HOLA, DÉJAME TUS COMENTARIOS O RESEÑAS GRACIAS POR LEER REGÁLAME TU LIKE EN EL CAPÍTULO ♥
Roma sentía una rabia tan profunda que sus venas parecían arder con cada latido de su corazón.El dolor de la traición la consumía, pero la furia, la furia era lo único que la mantenía en pie.No podía soportar la presencia de ese hombre, el hombre al que alguna vez amo, y luego la envió al más terrible infierno junto a su hijo.—¡Qué venga seguridad! —su voz era un rugido lleno de desdén.Entró en la oficina, y ahí estaba él, Alonzo Wang.Se levantó, pero Roma no pudo evitar mirarlo con una mezcla de incredulidad y asco.Él parecía una sombra de lo que alguna vez fue: deshecho, sucio, como si la vida lo hubiera escupido y recién ahora estuviera tratando de recobrar lo que pudo haber sido. Su traje arrugado, sus cabellos desordenados, y húmedos como si hubiese estado bajo la lluvia.Lo que más la confundía era que no podía dejar de mirarlo.¿Cómo había llegado a este punto?¿Cómo ese hombre que una vez fue su mundo ahora se veía como una sombra de su propio fracaso?—¿Qué? ¿Vienes del
Roma llegó a casa después de un largo día, su mente todavía a mil por hora, pero al cruzar la puerta, encontró a Giancarlo esperándola.No fue necesario hablar para saber que algo no estaba bien. Ella le contó todo.Sus ojos, normalmente llenos de vida, ahora reflejaban una severidad inesperada.—¿Estás molesto? —preguntó Roma, su voz suave, pero con una pizca de preocupación.Giancarlo negó con la cabeza, pero el gesto no pudo ocultar la angustia que se cernía sobre él.—Tengo miedo de perderte, Roma —confesó, su tono grave, cargado de una vulnerabilidad rara en él.Roma, lo miraré—Giancarlo Savelli —dijo, su voz firme, pero con una dulzura que solo él podía despertar en ella—, en esta vida jamás volveré a amar a Alonzo Wang. No solo por el daño que le hizo a mi hijo ni por lo que me hizo a mí en el pasado, sino porque ahora... mi corazón es solo tuyo.Giancarlo sonrió con una mezcla de alivio y deseo. Sin previo aviso, la levantó en brazos, cruzando el umbral de la intimidad con un
Corina y Roma viajaban en el auto.La carretera avanzaba bajo las luces de la ciudad, pero el silencio entre ellas pesaba más que el motor en marcha.—¡Amiga, Alonzo Wang es un imbécil! —exclamó Corina de repente, con rabia contenida en la voz—. No puedo creer que alguna vez estuviste con él.Tomó la mano de Roma con firmeza, casi como si quisiera transmitirle su indignación.—¡Roma! ¿Ya no sientes nada por él? ¿Verdad?Roma soltó una carcajada seca, casi irónica.—Claro que sí. Odio. —Se quedó pensativa unos segundos, su mirada perdida en la carretera—. Pero cada vez ese odio se desvanece. Ahora me empieza a dar lástima… aunque no es suficiente. Quiero verlo peor. Se lo merece.Corina suspiró aliviada, como si las palabras de su amiga fueran el cierre de una historia que temió interminable.—Roma… ¡Qué felicidad! En el pasado, lo amabas con locura. Incluso sin importar tu dignidad. Temí que nunca dejarías de amarlo —dijo Corina con un suspiro aliviado.Roma apretó con suavidad la mano
Kristal fue trasladada en la ambulancia, los paramédicos trabajando rápidamente a su alrededor mientras ella respiraba con dificultad.El sonido del oxígeno llenaba el aire, y a pesar de estar despierta, su cuerpo no respondía como ella quería.El dolor la atravesaba por cada fibra de su ser.—Sufrió un golpe en la cabeza y se dislocó el brazo. Parece que el bebé está en riesgo —dijo uno de los paramédicos, su voz tensa, tratando de mantener la calma en medio de la situación.Kristal intentaba hablar, pero su lengua estaba como atrapada, como si sus palabras no pudieran salir.Quería gritar, quería llorar, pero las lágrimas no venían. Todo lo que sentía era un vacío profundo en su pecho.—¡Llamaré a su esposo! —dijo la enfermera, como si aquello pudiera aliviar algo.En minutos, el teléfono de la enfermera sonó. La voz de Alonzo Wang resonó en el otro lado, grave y severa.—¿Quién habla? ¿Qué quiere?—Señor Alonzo Wang, soy un paramédico. Es sobre su esposa, Kristal Wang.—¡Esa perra n
