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—¡Alonzo, detente! —gritó Eugenia desesperada, abalanzándose sobre su hijo—. ¡Está embarazada! ¡Matarás al bebé, matarás a tu propio hijo!Las palabras de su madre cayeron sobre él como un balde de agua helada.La furia que lo cegaba se disipó por un instante, y sus manos se abrieron, soltando el cuello de Kristal.Ella se desplomó en la cama, jadeando, llevándose ambas manos a la garganta mientras tosía violentamente.Alonzo dio un paso atrás, respirando agitadamente. Su corazón latía con una furia incontrolable, su pecho subía y bajaba como el de un animal salvaje a punto de atacar de nuevo.Kristal, al recuperar un poco el aire, comenzó a sollozar, sus lágrimas resbalaban por su rostro con una mezcla de rabia y desesperación.—¡Soy inocente, Alonzo! —gimió con voz entrecortada—. Yo jamás te haría daño, ¡todo esto es una trampa!La expresión del hombre se endureció.Una carcajada seca y carente de alegría salió de su garganta.—¡Cállate! —rugió con una intensidad que hizo que incluso
Alonzo condujo sin rumbo.No veía los semáforos, no distinguía los autos a su alrededor, no escuchaba nada más que el estruendo en su mente.Su corazón latía con violencia, su respiración se agitaba y sus manos, crispadas sobre el volante, temblaban de rabia y dolor.De pronto, la desesperación lo ahogó. Golpeó el volante con furia. Una vez. Dos. Tres.—¡Maldita sea! —gritó, su voz quebrada por una tormenta de emociones contenidas.El eco de su furia se perdió en el interior del auto. Inspiró hondo, tratando de calmar el temblor en su pecho, pero era inútil.Nada lo calmaría. Nada podría aliviar el peso que lo estaba aplastando.Entonces, giró el volante y aceleró. Sabía a dónde tenía que ir.***Cuando llegó al cementerio, la sensación de vacío en su pecho se intensificó.Se sintió aún más pequeño, aún más miserable.Bajó del auto con pasos vacilantes. Su cuerpo era un cascarón vacío, pero su alma… su alma gritaba en agonía.Se acercó a la entrada y le tendió unos billetes al celador.
Al día siguiente.Roma despertó con el cuerpo de Giancarlo rodeándola.Su respiración era pausada, tranquila, como si en sueños también la protegiera.Por instinto, su mano se deslizó hasta su rostro, delineando con la yema de los dedos la piel cálida del hombre que amaba.Él era un hombre cruel, despiadado con el mundo, pero con ella... con ella era diferente.En sus brazos se sentía protegida, amada, como si por fin hubiera encontrado ese amor que tanto soñó.Por primera vez en su vida, no tenía miedo.Giancarlo abrió los ojos, sus pupilas marrones y penetrantes se clavaron en ella con intensidad.Una sonrisa ladeada curvó sus labios antes de atraerla contra su pecho.—¿Te gusto? —preguntó con picardía.Roma rio con suavidad, disfrutando de la calidez de su abrazo.—No.Giancarlo arqueó una ceja, sorprendido.—¿No?—No —repitió ella con un tono juguetón.Giancarlo resopló, indignado, y se incorporó sobre un codo para mirarla fijamente.—Ah, pero anoche no se notaba que no te gusto...
