido ahogado escapaba de sus labios.Ella se puso de pie rápidamente, con la respiración entrecortada, su pecho subiendo y bajando por la adrenalina.Su mirada era fiera, determinada, cargada de un odio que ardía con la intensidad de una llama incontrolable.—¡Alonzo, nunca te voy a perdonar! —le escupió con desprecio—. ¡Te odio! Y si alguna vez te amé, eso ha muerto para siempre. Tengo a mi único amor, pronto me casaré y esta historia entre nosotros ha terminado. ¡Acéptalo de una vez y vive con tu miseria! Y escúchame bien… —se inclinó ligeramente hacia él, con la voz convertida en un susurro venenoso—. No te atrevas a cruzarte en mi camino otra vez… porque si lo haces, juro que te destruiré.Giró sobre sus talones y salió corriendo, dejando a Alonzo retorciéndose en el suelo, su grito de de
Alonzo Wang sentía que el mundo se le venía abajo.No importó cuántas recorrió, a cuántas personas preguntó, ni cuántas veces gritó su nombre en la noche.Roma simplemente había desaparecido.Se había esfumado de su vida como un fantasma, como si su existencia junto a él nunca hubiera sido más que un sueño efímero.Regresó a casa casi al amanecer, con el rostro desencajado por la frustración y el dolor.Pero al cruzar la puerta, su cansancio se evaporó de inmediato.Allí, sentada en el sofá del salón, estaba su madre, Eugenia.Al verla, algo dentro de él se quebró aún más.Eugenia se levantó de un salto, aliviada de ver a su hijo sano y salvo, pero en cuanto notó la expresión en su rostro, su corazón dio un vuelco.Sus ojos estaban inyectados en sangre, llenos de una furia desconocida, y su respiración era errática, como si estuviera al borde de perder el control.—¡Alonzo! —exclamó ella, corriendo hacia él.Pero él no le prestó atención.Una ola de rabia lo sacudió desde las entrañas,
—¡Alonzo, detente! —gritó Eugenia desesperada, abalanzándose sobre su hijo—. ¡Está embarazada! ¡Matarás al bebé, matarás a tu propio hijo!Las palabras de su madre cayeron sobre él como un balde de agua helada.La furia que lo cegaba se disipó por un instante, y sus manos se abrieron, soltando el cuello de Kristal.Ella se desplomó en la cama, jadeando, llevándose ambas manos a la garganta mientras tosía violentamente.Alonzo dio un paso atrás, respirando agitadamente. Su corazón latía con una furia incontrolable, su pecho subía y bajaba como el de un animal salvaje a punto de atacar de nuevo.Kristal, al recuperar un poco el aire, comenzó a sollozar, sus lágrimas resbalaban por su rostro con una mezcla de rabia y desesperación.—¡Soy inocente, Alonzo! —gimió con voz entrecortada—. Yo jamás te haría daño, ¡todo esto es una trampa!La expresión del hombre se endureció.Una carcajada seca y carente de alegría salió de su garganta.—¡Cállate! —rugió con una intensidad que hizo que incluso