—¡No importa, cariño! Incluso si lo hiciste, te voy a defender. ¡Nadie te hará daño otra vez, ni siquiera yo! —exclamó Alonzo con una firmeza que sorprendió a todos.Roma lo miró como si hubiese perdido la razón.—¡Yo no le hice daño a la loca de Kristal! —gritó, exasperada—. ¡Ella misma se lanzó al auto!—¡Mentirosa! Eso es imposible —insistió Eugenia, con la furia pintada en sus arrugas.Roma apretó los puños. ¿Cómo era posible que todavía la acusaran?Kristal había elegido su propio destino.De pronto, un silencio pesado cayó sobre el pasillo del hospital. Una presencia imponente se hizo notar.—¿Qué está pasando aquí?La voz profunda y autoritaria de Giancarlo Savelli resonó como un trueno, atrayendo la mirada de todos.Roma sintió un impulso de correr hacia él, de refugiarse en sus brazos, pero se contuvo.No podía mostrar la verdad. No, ahora, solo debía esperar un poco más.—Señor Savelli, ¡ayude a mi familia! —exclamó Eugenia con lágrimas de cocodrilo—. ¡Esta mujer intentó mata
Roma sonrió al ver a Giancarlo entrar en la habitación.Su sola presencia llenaba el aire de una calidez que contrastaba con los nervios que sentía en el pecho.—¿Estás lista, cariño? —preguntó él con suavidad, observándola con ternura.Ella asintió con una pequeña sonrisa.—Bueno —dijo Giancarlo, mirando la hora en su reloj de pulsera—. Debo ir al hotel a cambiarme y esperar por verte en el altar. Pero, por favor, no llegues tarde… te amo.Se acercó y besó su frente con reverencia, luego sus labios con una delicadeza que hizo que Roma sintiera un estremecimiento recorrerle la espalda.Su toque era firme y protector, como si quisiera grabar su amor en su piel.Al verlo salir, Roma dejó escapar un suspiro profundo.Sintió un pequeño nudo en el estómago.Estaba a punto de convertirse en la esposa de Giancarlo Savelli.«Una esposa por venganza…» pensó, recordando los oscuros motivos que la llevaron a este camino.Pero ahora, todo era diferente.«No… ya no será por venganza. Eso terminó… l
La iglesia resplandecía con una belleza solemne. Lámparas vintage colgaban del alto techo, proyectando una luz cálida sobre las columnas blancas adornadas con rosas rojas.El pasillo central, tapizado con pétalos de flores, llevaba directo al altar, donde el destino de dos personas quedaría sellado para siempre.La expectación en la iglesia era palpable.Los murmullos de los invitados, —importantes empresarios, políticos, y miembros de la alta sociedad—llenaban el recinto como un eco constante.—Dicen que la antigua señora Savelli era un desastre, una vergüenza para su esposo.—Pero esta nueva mujer… ha logrado algo que nadie creía posible. Dicen que ha domado al fiero Giancarlo Savelli.—Nadie la ha visto jamás… algunos dicen que su belleza es tan hipnotizante que el señor Savelli ha dejado atrás su vida de fiestas y amantes.Los rumores volaban de un lado a otro, envolviendo la ceremonia en un halo de misterio. Y entre los asistentes, un hombre en particular escuchaba con especial at
Roma caminaba lentamente por el pasillo, con el velo cubriendo su rostro y los latidos de su corazón resonando en sus oídos.Todo a su alrededor se desvanecía; las miradas de los invitados, el murmullo de las voces emocionadas, las luces cálidas de la iglesia… nada existía, excepto él.Giancarlo, estaba ahí, de pie, esperando por ella, con ese porte de hombre rudo y poderoso, apasionado, pero ella conocía su naturaleza tierna y amorosa, solo para ella.Sus ojos se encontraron con los de él, y en ese instante, todo el dolor, el pasado y las cicatrices se desvanecieron.Solo quedaban ellos dos y ese amor profundo que había renacido de las cenizas.Los gemelos Matías y Mateo la acompañaban, sujetando sus manos con ternura, como sus escudos del amor, mientras la pequeña Aria esparcía pétalos de rosa roja a su paso, como si estuviera tejiendo un sendero de amor y destino.Roma sentía que caminaba dentro de un sueño, uno que jamás imaginó que podría hacerse realidad.Cuando llegaron al altar