Roma sentía una rabia tan profunda que sus venas parecían arder con cada latido de su corazón.El dolor de la traición la consumía, pero la furia, la furia era lo único que la mantenía en pie.No podía soportar la presencia de ese hombre, el hombre al que alguna vez amo, y luego la envió al más terrible infierno junto a su hijo.—¡Qué venga seguridad! —su voz era un rugido lleno de desdén.Entró en la oficina, y ahí estaba él, Alonzo Wang.Se levantó, pero Roma no pudo evitar mirarlo con una mezcla de incredulidad y asco.Él parecía una sombra de lo que alguna vez fue: deshecho, sucio, como si la vida lo hubiera escupido y recién ahora estuviera tratando de recobrar lo que pudo haber sido. Su traje arrugado, sus cabellos desordenados, y húmedos como si hubiese estado bajo la lluvia.Lo que más la confundía era que no podía dejar de mirarlo.¿Cómo había llegado a este punto?¿Cómo ese hombre que una vez fue su mundo ahora se veía como una sombra de su propio fracaso?—¿Qué? ¿Vienes del
Roma llegó a casa después de un largo día, su mente todavía a mil por hora, pero al cruzar la puerta, encontró a Giancarlo esperándola.No fue necesario hablar para saber que algo no estaba bien. Ella le contó todo.Sus ojos, normalmente llenos de vida, ahora reflejaban una severidad inesperada.—¿Estás molesto? —preguntó Roma, su voz suave, pero con una pizca de preocupación.Giancarlo negó con la cabeza, pero el gesto no pudo ocultar la angustia que se cernía sobre él.—Tengo miedo de perderte, Roma —confesó, su tono grave, cargado de una vulnerabilidad rara en él.Roma, lo miraré—Giancarlo Savelli —dijo, su voz firme, pero con una dulzura que solo él podía despertar en ella—, en esta vida jamás volveré a amar a Alonzo Wang. No solo por el daño que le hizo a mi hijo ni por lo que me hizo a mí en el pasado, sino porque ahora... mi corazón es solo tuyo.Giancarlo sonrió con una mezcla de alivio y deseo. Sin previo aviso, la levantó en brazos, cruzando el umbral de la intimidad con un
Corina y Roma viajaban en el auto.La carretera avanzaba bajo las luces de la ciudad, pero el silencio entre ellas pesaba más que el motor en marcha.—¡Amiga, Alonzo Wang es un imbécil! —exclamó Corina de repente, con rabia contenida en la voz—. No puedo creer que alguna vez estuviste con él.Tomó la mano de Roma con firmeza, casi como si quisiera transmitirle su indignación.—¡Roma! ¿Ya no sientes nada por él? ¿Verdad?Roma soltó una carcajada seca, casi irónica.—Claro que sí. Odio. —Se quedó pensativa unos segundos, su mirada perdida en la carretera—. Pero cada vez ese odio se desvanece. Ahora me empieza a dar lástima… aunque no es suficiente. Quiero verlo peor. Se lo merece.Corina suspiró aliviada, como si las palabras de su amiga fueran el cierre de una historia que temió interminable.—Roma… ¡Qué felicidad! En el pasado, lo amabas con locura. Incluso sin importar tu dignidad. Temí que nunca dejarías de amarlo —dijo Corina con un suspiro aliviado.Roma apretó con suavidad la mano
Kristal fue trasladada en la ambulancia, los paramédicos trabajando rápidamente a su alrededor mientras ella respiraba con dificultad.El sonido del oxígeno llenaba el aire, y a pesar de estar despierta, su cuerpo no respondía como ella quería.El dolor la atravesaba por cada fibra de su ser.—Sufrió un golpe en la cabeza y se dislocó el brazo. Parece que el bebé está en riesgo —dijo uno de los paramédicos, su voz tensa, tratando de mantener la calma en medio de la situación.Kristal intentaba hablar, pero su lengua estaba como atrapada, como si sus palabras no pudieran salir.Quería gritar, quería llorar, pero las lágrimas no venían. Todo lo que sentía era un vacío profundo en su pecho.—¡Llamaré a su esposo! —dijo la enfermera, como si aquello pudiera aliviar algo.En minutos, el teléfono de la enfermera sonó. La voz de Alonzo Wang resonó en el otro lado, grave y severa.—¿Quién habla? ¿Qué quiere?—Señor Alonzo Wang, soy un paramédico. Es sobre su esposa, Kristal Wang.—¡Esa perra n
—¡No importa, cariño! Incluso si lo hiciste, te voy a defender. ¡Nadie te hará daño otra vez, ni siquiera yo! —exclamó Alonzo con una firmeza que sorprendió a todos.Roma lo miró como si hubiese perdido la razón.—¡Yo no le hice daño a la loca de Kristal! —gritó, exasperada—. ¡Ella misma se lanzó al auto!—¡Mentirosa! Eso es imposible —insistió Eugenia, con la furia pintada en sus arrugas.Roma apretó los puños. ¿Cómo era posible que todavía la acusaran?Kristal había elegido su propio destino.De pronto, un silencio pesado cayó sobre el pasillo del hospital. Una presencia imponente se hizo notar.—¿Qué está pasando aquí?La voz profunda y autoritaria de Giancarlo Savelli resonó como un trueno, atrayendo la mirada de todos.Roma sintió un impulso de correr hacia él, de refugiarse en sus brazos, pero se contuvo.No podía mostrar la verdad. No, ahora, solo debía esperar un poco más.—Señor Savelli, ¡ayude a mi familia! —exclamó Eugenia con lágrimas de cocodrilo—. ¡Esta mujer intentó mata